La Opinión de Murcia

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En su rincón

Ignacio Sánchez Sancho: esto va de soñar y currárselo

Ignacio Sánchez Sancho en el escenario del festival. Javier Lorente

Ayer sábado fue un día apoteósico para los organizadores, participantes y público del Ventepijo, un exquisito y maravilloso festival musical de pequeño formato que se celebra en pleno campo de Cartagena, en la diputación de Pozo Estrecho. Festival lleno de magia, abierto a todos los públicos, con buen rollo y ambiente familiar, donde se puede degustar, además, la gastronomía local. Se celebra en el Huerto de Paco Saura, nada más terminar las locales Fiestas del Campo, Música y Flores. 

Quedo con su director Ignacio Sánchez Sancho, que dos días antes del evento está inmerso en el control de todo lo que se menea y en empujar para que ande si algo está parado: se están montando los dos escenarios, los equipos de luces y sonido, así como adecuándose las barracas de La Cuadrilla, La Aurora y Los Galileos, que servirán para cantinas, venta de tickets, oficina y punto de información. El festival cumple su quinta edición, pero es el heredero del otro anterior que se realizó durante 15 años y que se llamaba 30594, el código postal de la localidad y también nombre de la Asociación Cultural de la que Ignacio forma parte. Así pues, «tenemos más de 20 años de trayectoria, realizando este proyecto de encuentro musical y, pese a momentos duros, sigue en pie porque los amigos que lo concebimos seguimos unidos, con él, es nuestra obra y nunca nos hemos rendido, ni hemos querido venderlo a ningún gran patrocinador», me dice Kiki, como lo conocen todos sus amigos desde la adolescencia y sus compañeros de la Peña Los Tormos.

La foto se la hago en uno de los escenarios y aprovechamos una sandía, símbolo del festival, motivo de los carteles y plato obligado en el evento: «En la primera edición el cartel era un pincho de melón de nuestros campos, pero la gente creía que era una sandía y así se ha quedado, como un bocado rural, sabroso y refrescante, que sienta muy bien en estos días de calor», me dice, mientras no para de atender el teléfono: está en todo, con la emisoras de radio, los de las bebidas, los músicos, los del montaje… No quiere dejar nada a la improvisación y parece todo un director de orquesta. Sus amigos no se explican de dónde saca las horas para dedicar tanto tiempo al festival, no abandonar a su familia, ser un padrazo y cocinar estos días muchas de las tapas que se sirven en la cantina.

Su familia volvió al pueblo cuando él tenía 17 años, así que de Madrid no le queda mucho: «Mi amigo Bastida dice que uno es de donde empieza a hacer las primeras cosas interesantes o no es de ningún sitio. Yo soy muy de pueblo, por mucho que me gusten las músicas cosmopolitas y los nuevos estilos contemporáneos. Creo que hay que apostar por el mestizaje de lo moderno y lo tradicional, y por la cultura popular, que casi nunca se promociona. Las administraciones optan por los grandes eventos, por la cultura que cae desde arriba, por las actividades masivas, donde el público solo es receptor y no protagonista. Nosotros hacemos un festival al que vienen niños de cinco años y gentes de 70 y que, sin embargo, atraen a la juventud. Esa quizá es la clave de nuestra permanencia, sumada al trabajo altruista en equipo». 

A Ignacio siempre lo he visto como un joven activo y preocupado por hacer cosas en el pueblo. Fundó con sus amigos esta asociación y durante años han organizado cursos, talleres de cocina, fotografía, clases de tenis en el polideportivo y, finalmente, los festivales musicales. Estudió comercio internacional y trabaja desde hace años para una importante empresa de grupos electrógenos de la Comarca. Se le ve por el pueblo ejerciendo de padre y participando en los concursos de cocina de las amas de casa o sirviendo su olla de pelotas en el día de San Fulgencio: «Estuve estudiando un año en Irlanda y comí tan mal que empecé a llamar a mi madre para que me dijera sus recetas y tomé aquella decisión de que nunca volvería a pasar hambre», me confiesa. 

Durante los meses de preparación, los días del montaje y el día del festival, los colegas de Ignacio son una piña, un engranaje perfectamente coordinado por él, el cerebro y motor de esta locura imposible que ellos han hecho realidad. Este año ha sido un bombazo. Además de los grupos participantes, y el increíble artista local Mario W, ha vuelto a actuar la Banda Santa Cecilia, con su Big Band, acompañando a Lydia Martín, Amarela, Evve, Laura Uve, Noa Calero y Paula Zaire en un magnífico e histórico Homenaje a Mari Trini, como nunca antes se había hecho en la Región ni en España, que ha sido un éxito absoluto y ha atraído a nuevos públicos a un recinto que anoche estaba a reventar. Ignacio siempre ha tenido muy buen ojo para descubrir talentos y traer grandes actuaciones de grupos desconocidos que luego han triunfado, como Viva Suecia o Nunatak.

 Sin embargo, lo que nadie se explica, pero todos le perdonan a Ignacio, es su pesimismo innato, cuando empieza a temer que no va a salir bien, que va a venir poco público, que no nos van a sacar los medios, que veremos a ver si este año podemos hacer el festival, que nos va a faltar dinero… Pero él sabe poner como nadie a todo el mundo a trabajar y cuando todo termina se le ve emocionado y, perdiendo su imagen de serio, y algo seco, va y te dice, emocionado hasta las trancas: «Esto es lo que siempre había soñado» y casi desnuda su ternura interior, mientras, se acuerda de Javi ‘El Limón’, el amigo que se les ha ido y al que tanto echan en falta este año. 

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