La Opinión de Murcia

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Entrevista

Lola López Mondéjar: "Pensamos a ritmo de tuit: con muy pocas palabras y generando afinidades o enemigos"

La autora molinense presenta esta tarde en el Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy de Cartagena su último libro, ‘Invulnerables e invertebrados (2022), un ensayo en el que analiza las ‘mutaciones antropológicas’ del sujeto contemporáneo

La escritora y psicoanalista molinense Lola López Mondéjar. L. O.

Si hubiera que definir con una sola palabra los últimos meses (ya años), ésta sería ‘incertidumbre’. Pero no solo por la covid... De hecho, esa atronadora sensación del ‘no hay futuro’ es, más bien, sintomática de nuestro tiempo. Y las enfermedades más curadas dejan secuelas. De eso habla la escritora y psicoanalista Lola López Mondéjar en su último libro, Invulnerables e invertebrados. Mutaciones antropológicas del sujeto contemporáneo (Anagrama, 2022), un ensayo en el que analiza cómo el individuo se enfrenta (o se ‘adapta’) a la angustia, al desasosiego. Eso sí, lo hace con referencias al cine, a la literatura, a la filosofía... «No es un libro para profesionales de la psicología; está escrito para que pueda ser leído por cualquier persona que se interrogue sobre nuestro tiempo», apunta. Esta tarde (20.00 horas) lo presenta en el Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy de Cartagena, acompañada por el también autor y profesor Miguel Ángel Hernández.

 

¿Qué motiva este ensayo? 

La experiencia clínica. Desde hace algunos años, los profesionales de la psicología estábamos viendo con cierto temor la aparición de síntomas y dinámicas nuevas en nuestros pacientes. Estábamos inquietos, no sabíamos qué estaba pasando. Así que me puse a investigar. Como siempre, lo hice de una forma muy interdisciplinar, tomando como emergentes tanto series de televisión, películas y literatura, como la sociología y el psicoanálisis, además de la práctica clínica. Pronto empecé a comprender el tipo de individuos que produce la modernidad tardía, y eso me dio la oportunidad de seguir reflexionando sobre ello en encuentros, congresos y, sobre todo, hablando con jóvenes, a los que yo les iba contando mis impresiones y ellos me confirmaban que sí, que por ahí iban las cosas.

En ese proceso nace un concepto: el de la ‘fantasía de invulnerabilidad’, que es central en esta obra.

Correcto. Ante el crecimiento exponencial de la incertidumbre que domina nuestro mundo –y que deriva en una angustia también creciente–, hay dos tipos de personas: por un lado están quienes no consiguen sostenerse, y que generan una gran cantidad de patologías mentales de todo tipo, como la depresión (la tasa de suicidio entre los jóvenes es realmente preocupante, así como el uso y abuso de los psicofármacos), y, por otro, los que consiguen adaptarse, que son de los que yo me ocupo en este libro. 

¿Y cómo lo hacen? ¿Cómo consiguen adaptarse?

Vaciando su interioridad, agarrándose a una ‘fantasía de invulnerabilidad’ protagonizada por la identificación con los aspectos más omnipotentes de nosotros mismos y con, efectivamente, una negación de la vulnerabilidad, de la fragilidad. Es, en definitiva, un mecanismo de disociación. Te pongo un ejemplo (un ejemplo que, además, no he tratado en el libro, aunque me hubiera encantado): ‘El timador de Tinder’, al que Netflix le dedicó un documental hace poco. Si nos referimos a él en estos términos, hablaríamos de un individuo hiperadaptado al sistema. Lo que él hace es construir una imagen de sí mismo en base a lo que el sistema exige (riqueza, lujo, conquista, seducción, etc.). Y en la película vemos cómo casi que llega a un punto en el que él mismo desconoce quién es realmente; se cree intensamente el personaje que ha creado. Son este tipo de personas –de identidad imaginaria y una preocupante frialidad afectiva– las que a mí me interesan en este ensayo, ya que constituyen una auténtica ‘mutación antropológica’, un concepto que tomo prestado de Pasolini. Él decía que la entrada de la televisión y el consumo masivo en Italia habían transformado profundamente a sus compatriotas. Pues bien, aquella situación se ha ido agravando con el tiempo y la consecuencia es que las sociedad son hoy máquinas generadoras de ‘individuos sin sujeto’, es decir: personas que tienen conciencia de sí mismas, que tienen identidad, pero que carecen de un mundo interior propio, de diálogo consigo mismos. Yo les llamo ‘hombres y mujeres huecos’.

