La Opinión de Murcia

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El árbol de la vida

'El escritor y su imagen', revisando la generación del 98

Francisco Ayala buscaba con esta obra encadenar a los autores, que admiraba tanto, con su maestro Ortega y Gasset: Machado, Valle-Inclán y Azorín

Revisando la generación del 98 PEDRO AMORÓS

Francisco Ayala publica en 1975 una compilación de ensayos sobre grandes escritores españoles de la generación del 98. Consideraba que había llegado el momento de hacer balance, no sólo a nivel intelectual sino también a nivel humano, en un terreno más personal, porque, además, se acercaba la hora señalada para un retorno definitivo a España tras el exilio provocado por la guerra civil y el establecimiento de la dictadura franquista en 1939.

El título del libro es bastante significativo: El escritor y su imagen. La elección de los escritores que Ayala retrata, con devoción y nostalgia, tampoco es baladí: Azorín, Valle-Inclán y Machado. La imagen que proyectan, como insignes representantes de la generación del 98 se prolonga, en continuidad, en la figura de Ortega y Gasset, con quien Ayala había compartido tertulias, afectos y admiración. Hay en todo ello un intento claro y evidente de vincular la crítica literaria con la filosofía y la estética, pero también un interés por relacionar la personalidad del escritor con su creación literaria.

Ayala adopta, pues, en estos ensayos una doble perspectiva: directa, por los recuerdos personales que le unen a estos escritores de la generación del 98, y distante a la vez, porque habla de un pasado ya concluso.

La figura de Azorín llama la atención de Ayala por su comportamiento político volátil. Las ideas políticas y la actitud del escritor están relacionadas con su cosmovisión, en donde se mezclan ciertas ideas anarquistas con el nihilismo y la influencia de Schopenhauer y Nietzsche, una visión desoladora y escéptica de la existencia humana que contribuye a dar sentido a muchas de sus actuaciones y a parte de sus escritos.

Esa misma idea, la búsqueda de unidad entre actitudes y obra literaria, recorre la visión de Valle-Inclán, pues Ayala considera que esa unidad, como en el caso de Azorín, es indisociable. Las categorías estéticas de Valle-Inclán, a las que todo se reduce, se aprecian no sólo en su literatura sino también en sus intervenciones políticas, en sus extravagancias e, incluso, en su indumentaria. Por eso, Ayala se adentra en la creación del personaje ideado por el propio escritor, en el histrionismo que define su figura como efecto de los valores estéticos que configuran su visión del mundo.

Cuando aborda la figura de Machado, tratando de desvelar su estética, Ayala describe a un hombre desligado de la política y del mundo literario, un hombre solitario, un pensador cercano a la filosofía, un hombre que en sus mejores poesías es capaz de convertir la meditación metafísica en emoción lírica.

Ayala, no cabe duda, estudió y leyó con fruición a los escritores de la generación del 98 porque buscaba el modo de encadenar a estos autores, que admiraba tanto, con su maestro Ortega y Gasset. Trataba de averiguar qué relación existía entre la obra y la vida, porque seguramente se le antojaba el aspecto más determinante para poder entender y encauzar su propia dimensión como escritor. Por eso, El escritor y su imagen forma parte de un empeño personal en el que Ayala no cesó hasta el final de sus días: un diálogo, constante y enriquecedor, con el pasado que sostenía su propia vida.

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