Luis Sánchez Martín no se considera un pesimista. «Soy un optimista informado», dice. El autor murciano, que acaba de publicar Todo en orden (Chamán, 2022), un libro de relatos en el que reivindica «el derecho a estar enfadado y ser vengativo y rencoroso». Ferviente seguidor de Bukowski, en su último libro vuelve a poner el foco en los márgenes (y alrededores) de la sociedad.

 

Cuando se habla de usted se nombra a Bukowski. ¿Qué es eso del ‘bukowskismo murciano’?

Esa expresión la acuñó José Daniel Espejo, así que habría que preguntarle mejor a él, pero supongo que se refiere a un grupo de escritores anti-Mr. Wonderful que adornamos poco nuestros textos y hablamos sin tapujos de alcoholismo, depresión, familias desectructuradas, maltrato, precariedad… 

A mí se me relaciona con Bukowski porque no es ningún secreto la admiración (adoración, casi) que siento por él. Quienes piensan (muchos) que sólo escribía sobre mujeres y alcohol, o no lo han leído o no lo han entendido. Era un genio y revolucionó la literatura (sobre todo la poesía) de su época.

Todo en orden no es su primer libro, pero... ¿ha matado ya a su padre literario?  

A toda mi familia, de hecho.

En su escritura hay bastante música. ¿Qué papel juegan las canciones en sus historias?

Aunque a un escritor se le presupone cierto don o facilidad para crear historias, a la hora de la verdad creo que la inmensa mayoría tiramos de autobiografía, por eso está tan en boga eso de la ‘autoficción’. Pero, en mi caso concreto, yo no soy capaz de meter nada de ficción en mi poesía; toda mi obra poética es mi reflejo en el espejo. En narrativa me atrevo más con la ficción, sobre todo por no aburrir al lector –no he tenido una vida tan apasionante como pueda parecer–, pero también hay mucho de mí en cada relato. Y ahora, respondiendo al fin a la pregunta, ¿qué es la música, sino una estupenda herramienta para ir configurando futuros recuerdos? Hay muchos momentos de mi vida que no tendrían sentido (o que no recordaría) si no hubieran tenido su propia banda sonora. De hecho, mi anterior libro se titula Carrera con el Diablo por una canción de Gene Vincent...

Desde el canon literario se suele esperar que las historias de la clase obrera (como las que usted escribe en Todo en orden) sean relatos fraternales o crónicas de una espiral de adicciones y bajada a los infiernos. La realidad no suele ser ni una cosa ni la otra. ¿Cree que ese exotismo, que evidentemente viene de que la gran mayoría del canon literario es eminentemente burgués, tiene remedio?

Para empezar debo decir, con perdón, que a mí el canon me la sopla, porque entiendo que al hablar de ‘canon’ nos referimos a autores (re)conocidísimos que publican en grandes sellos, y no es eso lo que yo leo. Mi recorrido lector se mueve en los márgenes, en escritores que no conocen más de quinientas personas, que suelo tener de ‘amigos’ en redes y que publican en editoriales con tiradas que, si te descuidas, se agota el libro y ya no se reimprime nunca más. Y si escribo es porque leo, no hay más; el ‘escritor que no lee’ es un idiota que no sabe que lo es porque nadie se lo dice.

«Los de abajo estaremos siempre abajo, por eso exijo el derecho a estar enfadado y ser vengativo y rencoroso»

Dicho esto, en mi caso concreto, esa espiral de adicciones y bajada a los infiernos sí existe porque la he vivido. A mí nadie puede decirme que eso no es real porque he sido alcohólico e incluso he llegado a dormir en la calle para no perder un trabajo de camarero en La Manga cuando tenía poco más de 20 años. En la fraternidad y el victimismo es donde procuro no caer. Evidentemente, los protagonistas de mis relatos son víctimas de un sistema donde la dignidad es hereditaria, pero también creo que se lee entre líneas que, como autor, no dejo que den pena, que en su situación también ha influido que han tomado decisiones equivocadas o incluso que se han dejado pisotear, que podían haber hecho algo más que aceptar lo que les tocaba. Y aquí entra el otro factor, la fraternidad, que entiendo que se refiere a que el protagonista se resigna y acepta lo que le ha tocado en suerte vivir, con la esperanza de que todo puede cambiar. Y no, eso nunca. Los de abajo estaremos siempre abajo (no soy pesimista, soy un optimista informado), y en mi obra reclamo –es más, exijo– el derecho a estar enfadado y ser vengativo y rencoroso.