De todas formas, en el libro da a entender que no nos ha quedado otra ante el dolor, la precariedad, la crueldad, la hostilidad...

Sí. Es que es como si la sociedad fuera estructuralmente traumática. Porque no es algo nuevo: siempre nos hemos enfrentado a ciertas dosis de incertidumbre. Y cuando esa dosis se ha incrementado, han aparecido los ‘-ismos’ como lugares en los que sostenerse: religiones e ideologías de las que se podían colgar los individuos para adoptar una identidad con la que sobrevivir en ese mundo concreto. Pero lo que ha ocurrido ahora es que todo eso ha saltado por los aires; si acaso, todos esos movimientos solo sirven para sujetar moderadamente, precariamente. Y, ante esa incertidumbre, se da esa producción de sujetos que entienden que lo mejor es no pensar, no reflexionar, no depender de los demás. Es una conducta muy típica del neoliberalismo y la sociedad de consumo. Eso y el ‘huir hacia delante’ como mecanismo de defensa: hacer cualquier cosa que implique acción como paliativo, para no sufrir. ¿Me pasa algo? Actúo. ¿Me ha dejado el novio o la novia? Me busca otro y otra. La promesa de felicidad está haciendo mucho daño...

Para la gente de mi generación [millennial], esa ‘promesa de felicidad’ era un sistema perfectamente estructurado en el que uno se sacaba el colegio, el instituto y el Bachiller, llegaba a la universidad, inmediatamente salía al mercado laboral, se casaba, se compraba un piso, tenía hijos... ¿Todo eso era una fantasía?

Sí y no. Las sociedades cambian. Pero, como te digo, siempre ha habito un grado de incertidumbre, aunque quizá nosotros nunca la habíamos vivido con esta intensidad. Ahora todo es incierto, no hay futuro (que decía aquel). Y, cuando eso pasa, la angustia crece y, con ella, los síntomas. Ante eso solo nos queda claudicar o el enfriamiento afectivo: «Si no siento nada no puedo sufrir». Lo que da lugar a individuos muy narcisistas. A menudo Bauman cita una frase de Ralph W. Emerson que es bastante ilustrativa: «Cuando patinamos sobre hielo fino la única solución es la velocidad». Esa es vuestra generación. ¿Por qué Leonardo DiCaprio ha tenido tantas novias en apenas ocho meses? Porque cualquier cosa que sea aventurarse a sufrir es un riesgo, así que antes de que me dejen a mí, lo dejo yo. Pero con eso solo conseguimos privarnos de experiencias, dejar de producir nuestra subjetividad. Y como no escribimos en el cuerpo nuestro dolor, luego no sé narrar lo que me pasa. Hay una atrofia de la capacidad narrativa.

"En el fondo, psicópatas hiperadaptados como Trump o ‘El timador de Tinder’ son las personas más enfermas. Mucho más que el que tiene depresión y se da cuenta de ello"

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A tenor de lo que cuenta en Invulnerables e invertebrados, si algo le preocupa especialmente es que, en esta transformación del individuo que consigue adaptarse, la moralidad se esté quedando relegada a un segundo plano. ¿Cómo de grave es esto?

