La Opinión de Murcia

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Crónica

Warm Up y el traje nuevo del emperador

La primera tanda de conciertos del festival, rodeado por un ambiente festivo, deja para el recuerdo el espectáculo de Bastille

El ambiente festivo reinó en la primera jornada del festival. | ISRAEL SÁNCHEZ

El Warm Up arrancaba entre ilusiones y esperanzas, por lo que significaba de vuelta a la normalidad, pero este anhelado regreso se vio empañado por un caos generalizado que incluyó largas colas de hasta dos horas para acceder al recinto, lo que hizo que en la redes sociales fuera rebautizado como Warm Out , por aquello de tener que escuchar a tus artistas favoritos mientras haces cola para entrar. Nunca se había visto nada igual.

Los londineses Bastille hicieron disfrutar usando la tristeza, en un show obsesionado por las complejidades del futuro. Su nuevo álbum, Give Me The Future, festivo y apocalíptico, que fue nº 1 en las listas británicas, es un disco conceptual; su leit-motiv es una distopía llamada Futurescape, una aplicación con la que los humanos se han vuelto adictos a la realidad virtual, y que al parecer inspiró la necesidad de evasión durante la pandemia. Aunque algo kitsch, este concepto daba cohesión a los mensajes, y aportaba la pompa necesaria. El lustre y el drama añadidos venían bien, sobre todo porque Dan Smith y sus modestos compañeros a menudo no alcanzaban el nivel de carisma suficiente para darle encanto al espacio escénico sin ayuda de parafernalia.

Warm Up y el traje nuevo del emperador |

Bastille han disfrutado del éxito masivo gracias s sus singles Pompeii y Happier, pero a pesar de ello nunca han perdido la originalidad. Son una banda que rehúye el estrellato y dejan que hable su música, con una pasión por ella que trasciende todo lo demás.

Al final hicieron Pompeii, favorita de los fans, seguida de Shut Off The Lights, y con la ‘loop station’ de Harry integraron voces grabadas del público en el estribillo, generando recias y energéticas texturas en contraste con los arreglos acústicos de Pompeii, pasando por la gloriosa versión de Rhythm of the Night de Corona, que estiraron hasta el paroxismo y fue el momento más coreado de la noche. Fundir oscuridad y positivismo -y buenas vibraciones con el ruinoso presente (y futuro)- es lo que siempre han hecho, y lo que les ha traído hasta aquí. «¿Quién sabe lo que nos deparará el futuro? No importa si te tengo a ti», sentenció Smith al final, mientras en la gran pantalla terminaba la conexión y aparecía un mensaje: ‘SYSTEM FAILURE’.

El escenario principal ofrecía antes las actuaciones de Lori Meyers y Fangoria. Huelga decir que fueron, junto a Bastille, las actuaciones con mayor convocatoria (bueno, y la del fenómeno Rigoberta Bandini, aunque durante la mayor parte de su actuación era el único escenario que funcionaba).

Warm Up y el traje nuevo del emperador | FOTOS DE ISRAEL SÁNCHEZ

Lori Meyers volvían a aterrizar en el Warm Up para presentar su último álbum, Espacios Infinitos, producido por la banda junto a James Bagshaw (cantante, guitarrista y compositor del grupo británico Temples), pero no se olvidaron de bastantes de sus canciones más conocidas. Abrieron con Presente, y sonó a declaración de intenciones, a ‘carpe diem’. No es difícil imaginar que conectaran fácilmente con el público. Los granaínos son expertos en esto, pese a que resulten algo estáticos en el escenario. Siguió Luces de Neón, con la que condujeron a Fatiga Pandémica, que todos sienten muy propia. Y hablando de identificación, un momento culmen fue Emborracharme, auténtico himno carne de festival, que el personal corea como hooligans en un estadio. Esa es su realidad y la de muchos de los asistentes, el pop como mínimo común denominador, y Noni convertido desde hace años en una estrella indie. Son un grupo consolidado a base de discos notables y directos rotundos y ejemplares. Con su nuevo álbum se les puede descubrir perfeccionando aún más si cabe la fórmula para dar con hits redondos, con alma de estadio, bailables y pegadizos desde la primera escucha, de sonido ambicioso que se expande triunfal y vigoroso, que en vivo redobla percusiones, guitarras y teclados hasta límites orgiásticos, de melodías con gancho y potencia vital y optimista, con su pizca de ironía, clase y melancolía. Y todo esto, como canta Noni en Alta Fdelidad, es culpa de la gente.

