La Opinión de Murcia

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Entreletras

La compleja figura de un escritor imprescindible

A partir de 1919 parece haber superado su etapa más febrilmente simbolista, y busca, con sus nuevas creaciones líricas, espacios en el mundo de la vanguardia

Eliodoro Puche

Las editoriales Alfaqueque y Gollarín acaban de publicar la magna edición de las Obras Completas de Eliodoro Puche (Lorca, 1885-1964). La edición cuenta con un sucinto prólogo del escritor Juan Bonilla, y estudios preliminares de Pedro Guerrero y de Juan Antonio Fernández Rubio, incansable doctor en Literatura que ha dedicado los últimos años al titánico esfuerzo de reunir toda la obra publicada y dispersa del poeta, hasta construir el sólido conjunto que ahora nos ofrece y a cuya compleja recopilación dedicó su tesis de doctorado. Se trata entonces de una oportunidad de oro para volver sobre unos de los poetas más interesantes que ha dado esta región y que por fin podemos conocer en toda su integridad.

Eliodoro Puche marchó muy joven a Madrid, en donde participó activamente en los movimientos posmodernistas y de vanguardia y publicó poemas y traducciones de escritores franceses en las revistas más avanzadas del momento, como Los Quijotes, Grecia y Cervantes, en donde coincide con Rafael Cansinos Assens, Gerardo Diego y Vicente Huidobro. Tradujo con acierto a los simbolistas franceses Baudelaire, Verlaine, Rimbaud y Mallarmé, y en 1917 publicó, en Madrid, su primera obra poética, Libro de los elogios galantes y los crepúsculos del otoño, al que siguieron Corazón de la noche (1918) y Motivos líricos (quizá también de 1918 o de 1919), también publicados en Madrid.

Al final de la década de los años veinte, retorna a Lorca y dirige el periódico radical-socialista El Pueblo. En 1936 publica un nuevo libro de poesía, Colección de poemas, que recoge la producción de los últimos quince años. Participa durante la Guerra de España en cargos judiciales de responsabilidad, por lo que en la posguerra fue perseguido y encarcelado durante cuatro años. Escribe entonces varios libros de poemas, pero ninguno ve la publicación en vida de su autor. Entre ellos, Carceleras y otros poemas, Romances y otros versos, Elegías, Ficción poética de El marinero de amor y Las alas en el aire. La última etapa de su existencia está constituida por los años en los que el poeta sufre un destierro espiritual en su pueblo, refugiado en sí mismo. En 1961, todavía en vida del poeta, un grupo de aficionados lorquinos publicó Poemas inéditos, selección de composiciones escritas en su última etapa poética.

Desde el principio, Puche se vio muy influido por la poesía simbolista francesa. La fusión entre las horas del día y el propio estado de ánimo, la presencia de personajes y ambientes especialmente sórdidos, las evocaciones entusiastas e imaginativas de sus eróticas figuras femeninas, inscriben plenamente su poesía en el estilo más próximo al simbolismo, como cantor de los espacios nocturnos, la luna, las estrellas, y el consumo bohemio de sus vivencias nocturnales, que culmina en el poema Café de arrabal, en el que se puede advertir la presencia de otro de los maestros de Puche: el poeta decadente Emilio Carrere, al crear una poesía expresionista casi caricaturesca, enriquecida por las hiperbólicas deformaciones de las figuras representadas, seres humanos decrépitos.

Tal como documentan espléndida y detalladamente Guerrero y Fernández Rubio, la poesía desarrollada posteriormente por Puche experimentó una curiosa evolución, con incidencia más en aspectos sociales y hasta comprometidos, sin olvidar en ningún momento las configuraciones líricas, que ahora se acercan a Antonio Machado o a Juan Ramón Jiménez: paisajes entroncados con los sentimientos anímicos personales de melancolía o nostalgia, de hastío vital, recrean los ambientes preferidos: el paisaje solitario, la tarde decadente, los jardines húmedos y umbríos, el sonidos del agua en las fuentes o las lejanas campanas, que anuncian el paso irremediable del tiempo y el imparable fluir de la vida…

En la evolución de Eliodoro Puche, hay que partir, por tanto, de esa adscripción inicial al simbolismo baudeleriano, que en España se difundió, junto al modernismo simbolista y parnasiano de Rubén Darío, al que también podemos asociar al poeta lorquino en algunas de las representaciones poemáticas de sus tres primeros libros. Pero a partir de 1919, parece haber superado su etapa más febrilmente simbolista, y busca, con sus nuevas creaciones líricas, espacios en el mundo de la vanguardia.

Comienza a elaborar imágenes más complejas, a introducirse en mundos muy agresivos y atrevidos y parece estar seducido por una cierta irracionalidad que se hace perceptible en los poemas que envía a las revistas más avanzadas de aquellos años. La relación de Puche con la vanguardia se convierte así en un capítulo de su historia literaria ya explorado pero que sigue mereciendo reflexión, detenimiento y, sobre todo, indagación de los medios expresivos empleados y de los resultados conseguidos.

Como se ha señalado al principio, esta nueva y completa edición va a permitir a los lectores redescubrir la figura de un escritor nuestro, imprescindible.

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