La Opinión de Murcia

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Dama de noche

Dama de noche

Si se escribe, el pasado no está muerto. Lo dice Leila Slimani en El perfume de las flores de la noche, un hermoso relato que acaba de publicar Cabaret Voltaire. Confieso que no esperaba volver sobre esta escritora francesa de origen marroquí hasta la próxima entrega de su trilogía El país de los otros. Sin embargo, el seductor perfume de esta historia se impone sobre la agenda.

El origen del texto es el encargo que recibe de encerrarse una noche en la Punta della Dogana de Venecia, la antigua aduana convertida por el arquitecto japonés Tadao Ando junto al Palazzo Grassi en un centro de arte contemporáneo del magnate del lujo François Pinault. La narradora está pasando un momento crítico en la escritura de su saga novelesca. Está bloqueada y, sin embargo, o tal vez por eso, acepta el encargo para la colección «Ma nuit au musée», en la que han participado escritores como Éric Chevillard, Zoe Valdés o Santiago H. Amigorena.

Las primeras páginas son el relato de ese bloqueo, que indirectamente nos habla de su compromiso con la literatura. La escritora confiesa que no es demasiado aficionada a los museos. Las instalaciones, pinturas y fotografías de la Punta della Dogana no le interesan particularmente. Pero algunas le sirven para enlazar su memoria con las reflexiones de otros novelistas sobre el oficio de escribir.

En el centro del museo se alza un gigantesco terrario, en el que descubre las ramas y las hojas de la dama de noche, «una planta familiar en Marruecos, cantada por los poetas y los enamorados». Es el perfume de sus amores adolescentes, de los cigarrillos fumados a escondidas y de las fiestas prohibidas, el perfume de la libertad. Siente que le invade la melancolía. Su nombre, Leila, en árabe, quiere decir noche. En una pantalla aparece Marilyn Monroe. Un fantasma que conecta con su educación sentimental. Y el relato pasa a ser autobiográfico porque cuenta la historia de su propia liberación. El desarraigo como condición de la individualidad y de la libertad.

Leila Slimani vaga, sola y descalza, por las salas del museo y se pregunta por qué ha deseado que la encerrasen allí. La sensación de claustrofobia convoca a otro fantasma, su padre, encerrado unos meses en la cárcel por un escándalo político financiero del que, tras su muerte, se demostrará que era inocente. Le invade un sentimiento de vergüenza y de tristeza al pensar que la muerte de su padre es lo que la ha impulsado a ser la escritora y la mujer libre que es. Y confiesa que le obsesiona el deseo de salvar a sus personajes, de salvar su dignidad, porque para ella la literatura es la presunción de inocencia. Leila, gran dama de noche.

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