La Opinión de Murcia

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Los clásicos y los días

Recuerdos de Sócrates

Sin duda en la serenidad de la muerte de Sócrates existe un paralelismo con Jesús ante el Sanedrín judío

La muerte de Sócrates

La vida ascética de Sócrates y su injusta muerte, no eludida por la propia víctima, equiparable por ello por ciertos autores, con matices, a la de Cristo, son narradas por Jenofonte en su libro Recuerdos de Sócrates. En cuatro pequeños volúmenes el historiador griego, ya que Sócrates no escribió nada, describe las acusaciones vertidas contra el sabio de Atenas: no reconocer a los dioses de la polis y corromper a los jóvenes de la ciudad. Jenofonte rebate con argumentos a los detractores y elogia el modo de vida austero de su maestro, tanto en alimentación, como en indumentaria, a la vez que elogia su servicio a las gentes. A Sócrates, a causa de su sobriedad, uno de sus críticos le llamó ‘Maestro de la miseria’.

Aparecen en Recuerdos de Sócrates, en la etapa de terror de los Treinta Tiranos (año 404 a.C.), temas que serían noticia en las democracias occidentales de hoy: la ética vs la conveniencia personal; el uso y manejo de los conocimientos vs la bondad y la equidad; ¿Coincide lo legal con lo justo?; la necesidad de contener a los perversos o de excluir a aquellos que no contribuyen al bien de la nación y de sus conciudadanos; la existencia de candidatos políticos sin valores éticos; la corrupción de los políticos por el dinero, el poder, el orgullo, la adulación.

Destaca Jenofonte aspectos esenciales en el individuo y su educación, «el bien más grande de los hombres», propuestos por Sócrates y que nosotros olvidamos a menudo: el elogio y exaltación de la amistad; la necesidad de compartir una enseñanza mutua, especialmente dirigida a los jóvenes; la prioridad de la persuasión frente a la violencia; desenmascarar al mal político vs el filósofo honrado; diferenciar lo correcto de lo injusto; desterrar la ignorancia; honrar a los padres y madres; el valor de la austeridad en la vida de las personas; el ejercicio constante de las virtudes para crear buenos y honrados ciudadanos; la prioridad de la bondad.

Es cierto que Sócrates no alcanzó plena eficacia ante su discípulo Alcibíades, circunstancia que luego también padecería Aristóteles con Alejandro, Séneca con Nerón o incluso Obi Wan Kenobi con Anakin Skywalker en La Guerra de las Galaxias. Pero lo que importaba era el ejemplo de vida de Sócrates y su ‘predicación’, «enseñando gratis todo lo bueno que podía».

Es muy interesante la alusión de Sócrates, como un preludio en el siglo V, al monoteísmo, por sublimación de Zeus. Y la necesidad de honrar a los dioses porque, decía, ellos velan por los humanos y les proveen de paz, de luz y de alimento.

Además de la sentencia universalmente sabida de «Conócete a ti mismo», aparecen otras fórmulas que luego han trascendido a otros ámbitos: «El dominio de sí mismo». También la consideración que se resume en: «Sed felices y haced felices a los demás». Igualmente, encontramos una reflexión: la felicidad no la otorga ni la fuerza, ni el dinero, ni la fama, ni la belleza, porque degeneran en corrupción. Solo «lo justo es bueno y hermoso», afirmaba.

Deliciosa es la escena en la que Sócrates, junto con sus discípulos, visita a la bella Teodota, hataira de Alcibíades, mujer de gran inteligencia y musa de artistas de la época. Y se plantea ante ella una pregunta cósmica impecable y trascendente: «¿…debemos más bien nosotros estar agradecidos a Teódota, porque nos ha dejado ver su hermosura, o más bien a nosotros ella, porque la hemos contemplado?».

Emotivos son aquellos instantes finales de Sócrates, que Jenofonte desarrolla en el opúsculo de la Apología o Defensa ante el Jurado. El filósofo está rodeado de sus amigos íntimos, cuando uno de ellos, de espíritu sencillo, «un tanto simple», comenta Jenofonte, lamenta llorando, que muera injustamente. A lo que Sócrates, con infinito cariño, sonriéndole, acariciándole la cabeza, le responde: «Así que tú, mi querido Apolodoro, ¿mejor querrías verme morir con justicia, que injustamente?».

La serenidad de Sócrates ante su condena a muerte es exaltada por Jenofonte. Sin duda existe un paralelismo con Jesús ante el Sanedrín judío, según relatan los Evangelios, pues Sócrates responde a sus amigos que pretenden ayudarle a escapar o a preparar su defensa ante el tribunal que le va a juzgar y los falsos testigos: «¿Acaso no creéis que me he pasado la vida preparando mi defensa, porque llego al final de ella sin haber hecho nada injusto o malo, que es precisamente lo que estimo como la mejor preparación de una defensa?». La asunción de su muerte, como algo necesario y como designio de ‘la divinidad’, dirá Sócrates, admite una analogía con la aceptación por Jesús de la voluntad del Padre.

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