La Opinión de Murcia

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Reportaje

El efecto Matilda: Cuando ellas se unieron

Un grupo de mujeres artistas.

La educación siempre fue ese caballo de batalla que las mujeres tuvieron que lidiar, no solo para dejar de ser analfabetas, sino también para superar aquel entorno de lo doméstico y social al que su formación quedó ligada, hasta el punto que aún hoy continuamos arrastrando sus residuos en la generación de nuestras madres y abuelas. En el siglo XIX algo comenzó a cambiar, muchos y muy distintos acontecimientos comenzaron a gestarse de manera simultánea, aquellas voces dulces y delicadas, de algún modo inesperado, salieron de su anonimato para reclamar lo que se les había negado siglos atrás: el respeto y la igualdad. 

Las artistas, forzadas a formarse en academias privadas cuyos altos precios solo las hacían accesibles a la clase más alta, siempre reivindicaron poder optar a una formación completa y oficial que les diera la posibilidad de ser consideradas verdaderas creadoras y no meras aficionadas de domingo. Acostumbradas a luchar en solitario, a sentir miedo por salirse del camino marcado, descubrieron que unidas eran mucho más fuertes y sus voces cobraban un protagonismo hasta ese momento inusitado. 

En 1859, un grupo de esas mujeres solicitó a la Cámara de los Comunes la apertura de la Royal Academy of Art de Londres a todas las mujeres –hasta ese momento sólo había dos, Angelica Kauffmann y Mary Moser–, petición publicada en la revista Athenaeum que fue rechazada una vez más; desde 1840 ya reclamaban este cambio. En ese mismo instante, una atrevida Laura Herford se abanderó con su osadía como heroína de todas ellas. Sabiendo que su arte sería menospreciado por el hecho de ser mujer, presentó algunos de sus dibujos firmados como ‘L. Herford’ a la prueba de acceso de la gran Academia de Arte, su evidente talento para la pintura fue motivo más que suficiente para confirmar la entrada del supuesto candidato. Al descubrir su verdadera identidad no pudieron expulsarla, en realidad no había ninguna norma que impidiera su presencia en aquella institución, un engaño que consiguió de algún modo abrir una importante grieta en ese muro del desprecio.

La artista inglesa Laura Herford.

La artista inglesa Laura Herford. L. O.

Tendrían que pasar veinte años para que aquellas peticiones, rechazadas una y otra vez, consiguieran por fin ser aprobadas en 1893, pero con condiciones, ya que a pesar de admitir a la figura femenina entre sus estudiantes éstas lo harían siguiendo solo parcialmente el plan de estudios (asignaturas como el dibujo del natural les seguía estando vetado).

Esta situación se repetía en otros puntos geográficos como Italia o Francia, también en España, donde figuras como la de Concepción Figuera no dejan de evidenciar la astucia de estas mujeres convertidas en guías de una nueva sociedad.

En 1887 un joven y desconocido pintor, ‘Luis Lármig’, se presenta a la Exposición Nacional de Bellas Artes con su obra Estudio del natural, obteniendo una tercera medalla. La pintura en cuestión, con una joven dama como protagonista en actitud de espiar tras unas cortinas, fue motivo de gran expectación y según los críticos de la época el inicio de una prometedora carrera por sus grandes conocimientos de la escuela española del Siglo de Oro. Aquel engaño tardó diez años en desvelarse –de hecho, la misma pintora se presentó en una exposición como Concepción Figuera Lármig–, era algo así como un secreto a voces. La prensa mencionaba: «para nadie es un secreto que Lármig era el pseudónimo de la bella y distinguida señorita Concha Figuera».

'Estudio del natural', de Concepción Figuera. L. O.

Estos actos de rebeldía confirman que algo estaba cambiando en la sociedad a nivel mundial, una serie de movimientos que solo se hicieron realidad cuando las mujeres dejaron de luchar en solitario, solo cuando ellas se unieron fue posible el inicio de esa transformación social a la que hemos asistido durante los últimos años. De un modo imprevisible, todas ellas se contagiaron de ese espíritu asociacionista y decidieron plantar cara a la desigualdad generándose un revolucionario movimiento que llegó a todos los rincones: en África se organizaron en grupos para luchar contra la esclavitud; en Asia la Ley Page de 1875 prohibía a las mujeres inmigrar a Estados Unidos por ser consideradas peligrosas (eran etiquetadas como prostitutas, mientras ellas se posicionaron contra el sexismo y el racismo), y en Estados Unidos ya se pedía el derecho al voto.

Desde entonces permanecieron unidas para mejorar, para luchar y para no volver a ser débiles, aunque en realidad, nunca lo fueron; les pusieron ese cartel del ‘género débil’ pero siempre fueron fuertes y valientes, por eso no las dejaban ocupar su lugar en la sociedad. Científicas, grupos de filósofas, escritoras, artistas, amigas o simplemente mujeres con un fin común, nunca más ser excluidas de la educación, la cultura ni la sociedad.

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