Fangoria están presentando sus dos últimos EPs: Existencialismo Pop y Edificaciones Paganas, con canciones que combinan tecno pop, house y otros estilos y reafirman la apuesta por el eclecticismo del grupo encabezado por Alaska y Nacho Canut. El sonido no difiere de producciones anteriores, pero sin el toque de La Casa Azul. Alaska, que se movía con la elegancia de una diosa del electropop, apareció primero vestida a lo David Bowie con unos espectaculares bailarines y unos visuales,que ya parecen de otro tiempo, para invitar al público a su particular Fiesta en el infierno. Al fondo, un Nacho Canut voluntariamente alejado de los focos. Fangoria se dedicaron a combinar algunos de sus clásicos con temas extraídos de sus últimos discos de versiones. Seguramente, gracias a este repertorio festivalero con temas de todas las épocas, como Bailando o Desafíame (versión de Ríos de Gloria), para nostálgicos de la electrónica noventera, en la que ellos permanecen instalados cómodamente, consiguieron que nadie se sintiera decepcionado, y eso que el sonido fue irregular. Fangoria siempre se han situado en la frontera de lo kitsch, y Alaska, lideresa de la postmovida petarda, mantiene intacta su elegancia en escena y todo el ímpetu en directo. Nos llevaron de lo moderno a lo chochi, de lo diferente a lo vulgar, en un concierto corto, contundente y demoledor. Pop, glam y sadomaso mejor que una aspirina. El delirio salió del armario.

Lori Meyers presentaron ‘Espacios infinitos, pero no se olvidaron de sus canciones más conocidas

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Propuestas como las de Digitalism van más allá de ser dos pinchadiscos poniendo sus beats. Hay todo una performance con voces, bailes e interacción con el público que hace falta ver y que refiere a los grandes de Dusseldorf, Kraftwerk. El dúo compuesto por Ismail Tüfekçi y Jens Moelle siempre ha destacado por partir de un sonido similar al ‘french house’, con toques de electrónica, dance punk e indie rock. De hecho, se inspiran en Daft Punk y Justice, Como es costumbre, Digitalism basaron su show en sonidos futuristas creados a partir de sintetizadores, con un estilo noventero pero a la vez innovador y original. Aunque con altibajos, consiguieron deslumbrar al público con una impactante escenografía de luz y color.

Por los otros escenarios se repartieron actuaciones para enmarcar, como la de los franceses La Femme, pero hablemos antes del concierto de María Arnal y Marcel Bagés, que presentaban su disco Clamor, una obra ambiciosa, cósmica e intimista que redobla su apuesta por la experimentación, sin olvidar el sustrato popular. El dúo ahora es un trío, ha experimentado una metamorfosis, y las cuerdas de Bagés se ponen al servicio de loops ambientales, creando texturas y cediendo el protagonismo a la electrónica, mediante capas de sintetizadores y ritmos a veces intrincados, y a un tratamiento de la voz en el que se adivinan las idolatrías personales de Arnal (Björk, Animal Collective, María del Mar Bonet, Silvia Pérez Cruz, o el Badalamenti de Twin Peaks), con una presencia etérea y magnética, descalza, sobre el escenario donde todo fluye con naturalidad. El repertorio fue una combinación de canciones de sus dos discos. Brillaron -y se agradecieron- los reformulados temas más célebres de su primer disco, como Tú que vienes a rondarme, o la milenaria Cant de la Sibi-la. Tras de ti fue otro de los momentos álgidos del show, donde tradición y vanguardia se dan la mano. Puro trance que contagió a sus fieles.

Warm Up y el traje nuevo del emperador

Con Sen Senra dio la impresión de que no se sintió cómodo, y finalizó su show de forma un tanto abrupta. Sospecho que le cortaron debido al retraso arrastrado desde el concierto de Arde Bogotá. Sí se pudo comprobar que el músico gallego tiene un público muy heterogéneo, y su directo ofrece una propuesta algo minimalista en lo escénico, todo el protagonismo es suyo. El show transcurrió en un ambiente íntimo que, unido a algunas deficiencias de sonido, terminó por desinteresar a los que no estaban próximos: tampoco es que él contribuyera mucho; apenas dirigió la palabra al público. En el reino del autotune, y aunque se le ha metido en el aluvión de las músicas urbanas, las canciones de Sen Senra tienen alma pop y una indisimulada pulsión electrónica, con alguna guitarra y vccoder. Todo transcurre en calma, un poco ‘chill’. Entre lo ‘fucker’ y lo contemplativo.

Todo por los aires

Alejados de parafernalias grandilocuentes y con una puesta en escena austera (4 sintetizadores, una guitarra, y la batería detrás), alineados los músicos en las boca del escenario, los franceses La Femme pusieron el Warm Up boca abajo haciendo ver cómo juegan ya en ligas superiores. Sin perder en ningún momento el espíritu DIY nos hicieron disfrutar de uno de los mejores conciertos que se puedan ver en la actualidad, conjugando su más frenético kraut rock con pinceladas new wave a lo Devo, incluso Plastic Bertrand, el yeyetronic de Stereo Total, New Order o las melodías perversas que Gainsbourg escribiera para una sexy France Gall. El sexteto galo, uniformado de blanco, fue directamente al turrón y se metió al público en el bolsillo, haciendo saltar todo por los aires. Esto sí que acabó en éxtasis.

