La Opinión de Murcia

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Entrevista

Max: "Siempre he sido rebelde e ido por libre, y he pagado un precio por ello"

El catalán, Premio Nacional del Cómic 2007, repasa esta tarde en Cartagena diez años de experimentación con el lenguaje del género

El dibujante Max, este miércoles en la librería Generación X de Madrid. David Castro

Un cómic «sin palabras, sin viñetas, sin fondo, sin bocadillos… buscando la esencia del medio», con tinta negra danzando sobre aire blanco en un experimento que «busca explicar, o no explicar nada, con el mínimo de recursos». Así define el dibujante Max (Francesc Capdevila, Barcelona, 1956) su última obra, la muy reseñada Fiuuu & Graac (La Cúpula, 2021), «una peripecia mínima y simple, de acción, como las que hemos visto en el cine y los dibujos animados clásicos, con persecuciones, carreras, saltos, trompazos... como el Coyote y el Correcaminos. Si fuera una película sería un slapstick». Solo que en ella, el Coyote sería el viento, Fiuuu, poderoso, agresivo y de forma cambiante, y el Correcaminos, una grajilla, Graac, «un pájaro pequeño e indefenso», pero astuto. Una elección nada inocente, pues «toca un tema de actualidad, el acoso», explica el dibujante, que esta tarde (20.00 horas) protagoniza una charla en el Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy de Cartagena.

Dentro del programa ‘Leer, pensar, imaginar’, durante el encuentro -que ha titulado ‘En el extrarradio del cómic’-, Max hará un recorrido por los trece libros o proyectos que ha desarrollado durante los últimos diez años. Y es que el barcelonés, uno de los referentes del underground de los años setenta y ochenta, se ha acostumbrado a transitar por el camino de la experimentación -en lo referente al lenguaje del cómic, claro-, prescindiendo del color, el fondo de las viñetas o la palabra, sobre todo desde Vapor (2012), pasando por El tríptico de los encantados (2016) y hasta el premiado Rey Carbón (2018). Y Fiuu & Graac es (de momento) el punto álgido de esta iniciativa personal. «Quería ir más allá. Llegar al grado cero del guion porque, cuanto más complejo es un guion, más te obliga a explicarlo visualmente de forma compleja. Y para trabajar con estos dos personajes en un espacio de cielos abiertos necesitaba lo contrario». 

Le inspiró el relato La costurera y el viento, de César Aira -«un autor prodigioso»-, porque convierte al viento en personaje que actúa y habla. Y pensé si eso podría dibujarse sin darle aspecto humano». Al inicio de Fiuuu & Graac incluye una cita de Fulgentius, también del escritor argentino, que hace referencia a pájaros volando «como bellas ideas que se despliegan sin objeto». «Me fascinó, porque cuando digo lo del grado cero del guion, también es una bella idea sin objeto: el arte por el arte. Algo que no está de moda. Y quise reivindicar eso».

En ese liofilizado guion, el viento, que toma la imagen de un muelle -«el reto fue darle una forma que permitiera expresar cosas sin que fuera antropomorfo»-, se encapricha y obsesiona por la grajilla, a la que persigue y acosa hasta la extenuación en una coreografía gráfica sobre el papel. Son personajes opuestos. «Pero solo planteo, sin darle vueltas, el tema del abuso, que existe en la escuela, el trabajo, el hogar… y tenemos que intentar solucionarlo. Quizá es una reacción mía al exceso de novela gráfica de temática autobiográfica profunda y problemática. Parece que el cómic se haya reducido a eso. Yo trabajo ficción», explica Max, que, sin embargo, también introduce en la trama el comportamiento de un grupo de grajillas, «uno de los animales más inteligentes que hay, con una conducta sociable y afectiva que les lleva a preocuparse los unos por los otros». «Parece, solo lo parece, que quieran ayudar a Graac. Pero en la sociedad hay siempre aquellos que miran hacia otro lado ante un abusador. El problema más gordo no es el número de agresores, sino de personas que miran hacia otro lado y permiten que el acoso se perpetúe», denuncia.  

Fuera convencionalismos

Graac es un pájaro solitario, va por libre, a contracorriente. Como él, Max siempre ha seguido caminos no convencionales. «Sí. Siempre he sido rebelde y he ido por libre, algo que nunca he querido abandonar desde que era adolescente. Y cuando empecé en El rollo enmascarado [revista clave del underground barcelonés de los setenta] yo era el más jovencito y me encontré muy a gusto. Igual que luego en El Víbora, con una libertad total de acción de la que no he querido abdicar nunca. Ha sido mi faro durante mi carrera, y aunque pagas un precio, lo pagas a gusto». Ese precio, admite, es que «las ventas son cada vez más pequeñas». De hecho, aunque fue Premio Nacional con Bardín el Superrealista (2006), su best-seller, dice, fue Peter Pank (1984). «Funcionó muy bien, creo que por la conjunción del momento social y la efervescencia creativa de un joven. Eran los inicios de la democracia y aquella actitud de libertad estaba entonces muy valorada socialmente. Luego la sociedad cambió y ahora parece que sea todo lo contrario y no se valora tanto la experimentación y la vanguardia», lamenta.

Ahora ha podido publicar Fiuuu & Graac en castellano y catalán -aunque las diferencias entre ambas ediciones se concentren en la grafía del canto del cuco- gracias a una beca a la creación que el Gobierno balear -reside en Mallorca- creó para ayudar a los autores durante la pandemia. «Me ha permitido trabajar en libertad. No puedo vivir solo del cómic, debo completarlo con encargos de ilustrador. Y ya veremos cómo acabamos, porque generaciones anteriores a la mía han tenido una jubilación precaria y horrorosa porque nunca se les reconocieron los derechos de autor...», constata sobre el oficio. 

Sin embargo, él no desfallece en su esfuerzo por «mostrar que el cómic no tiene fronteras y puede ampliarse a cualquier territorio». «Nos hemos conformado en convertirlo en novelas gráficas, pero tiene derivaciones en la música, el arte, la danza… Este libro es un cómic porque está publicado en este formato. Si lo colgase en una pared sería una exposición de arte. Y también podría ser un espectáculo de danza contemporánea». Si hiciera una exposición, sonríe, «podría titularse La batalla entre la línea y la mancha» y no sería colgando originales en las paredes, algo que le «chirría un poco». Sería aparcando convenciones, como la muestra que el propio Max creó en 2019 en el Centro José Guerrero de Granada, Viñetas desbordadas, con la escritora Ana Merino y el dibujante Sergio García. «Allí aprendí a sacar el cómic del papel y ponerlo en un espacio tridimensional». Siempre más allá.

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