La Opinión de Murcia

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Música

Cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda

El ambiente festivo continúa inundando La Fica en la segunda jornada del Warm Up

El publicó vibró en la segunda jornada del festival que se ha celebrado en el recinto de la Fica de la capital de la Región | ISRAEL SÁNCHEZ

Seis cuarentones levantan campamento a unos metros de la Repsol de Primero de mayo. No han dado ni las seis. «Esto parece el Bando», dice uno de ellos, que demuestra su condición de líder abriendo la primera lata. «Qué calor», dice otro. Otro: «El Sen Senra ese sonó ayer como el culo, yo no sé qué pasó». El cuarto observa los números blancos del surtidor. «Qué disparate de precios», reflexiona. El sexto aprovecha y desenfunda: «Dicen que ayer la cola fue de ocho o nueve kilómetros». Es posible que, en este preciso momento de la historia, la cola de un festival con aspiraciones masivas sea el lugar indicado para encontrar las respuestas correctas. O, como mínimo, para saber cuál es el orden del día, qué ha pasado con el modelo de festivales una pandemia (casi) después. Y parecía imposible, pero todo apunta a que la fórmula es en 2022 casi perfecta, mucho más pulida que la que ha imperado en los últimos tres lustros a lo largo y ancho de este país.

El equilibrio entre electrónica, eso-que-en-algún-momento-se-llamó-indie y los últimos eructos del pop británico, pasados por las dudosas turbinas del britpop y el ‘landfill indie’, siempre estuvo ahí. Lo que hace al Warm Up 2022 un evento histórico es el hecho de que a prácticamente nadie le importe quién toca. Hace unos días, el director de un festival de cine murciano decía en Facebook que sentía «nostalgia de cuando discutíamos si ir o no». Es un sentimiento legítimo, pero la película ya es otra.

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Así fue el segundo día del Warm Up Israel Sánchez

Ni siquiera se trata de que sea ‘una experiencia’. El festival, que siempre tuvo claro que su marca era ‘dos días de música para prácticamente todo el mundo en la primera ciudad del mundo en la que la primavera se presenta sin vergüenza’, se mueve desde hace tiempo lejos de los parámetros que sirven para analizar cualquier otro evento cultural masivo de esta Región. El Warm es un símbolo. Es ese momento de El hombre que mató a Liberty Valance en que el periodista le suelta a Ransom Stoddard: «Esto es América, cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda». Para alcanzar esa categoría, al festival solo le faltaba el mercadeo de la melancolía y la posterior estampida. Lo decía un taxista: «Se ve que es de los años con peores grupos, pero yo te digo que en mi vida había cogido a tanta gente, ni siquiera en los años gordos, van como pollos sin cabeza para allá y para acá». Lo corroboraba la cara del tipo que casi lamentaba que la cola de ayer fuera solo de 500 metros.

Cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda |

Cerca del Punto Violeta, un grupo de estudiantes de Bioquímica, pelo Amélie, tenían clara la ruta de anoche: Nunatak, Miles Kane, The Vaccines, Izal «que se nos van», Zahara, pausa alimenticia y Ojete Calor. A unos metros, un tipo con una gorra amarilla espantaba moscas imaginarias: «¿El de Sen Senra? El mejor concierto de mi vida. Y hoy...¡festival!».

Cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda | FOTOS DE ISRAEL SÁNCHEZ

Las quejas

Como todo relato verosímil, al del Warm no le faltan ni los negacionistas. Ana Martínez lamentaba «el engaño de las pulseras». A saber: la única manera de pagar en La Fica es comerse una cola, frotar una tarjeta de crédito contra la pantalla de un datáfono, que, maravillas de la tecnología, transfiere dicho montante económico a la placa que corona la pulsera de acceso. «La historia es que lo que te sobre no puedes sacarlo de ninguna manera, a mí me sobró anoche un euro y ese euro...para ellos se queda», decía.

El sonido de la primera jornada también generó controversia. Una controversia amortiguada, de todas formas: todo indica a que la pandemia ha convertido en elitista, esnob, burgués cultural y cualquier otro insulto que provocaría el encrespamiento instantáneo de una barba a quienquiera que analice la manera en que los gorgoritos del escenario llegan al asfalto. Es otra victoria del garrafón musical. Da donde duele, además. Uno tuerce el gesto ante una guitarra que no se oye y nota en su campo de visión miradas acusatorias. «¿Es que no sabes que hemos pasado una pandemia? -parecen decir- Estamos vivos, ¿qué más quieres?».

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