Quedo con Silvia Viñao Manzanera en su casa taller, cerca del Museo de Bellas Artes de Murcia. Radiante, sonriente y tan esbelta que parece una adolescente, me conduce a la habitación donde tiene su taller y enseguida me siento como en casa porque veo cuadros apilados por todos sitios. Reconocida pintora de esta Región, es además doctora en Bellas Artes y profesora. Desde hace años conozco su desbordante creatividad y su lealtad para con los amigos. Es buena gente, mejor artista y una enamorada de la enseñanza, aunque desde la pandemia está en lista de espera: «No me gusta quejarme porque sé que muchos artistas están aún peor, pero qué te voy a decir que tú no sepas, que a la crisis del 2008, que aún coleaba, le faltaba esta pandemia de la que aún no hemos salido y ya tenemos una guerra y los desastres consiguientes. Somos un colectivo muy vulnerable al que deberían apoyar mucho más», me dice en cuanto le pregunto cómo le va. 

Me pide que no repita de quién es hija, «que eso ya se sabe», y yo me pregunto si nacer en una familia con varios artistas de renombre será una ventaja o una dificultad para evitar comparaciones y ser una misma. Desde muy niña ya destacaba por su mente inquieta y unas manos prodigiosas, esas que inspiraron a nuestro llorado Marcos Amorós. Era la encargada de hacer el belén en el cole, y no paraba de dibujar. A los 10 años ya tenía caballete y maletín de óleo y a los 14 se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios. Luego estudió Bellas Artes en Granada y allí hizo sus primeras colectivas y fue seleccionada entre los mejores artistas noveles. En 1996 hizo sus dos primeras exposiciones individuales, una en Granada y otra en Murcia, desde entonces no ha parado de trabajar, investigar técnicas y materiales y de exponer. 

Su tesis doctoral fue sobre la Influencia de la Filosofía Taoísta en la Pintura Tradicional China, lo cual demuestra uno de sus grandes intereses, que le llevó, además, a estudiar dos años en Madrid con un pintor y un calígrafo chinos, y me cuenta: «Todo ese mundo oriental y esas tintas aguadas influyeron en mi pincelada y también en aprender a mirar de otra manera la naturaleza: ¡somos tan pequeños frente a la grandiosidad de la vida y el Cosmos!».

También ha publicado un maravilloso libro: La corriente del Tao, con unas preciosas ilustraciones a la acuarela y con la colaboración del poeta Soren Peñalver. Le confieso que me encantan sus libros de artista y me enseña uno que es una joya: un libro hecho a mano por un monje tibetano, en el que se aprecia la evolución de la obra de Silvia, un proceso desde el dibujo a la acuarela, el collage, los desplegables, los troquelados y, finalmente, los cosidos, las telas y los botones. Viñao usa multitud de técnicas, domina el dibujo y el óleo, y en la actualidad lleva unos años con una obra muy personal en la que utiliza mágicamente los hilos y todo lo textil.

Hablamos de su bagaje como pintora, de su interés por la perspectiva de género y la defensa de la mujer, hablamos de algunos dolores de la vida, de viajes y de tanto que nos queda que avanzar en nuestra Región. Me cuenta algunos viajes y su entusiasmo al ver en Alemania que nadie tira un envase vacío al suelo porque hay máquinas que te pagan por ellos. Me cuenta de sus excursiones y rutas por el monte y la naturaleza y la veo preocupada por el colapso y la deshumanización de nuestro planeta. 

Le gusta aquello de José Luís San Pedro de que vivimos en la tecnobarbarie: «Hay demasiada tecnología, mal empleada, que no nos hace la vida mejor sino más dependientes, más controlables, más agresivos y más inútiles. Yo reivindico el trato humano y lo que se hace con las manos, reivindico lo artesanal y el cara a cara». Y me cuenta sus importantes próximos proyectos, alguno de ellos, como en El Almudí, que lleva esperando desde años antes de la pandemia.