Supergrave. Es que, mira: la moral es conflictiva porque apunta directamente a ese enfrentamiento entre lo que deseo, lo que anhelo, y lo que está prohibido. Así que, si yo no quiero entrar en conflicto, lo que tengo que hacer es borrar los valores morales (de nuevo, como un mecanismo de defensa). De esto hablo mucho en el capítulo que dedico al amor en estos tiempos. 

En este sentido, también subraya la pérdida de la capacidad crítica del individuo, que, por cierto, liga directamente con la merma de la creatividad.

Eso es. El pensamiento critico es muy minoritario ahora mismo, casi no existe. Se nota mucho a nivel social con la ‘cultura de la cancelación’, por ejemplo: si algo no me gusta, me lo quito de encima; no hay debate, solo censura. Fíjate, a mí lo que más me gustaría de este libro es poder hablarlo, que la gente me dijera: «No opino como tú». Porque vivimos en una sociedad de grandes consensos; la capacidad crítica, que exige más rigor, se está perdiendo. Pensamos a ritmo de tuit: con muy poquitas palabras y generando afinidades o enemigos, y eso no favorece en nada a la creación de subjetividad, sino al contrario. Parece que vivimos días en los que hemos abierto el abanico de las diferencias pero en el fondo somos más maniqueístas que nunca.

Todo es blanco o negro, no hay grises. No hay posibilidad de que haya grises, solo polos opuestos.

Y eso tiene mucho que ver con la cultura digital, con el capitalismo numérico. Empezó con la televisión –como decía Pasolini– y ahora, con Internet, la pérdida de lo presencial y el modo en que se comunican los jóvenes, ha crecido de manera exponencial (por desgracia). Porque nos educa en el sesgo de la confirmación; es decir: me reúno con gente que piensa como yo, los algoritmos me muestran aquello que me gusta, etc. Y eso genera un consenso ficticio, de pequeños grupos. Nunca nos enfrentamos a la diferencia y, cuando lo hacemos, tendemos a la radicalidad: no hay lugar al debate ni a la argumentación. 

Como mencionaba antes, y aunque bordea muchos aspectos o niveles diferentes en los que esta ‘mutación antropológica’ se hace patente, sobre todo reflexiona en torno a las relaciones, al amor, a los tiempos de Tinder. Pero al final, todo redunda en la construcción de la propia identidad y en cómo la sociedad (en este caso, neoliberal, capitalista) nos guía en ese proceso en base a lo que le interesa.

Sí. Produce los sujetos que mejor se acoplan a su forma de funcionar, que son aquellos movidos por la ‘fantasía de invulnerabilidad’. Mi tesis, lo que yo defiendo, es que a más identidad, más patología mental. Me explico: la salud mental no es tener una identidad rígida, sino una reflexividad dinámica y creativa; una subjetividad que no se cierra nunca, que se interroga; una identidad narrativa en construcción, podríamos decir. Pero vivimos tiempos de identidades monolíticas. Los populismos –Vox, por ejemplo– fomentan identidades sólidas, convencionales. Y basadas en apenas cuatro rasgos (aunque muy afirmados). Eso habla de individualidades vacías, incapaces de dudar, y, por lo tanto, de cambiar, de crecer. Nos lleva a una sociedad infantilizada.

Pero la alternativa es romperse, ser incapaz de soportar la incertidumbre. No diría que es usted muy optimista en relación con las posibilidades de que esto cambie a corto-medio plazo...

No. Soy tremendamente pesimista; creo que esto no va a cambiar. Antes se nos cae el mundo entero... Decía Berardi que «lo inesperado puede acaecer», pero es que lo más seguro es que lo que acaezca sea una crisis medioambiental. No tenemos tiempo...

Entonces, ¿qué hacemos?

A veces pienso que adaptarse es lo más sano, pero, en el fondo, psicópatas como Trump o ‘El timador de Tinder’ son las personas más enfermas. Mucho más que el que tiene depresión y se da cuenta de ello. Por lo menos con estos podemos trabajar... Pero sí, soy bastante pesimista: nos han desactivado a todos.

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