La Opinión de Murcia

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La huella que Ouka Leele dejó en la Región (y Murcia en ella)

La artista madrileña, fallecida este martes, firmó un imponente mural en Ceutí y colaboró en dos proyectos de la editorial Ahora, de Ángel Pina

Ouka Leele. EFE

Bárbara Allende Gil de Biedma, más conocida como ‘Ouka Leele’, nació en Madrid a finales de junio del año ‘57. Allí pasó prácticamente toda su vida: en la capital se convirtió en referente del arte contemporáneo y de la Movida madrileña, allí recibió el Premio Nacional de Fotografía en 2005 y allí murió el pasado martes «tras una larga enfermedad». Sin embargo, esta respetada y polifacética artista dejó también una huella prácticamente imborrable en la Región (y la Región en ella).

Porque en multitud de ocasiones, Ouka Leele reconoció que esta tierra era fuente de inspiración para su trabajo: su huerta, la fertilidad de sus jardines, motivaron sobremanera a una creadora que incluso se descubrió a sí misma pintando un mural en Ceutí. «Este trabajo ha supuesto para mí un antes y un después», decía entonces –hablamos del año 2004– la malograda autora; hasta el extremo de considerarse «otra» una vez puso su firma en aquella enorme mole de cemento de 240 metros cuadrados que desde hace ya casi veinte años llena de «alegría» –esa era su intención– la calle Juan Pedro Campillo del municipio.

Alguien que la conoció bien explica el porqué de que aquel trabajo marcara tanto su brillante trayectoria futura. «Aquella propuesta le pilló en un momento en el que ella empezaba a plantearse si quería o no pintar», recuerda Ángel Pina, responsable de la editorial murciana Ahora. Ouka Leele venía de un tiempo en el que la fotografía había dominado su producción, pero en el que se había diferenciado del resto por un retoque ‘manual’, pictórico, basado en coloreados con acuarela. «Un día, hablando con Manolo [por Manuel Hurtado, entonces alcalde de Ceutí], se me ocurrió proponerle la idea de que ella hiciera algo en el municipio y me dijo que adelante. Y entonces se lo comenté: ‘¡Calla, calla! ¿Un mural de 240 metros cuadrados? ¡No me digas tonterías!’, me respondió», recuerda, entre risas, el veterano editor. Para convencerla, la invitó a visitar la localidad: «Se le cayó el alma a los pies. El día que vino estaba lloviendo y hacía un frío de narices; desde luego, no fue el mejor momento... Pero, justo cuando nos íbamos, vimos una grúa de esas que utilizan los pintores: ‘Si me consigues una de esas lo hacemos’, me dijo. A partir de ahí, todo fueron facilidades», asegura.

La huella que Ouka Leele dejó en la Región (y Murcia en ella)

Principalmente, porque Ouka Leele se enamoró de Ceutí y de la Región. «¡Estaba más que encantadísima! Fíjate que su hija –que apenas salía de Madrid–, se vino varias veces con ella. Además, Manolo se portó muy bien: aceptó todas y cada una de las condiciones que la artista propuso y hasta le pusieron un piso que mantuvo alquilado durante mucho tiempo. Aquí se lo pasó bárbaro –insiste Pina–, y el mejor ejemplo de ello es que siempre que pudo hizo de ‘embajadora’ para esta tierra. Es más –apunta–, lo último que leí sobre Bárbara fue un artículo que le dedicó un periódico japonés y en el que, por supuesto, se hablaba (y se mostraba), su famoso mural en Ceutí», que acabó bautizando como Mi jardín metafísico y que fue tomando forma sobre el terreno. «Partió de unos bocetos con un paisaje desértico de fondo, con una serpiente y una mujer dormitando, cuyo aspecto evolucionó hasta aparecer desnuda y en el agua; motivos que finalmente desaparecieron en el proceso y se transformaron en flores», narran las crónicas de la época, que evidencian la complicidad de la arista, no solo con el terreno, sino también con sus gentes: «La serpiente, que era la idea que tenía más clara para el mural, se convirtió en una obsesión ante la posibilidad de que generara rechazo entre los vecinos del pueblo, y cuando lo consultó con los primeros curiosos que se acercaron a verla trabajar, éstos la disuadieron de incluirla, explicó». Por supuesto, ella aceptó.

