La Opinión de Murcia

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Los dioses deben de estar locos

Pandora

Zeus, el injusto y tiránico rey de los dioses rapta a Pandora, no tanto para castigar a Prometeo como para gozarse de ella cuanto desee, pues el divino monarca puede poseer todo lo que apetezca. Es un rey arbitrario que disfruta ejerciendo el peso de su poder

Pandora, de Alexandre Cabanel

Prometeo ha creado su obra más bella, es Pandora. Con sus propias manos ha modelado la hermosa imagen de una mujer de la cual se ha enamorado, pero por el momento es una criatura inerte, y para darle la vida ha de robar el fuego de los dioses. Este es el punto de partida que Voltaire pensó para su ópera Pandora del año 1739. La concibió como una obra plenamente filosófica, nacida para ser representada, según propia afirmación, ante los grandes pensadores de la Ilustración Pierre Bayle y Denis Diderot. Aparentemente sigue la tradición de cristianizar mediante alegorías los mitos paganos. En este caso Pandora, la primera mujer de la tierra, portadora de la caja de Zeus, el peligroso don que encierra todos los males, parece una imagen de Eva, y toda la trama aparenta conectar con la preocupación por el pecado original al pesar sobre Pandora la prohibición de abrir el peligroso recipiente y ser inducida a engaño por Némesis.

Sin embargo, más allá de la representación alegórica del origen del pecado original, Voltaire introduce su propia visión del amor y la tolerancia. Zeus, el injusto y tiránico rey de los dioses rapta a Pandora, no tanto para castigar a Prometeo como para gozarse de ella cuanto desee, pues el divino monarca puede poseer todo lo que apetezca. Es un rey arbitrario que disfruta ejerciendo el peso de su poder. Arrebatada Pandora a las alturas olímpicas, ella no cede a los deseos del más grande de los dioses, ni teme sus amenazas ni se deja sobornar por sus lisonjas. Amante fiel, sus afectos van dirigidos a Prometeo, el titán que lo arriesgó todo para hacerla vivir y aunque sea en una vida mortal, ha de serle leal y habitar el mundo que se extiende bajo el Olimpo, donde las criaturas que nacen han de morir un día.

Así se obra el divorcio del cielo y de la tierra, la separación definitiva e irreconciliable entre ambos, pues Zeus solo consigue despertar el rechazo de Pandora y el desprecio de los camaradas de Prometeo que se alzan violentos contra él. Liberada Pandora de su prisión por la fuerza de los titanes, recibe sin embargo un inesperado don, un regalo aparentemente de reconciliación por parte de los dioses derrotados. Es la célebre caja que encierra todos los males. Prometeo aconseja no abrirla pero Pandora lo desobedece en su ausencia, embaucada por Némesis.

Pero el paralelismo con el pecado original acaba aquí. A Voltaire le repugnaba la idea, defendida por el jansenismo, según la cual la naturaleza humana llevaba el sello primigenio de una naturaleza corrupta, que nacía ya inclinada al mal. Él va a dar ahora una interpretación diferente del pecado original. Pues los dioses son impotentes, y su venganza queda sin efecto. Pandora no es pérfida, deseaba traer bienes, y no males, a la humanidad. Prometeo está inclinado a la bondad, al amor, es altruista, generoso, busca el bien y reparar el mal que los dioses han extendido. No tiene reproches que hacer a Pandora, pues sus intenciones eran buenas y donde hay amor no hay delito.

Pandora y Prometeo identifican la vida con la fuerza que brota de la armonía de sus corazones. Imposible resulta existir sin percibir el amor ni inspirarlo. Es un vínculo social universal. Ese es el verdadero regalo que lleva Pandora sin el cual la obra de Prometeo hubiera estado incompleta. Pandora trae el bien, el supremo bien, que es el amor y que es mucho más poderoso que los males liberados por los dioses. La mujer deja de ser objeto de pecado, de perdición, mera ocasión para el error. Al contrario, ella misma adquiere una posición central.

Ajeno a la trampa o al engaño, el amor constituye el orden social de la convivencia que en Voltaire es inseparable de la crítica contra la tiranía. Si hay algo ingénito en la humanidad no es el pecado, sino el amor. No poseemos una naturaleza inclinada al odio, al mal, sino a la mutua lealtad, al cariño ferviente con el que se aman todos los seres dotados de razón.

Zeus, el injusto y tiránico rey de los dioses rapta a Pandora, no tanto para castigar a Prometeo como para gozarse de ella cuanto desee, pues el divino monarca puede poseer todo lo que apetezca. Es un rey arbitrario que disfruta ejerciendo el peso de su poder.

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