El huracán Rigoberta Bandini (Paula Ribó), lejos de amainar, crece con más fuerza. Ay mamá desató la locura en el Warm Up. Era su primer festival del año, y ciertamente convocó, pero es que no había nada más. Además era su cumpleaños. Su línea ascendente arrancó con la gamberra Too Many Drugs, seguida por la exitosa In Spain We Call It Soledad y el inmediato hit bailable Perra, de espíritu rompe-pistas, el de una canción que es imposible que no te saque un baile y que apunta a himno generacional. Pero el concierto se resintió por la falta de canciones, y Rigoberta y sus amigos se vieron necesitados de echar mano de algunas versiones, como Cuando tú nazcas (la versión de Mocedades que se basa en la 7ª sinfonía de Beethoven, perpetrando un auténtico crimen); también recurrieron al La La La, creo que en plan de burla. El mérito de Rigoberta tal vez resida en eso, en cargar la fiesta de significado y lanzar un mensaje más transversal. Se ha convertido en un fenómeno televisivo para un público de todas las edades . No se conocía nada igual desde la eurovisiva Rosa. La locura era esperable en sus temas más movidos y populares. Ay Mamá la hicieron dos veces, ante gargantas irritadas por la exaltación. Electropop con mensaje, pero también hedonismo. Papilla pretenciosa para paladares poco exigentes, no poco broma, que provocó evocaciones como la del traje nuevo del emperador, o aquella más cinematográfica: «Francamente, querida, me importa un bledo».

Lo de Ginebras es el triunfo de la naturalidad. Su sencillez y falta de pretensiones han conquistado a todo aquel que se ha cruzado con ellas, a través de canciones aparentemente sencillas que esconden una serie de valores: amor libre, feminismo y sentido común en definitiva, sin postureos ni prejuicios. Desde el humor y en ese punto medio entre lo alegre y lo funesto, dan sentido a la fiesta: «Otros lo hacen mejor, pero no les entiendo». A pesar de lo tarde que se hizo, nadie quería irse. Con altura.

La representación local estuvo por encima de la media, lo que da una imagen halagüeña de la creatividad murciana. Fueron muy disfrutables e intensos los conciertos de Mavica (se aproxima sustancialmente al folk-pop con influencias que van desde Bon Iver a Sufjan Stevens pasando por Ex Re, Phoebe Bridgers o Clairo, y, pese a los nervios de su actuación, se manifestó como una artista muy a tener en cuenta desde ya y de cara a años venideros) y de Hoonine, alter ego de la compositora, productora y cantante Carmen Alarcón, que estrenaba su debut, Roca roja, donde se mueve entre electrónica, melodías synth-pop , R&B y downtempo desprovista de edulcorantes, con referencias a James Blake, Arca, Frank Ocean, FKA Twigs, Disclosure, o The XX. A poco que se haga justicia, firme candidata a figurar en las listas de lo mejor del año.

Aupados a los cielos, Arde Bogotá son la banda de rock del momento, una de las pocas bandas de guitarras que siguen despertando interés de crítica y público. Ni siquiera con Los Enemigos se había visto congregado tanto público a esa hora tan temprana en la que comenzaron, y eso que había enormes atascos que impedían la entrada. En su oda al desconsuelo contemporáneo, juntan los sentimientos negativos y los transforman en una colección de canciones viscerales. La bajona como signo de los tiempos. Su cantante posee el carisma de las estrellas del rock; lo tiene todo: un gran talento compositor, una voz seductora y una fuerte presencia escénica. Puro romanticismo posmoderno. Del huracán de indie rock acelerado al rock sensual de amplio espectro, el show no pudo ser más vertiginoso, con una retahíla de hits por la que matarían muchos grupos.

Los Bogotá se miran en el espejo de bandas de rock como Artic Monkeys, y suenan tremendamente conjuntados y bravos liderados por ese doctor Jeckyll que es Antonio García, siempre incisivo en su discurso: «Yo antes me colaba aquí con mis amigos, y ahora he venido a cantar». Siembran con sobrado aplomo una capa de ponzoñosas brasas incandescentes, creando una gran intensidad escénica. Su puesta en escena es formidable: un diseño de espectáculo en dos planos, con el batería transformado en dinamo aporreando en plan King Kong (menuda sección rítmica; el bajista suena potente como un acorazado). Llegan a sonar hasta tres guitarras (han incorporado también la de su productor, Lalo GV) para un rock terso, directo al mentón, apasionante en sus crepitantes giros rítmicos, y siempre al galope, soltando guitarrazos a toda castaña.

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