La Opinión de Murcia

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El árbol de la vida

Anhelo de vidas imaginarias

En el año 1896 Marcel Schwob publica Vidas imaginarias, una serie de relatos biográficos, a medio camino entre la realidad y la ficción, en los que busca el ‘trazo único’ que separa a un ser humano del resto de los mortales. El entusiasmo de Schwob se traslada a todas las historias, ya sea la trayectoria del gran Empédocles o la vida de una mísera encajera.

Ese trazo único, buscado con anhelo por Schwob, resulta ser en Empédocles su carácter divino, su hermetismo, su aire enigmático. En el caso de Eróstrato el incendiario, prevalece, en cambio, la obsesión por alcanzar la fama, mientras que en la biografía de Crates el cínico sobresale la idea de pobreza y sencillez. Y cuando escribe sobre Lucrecio, se complace mucho, Schwob, en presentar al poeta contemplando la belleza de la naturaleza en un claro del bosque. Y cuando describe al pintor Paolo Uccello lo presenta como un individuo ajeno a la realidad de las cosas, sólo atento al crisol de las formas.

Tocado por un sutil amor al misterio y a la búsqueda de la sabiduría, Schwob pone en evidencia, en las biografías, la frágil línea que separa la santidad de la herejía, la piedad del odio. Las historias que cuenta son hermosas pero, a menudo, resultan tristes, melancólicas, como si la vida no ofreciese oportunidades. De hecho, esos finales abruptos a los que parecen abocados los personajes nos hacen ver el lado trágico de la existencia y nos conmueven al mismo tiempo. A menudo, ese carácter trágico está insuflado por el propio personaje, como es el caso de ese poeta y dramaturgo que odia a la realeza y a los dioses, pero que al mismo tiempo ansía ser un rey y un dios. A menudo, también, el tono trágico está matizado por una leve ironía, por ciertos sesgos cómicos que contribuyen a la ligereza de las historias.

Es, no obstante, en la biografía de Petronio donde se aprecia el carácter inventivo de la propuesta de Schwob, pues convierte al escritor en un observador de la elegancia romana, que imita la vida que ha imaginado en sus escritos.

«Petronio», leemos, «olvidó por completo el arte de escribir en cuanto comenzó a vivir la vida que él mismo había imaginado». Acaso podemos pensar, entonces, que lo que Schwob pretendía era apropiarse de estas vidas imaginarias que estaba escribiendo, tal como había hecho Petronio en su historia. Por eso, estas vidas imaginarias están repletas de aventureros, piratas, seres misteriosos, sabios y buscadores de lo eterno. En todos estos personajes vemos a Marcel Schwob.

Todas estas historias traducen la vida imaginaria del propio Schwob. Por eso, también, estas vidas imaginarias parecen sostenerse por un hilo muy fino, precisamente porque lo que le interesa a Schwob es tomar un detalle, un rumor, una pequeña anécdota y elevar la figura del biografiado a la categoría de mito mediante la sublimación poética que puede ejercer la literatura.

El anhelo que sentía Marcel Schwob por las vidas imaginarias era tan intenso que sabemos que viajó a Samoa buscando la tumba de su adorado Robert Louis Stevenson. Por eso escribió un libro sobre ese viaje. Quizá con el intento, vano, de apropiarse de aquello que tanto anhelaba.

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