Diego Sánchez Aguilar dice, refiriéndose a Carrera con el Diablo que, históricamente, el escritor enfrentado a la familia escribía dejando ver entre líneas cierta pena y ganas de redención y perdón, y que ese no era para nada mi caso, que Luis Sánchez Martín ni olvida ni perdona. Pues eso que ocurre con mi familia pasa también con cualquier hijo de su madre que me ha tenido trabajando diez horas al día por 600 euros o con un policía que me ha humillado sabiéndose protegido detrás de su uniforme.

En 2016 fundó Boria Ediciones. ¿Qué balance hace de estos años?

Un trabajo no muy difícil de hacer, pero al que es casi imposible sacarle rendimiento económico (salvo que estafes a los autores, cosa que no haré en mi vida). Sin embargo, balance positivo porque, para bien o para mal, no vivo de la editorial: tengo un trabajo que paga las facturas y he podido publicar lo que me ha dado la gana y crear un grupo humano excelente.

Pepe Bocanegra, de La Marca Negra, suele decir que una de las motivaciones que tuvo para montar una editorial es echar la vista atrás, observar el catálogo y decir: «Yo saqué esto». ¿Cuál fue la suya?

La misma y, además, el hecho de que mi primer libro cayó en manos de un editor que, aunque no es un estafador de los que te hace comprar libros, tampoco se mata por moverlos y darlos a conocer... Y, bueno, cuando llegó el momento de sacar el segundo, sabiendo que los grandes no me leen y que la autoedición genera rechazo (que me perdonen los autores autoeditados, pero yo no leo autoediciones, porque ahí no hay ningún tipo de criba ni criterio de selección ni riesgo asumido por terceros profesionales), decidí que podía intentarlo con lo que aprendí moviendo mi primer libro y tratando de hacer bien lo que mi primer editor hizo mal. Y creo que ha funcionado.

¿Contra qué monstruos lucha un editor independiente?

Contra la cuota de autónomo. Te podría decir más, pero carecerían de importancia si alguien con poder se diera cuenta de que no tiene ningún sentido facturar 10 euros un mes (a mí me pasa, por ejemplo en agosto) y pagar 300 por haber tenido esa ‘actividad económica’. Es que te tienes que reír por no llorar. 

¿Por qué no publica Todo en orden en su propia editorial?

Porque siempre habrá un idiota que piense que lo hago porque el libro es malo y ha sido rechazado en otros sitios. Curiosamente nadie dice nada cuando un mecánico se arregla su propio coche o un médico se diagnostica lo que tiene, pero el mundo literario tiene esas cosas.

Todo en orden no será su único libro publicado en 2022. ¿Qué está al caer?

Pues, para finales de este año o comienzos de 2023, un poemario titulado Pastillas debajo de la lengua, que viene de ser finalista dos veces consecutivas en el Certamen Dionisia García (y en el Centrifugados). Además, saldrá con una editorial que adoro, pero que no voy a decir cuál para no gafarlo. 

Y luego tengo otro poemario, otro libro de relatos y una novela aún en el cajón que voy revisando y presentando a certámenes –en los que no creo mucho, la verdad– a ver si cae algo. Y hace unos días, pasando la covid, me explotó una idea en la cabeza y tengo otro poemario en construcción. Un no parar, vamos. Soy contable, probablemente el trabajo más aburrido del mundo, y necesito dedicar mi tiempo libre a la creatividad o me pudro en vida.