Ahora encontró su firma

La historia es que, para entonces, Bárbara ya había firmado su primera colaboración con la editorial murciana Ahora. Pina la conocía desde los años cochenta, desde que coincidió con ella en una conferencia celebrada en el Real Casino de Murcia. «Allí participó un grupo de jóvenes mujeres, reivindicadoras de una cultura verdaderamente progresista, que respondía al nombre de ‘Kalima’. Entre ellas se encontraba una jovencísima Ouka Leele», recordaba el profesor José Belmonte Serrano en un texto recogido en el catálogo de la exposición Libros con arte (2007). Años después, se encontraron en Arco, en Madrid. «Le conté que ya había montado la editorial [Ahora] y que, cuando quisiera, estaría encantado de hablar con ella. Claro, cuando le mandé un ejemplar de La divina comedia que habíamos hecho con Manolo Belzunce, aceptó enseguida», rememora Pina, que recuerda la cara de asombro de Leele cuando le dijo que eligiera ella misma el libro que quería ilustrar. Escogió El cantar de los cantares, un texto especial para la artista, y sobre él realizó veintiún dibujos y veintiuna serigrafías –numeradas y firmadas a mano– que dieron forma a esta limitadísima edición de coleccionista. El trabajo tanto de Pina como de la autora madrileña se vio reconocido con el Premio Nacional del año 2003 al Libro Mejor Editado durante 2002.

La experiencia fue tan gratificante para ambas partes que poco tiempo después volvieron a unir fuerzas en otro proyecto editorial que también resultó –como el mural de Ceutí– definitivo y definitorio para Ouka Leele; o, mejor dicho, para Bárbara Allende Gil de Biedma. «Volví a hacerle la misma pregunta que la vez anterior: ¿Qué libro quieres hacer esta vez? Puede ser el que quieras. Entonces, me habló de sus poemas», recuerda Pina, que aceptó gustoso la propuesta. El libro resultante –en edición, de nuevo, para bibliófilos– fue Floraleza (2004), que incluía veinte textos originales de un escritora, entonces, prácticamente inédita, en castellano e inglés, y acompañados cada uno con nuevas serigrafías, igualmente firmadas a mano y numeradas; aunque, esta vez, con una pequeña pero significativa novedad. «Le dije: ‘Tú eres Bárbara Allende Gil de Biedma. ¿Por qué no lo pones en el libro?’. Ella siempre había firmado como Ouka Leele, pero como éste era un libro puramente de autor, me parecía lo apropiado», apunta el editor murciano. Y, una vez más, Leele –o Bábara– hizo caso: firmó con su nombre real y, a partir de ahí, la artista comenzó a volver a utilizar sus ilustres apellidos (era sobrina del emblemático poeta Jaime Gil de Biedma).

Así pues, parece obvio que el paso de la icónica fotógrafa por la Región resultó determinante en su carrera futura. Algo que ella siempre tuvo claro y nunca dudó en reconocer. «Se portó fenomenal con nosotros», añade Ángel Pina. De hecho, pocos años después de aquellas dos ediciones ‘regresó’ para ilustrar el cartel de la decimosexta edición de La Mar de Músicas de Cartagena, dedicada a Colombia. Porque pocas ramas del arte le faltaron a Bárbara por tocar. «Fue una artista total. Era capaz de hacer absolutamente de todo. Su capacidad de trabajo, de creación, la variedad de opciones que siempre manejaba... Verla trabajar y compartir tiempo con ella fue un regalo», asegura un apenado Pina, quien no encuentra «nada negativo» sobre Leele cuando echa la vista atrás; porque hoy solo encuentra tristeza por su prematuro fallecimiento –«Tenía 64 años, macho... Además, es que estaba en un gran momento, con multitud de proyecto en marcha...– y la alegría de saber que no solo pasó por aquí, sino que Murcia pasó por ella.

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