La Opinión de Murcia

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Los clásicos y los días

Rabi’a al-‘Adawiyya Santa, mística y sabia

No es extraño que corrientes conservadoras y hagiógrafos del Islam la tildaran de prostituta para desacreditarla y minimizar su relevancia, influencia y trascendencia

Rabi’a al-‘Adawiyya Santa, mística y sabia

Rabi’a al-‘Adawiyya. Extraordinaria mujer, santa en el islam y mística sufí (siglo VIII del calendario cristiano; II de la hégira), nacida en la ciudad comercial de Basora (Iraq), puerto de salida de Simbad el Marino en Las mil y una noches. De familia muy pobre, tras la muerte de sus padres, separada de sus hermanas, fue capturada por un mercader, vendida como esclava y explotada, siendo niña. Cuando su amo la descubre orando, orlada de luz, le concede la libertad; ella marcha al desierto y vive como asceta. Fue venerada y visitada por amigos y eruditos musulmanes y aceptada como amiga entre los hombres y como maestra espiritual, además de pretendida como esposa por un emir.

De sus dichos y hechos a ella atribuidos (no escribió nada), unos legendarios, otros arquetípicos, siempre pedagógicos, hay que destacar, como mujer y como mística, su libertad permanente ante las normas sociales (emancipación de la sumisión al varón, de la maternidad y su celibato), ante el poder político (rechazo al matrimonio, aunque fuera obligado y ventajoso o con sabios y poderosos de la época, y a las riquezas), y ante las normas, las especulaciones teológicas y las tradiciones religiosas del Islam (la peregrinación a La Meca; la no mediación masculina para entrañarse en Dios). Mas sin desdeñar nunca su fe como creyente musulmana, ni olvidar la unicidad en Alá o recitar diariamente el Corán.

Vivió cerca de Basora, en una cabaña, en torno a la cual se gestó un conjunto de discípulos que seguían sus enseñanzas sobre el amor divino y su búsqueda. Sus propiedades eran una jarra para las abluciones, una estera, un adobe como almohada y un manto. Cultiva la tierra y vende en el bazar lo que ella teje para poder comer. Una auténtica eremita: trabajo y oración.

En el libro sugerido como lectura, destacamos algunas escenas deliciosas. Además de los anhelos de Rabi’a al-‘Adawiyya (encuentro y nupcialidad con Dios; entrega confiada; ausencia del Amado), aparecen meditaciones que luego encontramos en místicos españoles del XVI: «No amo a Alá ni por miedo al Infierno, ni por la esperanza del Paraíso». Las semejanzas de Rabi’a y Teresa de Jesús han sido destacadas por Ana María Santo Sánchez del Corral (tesis doctoral, 2015).

Hay similitudes también con San Juan de la Cruz: «¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?». Mientras que Rabi’a: «El gemido y el anhelo ardiente del enamorado de Dios no se satisfacen hasta que hallan reposo en el encuentro con el Amado». (Tesis de Antonio Kaddissy, 2016).

Otra escena recuerda tímidamente a Diógenes el Cínico, como cuando entra en Basora con una antorcha en una mano y un cubo de agua en otra, mientras dice: «Quiero prender fuego al Paraíso y apagar el fuego del Infierno», con la intención de erradicar miedos en las gentes y centrarse solo en el amor de Dios.

Durante su peregrinación a La Meca, Rabi’a encuentra un creyente que realiza la suya durante catorce años, porque a cada paso hacía genuflexiones y oraba. Pero este devoto no halla ni ve la Kaaba con su rigorismo físico y formal; mas sí Rabi’a al-‘Adawiyya, por su pobreza y humildad. Ni mezquitas, ni normas, ni dogmas son suficientes para alcanzar la santidad ni la sabiduría. Rabi’a dice: «No necesito la Kaaba, sino al Señor de la Kaaba».

Rabi’a se nos muestra como referencia válida en la exaltación de lo femenino en la mística y como un valor para la igualdad, incluso en el feminismo actual, aunque sea ateo, por la defensa de su independencia y dignidad como mujer ante jerarquías, androcentrismos y misoginias, y por su libertad como ser humano. Rabi’a es un ejemplo real de que no existen diferencias intelectuales y espirituales entre géneros. Ella fue maestra, no esposa, para los hombres, los varones, tuvo discípulos y amigos masculinos, y mantuvo relaciones sociales libres con ellos, constituyendo para todos un ejemplo de santidad y de sabiduría. Les enseñaba de obra y palabra; y si era necesario les reprendía (extraordinaria la escena de la alfombra tendida sobre las aguas del Éufrates y la vanidad de su dueño, un maestro sufí).

No es extraño que corrientes conservadoras y hagiógrafos del Islam tildaran a Rabi’a al-‘Adawiyya de prostituta para desacreditarla y minimizar su relevancia, influencia y trascendencia, cuando era «mártir del amor divino» (Chodkiewicz). Situación padecida también por María Magdalena, cristiana, santa, apóstol de los apóstoles. Porque no huye de la Cruz, es la primera en contemplar al Resucitado. No es en los Evangelios donde aparece como meretriz. El sexo nunca impidió la santidad.

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