La Opinión de Murcia

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El árbol de la vida

Cruce de caminos poéticos

En el recuerdo del pasado, en la necesidad de recrear el tiempo, es donde los caminos de Gracia Trinidad y Lanseros se cruzan. Es la nostalgia de una mañana de invierno, la imposibilidad de evitar la melancolía, el retorno a las calles de la infancia, vacías...

Doble juego

Los poemas agrupados en Doble juego responden con claridad a una determinada orientación, prevista y diseñada de antemano por la editora Alicia Arés con el fin de seguir una trayectoria en la lectura tanto ascendente como trascendente. Doble juego es, pues, una aventura literaria en la que se han embarcado Enrique Gracia Trinidad y Raquel Lanseros, dos poetas mano a mano en una suerte de diálogo, enlazados en un proyecto organizado en torno a una serie de temas cruciales que conforman el territorio del poeta. El resultado es un juego literario en donde cada uno de los poetas aporta su visión personal acerca de cuestiones tales como el amor, el tiempo, la soledad, el compromiso, la palabra, el entorno y la trascendencia.

La aportación de Gracia Trinidad se mueve en el terreno de lo perdurable, que se encuentra en los pequeños detalles vinculados al amor, que se advierte en la sensación de que vivimos porque siempre hay algo más allá. En la poesía de Gracia Trinidad hay una cierta obsesión por la soledad, ese momento donde se expresa la fragilidad de las palabras, «el abandono que se ejerce / como una profesión inevitable». En ese espacio vital es donde surge el oficio de escribir, donde cobra vida el poema de forma inconsciente. Como trasfondo, emerge la noche de Madrid, en el silencio. A Madrid le debe Gracia Trinidad la insistencia dolorida y turbia, el cansancio, el olvido, la desilusión, la alegría. Es una deuda que paga recorriendo las calles.

La aportación de Raquel Lanseros oscila entre la búsqueda de la conjunción erótica, que determina una recompensa única, y la idea de un creador, un dios «concebido como una inmensa fuente», acaso un dios voluptuoso. La poesía de Lanseros está hecha de contrastes. Frente a la espera cotidiana se alza la necesidad evidente de avanzar hacia adelante, con el misterio, con la percepción de nuevos horizontes. Lanseros busca la palabra, la verdad y el misterio en los bosques blancos, y encuentra la belleza de las flores y sus insectos, los árboles de Central Park, la escarcha y el hielo en el río Hudson.

En el recuerdo del pasado, en la necesidad de recrear el tiempo, es donde los caminos de Gracia Trinidad y Lanseros se cruzan. Es la nostalgia de una mañana de invierno, la imposibilidad de evitar la melancolía, el retorno a las calles de la infancia, vacías, donde no hay nada y, finalmente, los días perdidos en donde ninguna cosa encaja. Es la identidad en el paso del tiempo, la invitación a buscar el pasado, pues el presente no existe. Es la llegada de la mañana, ese momento, escribe Lanseros, «en que lo imaginario y lo existente / diluyen sus esencias», marcando la necesidad de alcanzar el tiempo o de volver atrás, con una cierta añoranza. Es la fiesta en el pueblo, los recuerdos que bullen y la inutilidad de la sangre derramada. «Pero los años ya no son azules / ni siquiera los días», escribe Gracia Trinidad. El único consuelo que queda, a fin de cuentas, es el fluir de las palabras, el diálogo en soledad.

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