Andrés Neuman (1977) nació en Buenos Aires, «la ciudad del Borges». Años más tarde se trasladaría a España junto a sus padres, exiliados, y se instalaría en Granada, «la ciudad de Lorca». Parecía predestinado a ser escritor (pese a que sus padres, en realidad, se decantaran por la música). En cualquier caso, este miércoles visita Murcia en calidad de lector, que es algo completamente diferente. Y, más concretamente, de voraz –y, por momentos, «febril»– lector de Borges. Sobre el recordado narrador argentino ofrecerá una pequeña conferencia en la Biblioteca Regional (19.30 horas) con la que pretende derribar ciertos prejuicios en torno a su obra.

Dado que esta es una charla enfocada a los usuarios de la Biblioteca Regional, dígame, Andrés, ¿qué significa para usted, como lector, Jorge Luis Borges?

Bueno... Borges es un autor que ha trascendido las nacionalidades e incluso los idiomas, y que se ha convertido en una especie de maestro para muchísimos autores, pero también en un enigma. Cuando he viajado, me he quedado asombrado y conmovido por el alcance de su literatura (quizá estemos hablando del autor en castellano con más traducciones y repercusión tras Cervantes y Lorca), pero también he descubierto que, en ocasiones, se tiene una concepción de su obra que no es del todo certera. En este sentido, la labor que nos puede quedar a quienes amamos sus textos es –más allá de tener mayores o menores discrepancias con su biografía o legado personal– es seguir animando a la gente a releer a Borges con desprejuicio, sin lugares comunes, desde el puro divertimento. Porque él tenía un gran sentido del humor, y tengo la sensación de que, efectivamente, hay mucha gente que le tiene por un autor sesudo y elevado (que lo era, pero solo en cierto sentido).

¿En qué sentido?

A ver: Borges tenía una gran riqueza conceptual y una enorme elegancia lingüística, sí, pero también era un artista del doble sentido, de la ironía... De hecho, si leemos por curiosidad los diarios de su amigo [Adolfo Bioy] Casares, en ellos se narran infinidad de comidas con Silvina Ocampo y el propio Borges con las que nos daremos cuenta de que, no solo era tremendamente divertido, sino también inmensamente cotilla [Risas]. Aquellos encuentros no se diferenciaban mucho de un almuerzo con cualquier hijo de vecino que tuviera ganas de rajar del prójimo de manera graciosa. Y todo eso también está en su literatura. Borges tenía la capacidad de filosofar con enorme belleza, pero también de divertirse haciéndolo. Por eso digo que hay muchos malentendidos con su figura (como con la de cualquier clásico del que se habla mucho y se lee menos...), y mi objetivo, de cara a la charla del miércoles, sería recordar ese espíritu lúdico que le empujaba y que está en las antípodas de la pedantería. 

Hay una cosa que me llama mucho la atención en relación con el encuentro de este miércoles. Todos los autores que han pasado por este ciclo (‘El Canon de la BRMU’) han tenido que elegir una obra que consideren imprescindible. Hemos tenido La sonata a Kreutzer, de Tolstói; Moby Dick, de Melville; La Ilíada, de Homero... Pero usted no ha podido (o no ha querido) decantarse por solo una de Borges...

[Ríe] Es que Borges era uno de esos autores que va tejiendo con sus obras una suerte de tapiz o mosaico en el que cada texto encaja perfectamente con los demás; por eso creo que hubiera resultado ‘arbitrario’ fijarse en uno solo. Además, me interesan particularmente esas asociaciones, cómo su literatura está conectada. Él decía, de hecho, que siempre estaba escribiendo el mismo libro, y aunque eso no fuera del todo cierto –porque estuvo sesenta años escribiendo y tuvo diferentes etapas o periodos–, digamos que, a vista de pájaro, se aprecia tal coherencia entre toda su obra que me parecía mucho más interesante aceptar esa metáfora como cierta que refutarla. En este sentido, la idea es que quienes se acerquen a la Biblioteca Regional puedan salir de allí con claves para leer cualquiera de sus libros.

Imagino que no le voy a convencer yo ahora, pero..., para un lector, pongamos, primerizo, que desconozca la obra de Borges, ¿qué recomendaría? ¿Por dónde habría que entrarle?

[Ríe] Pues para eso hay varias puertas. La opción clásica, canónica –por decirlo con la terminología del ciclo– sería leerse Ficciones (1944), El Jardín de los senderos que se bifurcan (1941)... Lo primeros cuentos del Borges maduro nunca defraudan. Esa sería la puerta principal, digamos, pero a veces las entradas laterales son tan o más interesantes. En este sentido, un camino alternativo podría ser acercarse a él por el final. Mira: Borges fue un anciano viajero (se movió mucho más de viejo que de joven), pero por aquel entonces ya estaba ciego, no veía nada. Claro, eso cambia por completo lo que es la experiencia de viajar: se convirtió en algo conceptual, casi. Por eso es tan interesante un libro de viajes que escribió en sus últimos años de vida y que se titula Atlas (1984). A grandes rasgos, es una deliciosa colección de viñetas, de pequeñas estampas de lugares de todo el mundo –podría decirse que de ‘microrrelatos’– que nos acercan a un Borges mucho más personal, directo, casi periodístico. Y, por último, la tercera vía sería entrarle a través de su poesía. Porque él era un notable poeta (por cierto, faceta muy discutida en Argentina y respetada en España; sería interesante preguntarse por qué). El caso es que, en mi opinión, su producción en verso es estupenda, especialmente la de su juventud. Creo que sería una forma de encontrarnos con un Borges diferente, juvenil, muy distinto a aquel hombre con bastón que domina su imagen en la memoria colectiva.  

Antes le preguntaba por su relación con Borges como lector, pero usted también es escritor. Y, dado que es evidente que no solo es conocedor de su obra, sino también admirador, resulta sorprendente que en alguna ocasión haya confesado que, por su faceta como autor, en su momento decidiera alejarse de la obra del maestro por... puro «respeto». ¿A qué le temía?

Es que son dos experiencias muy distintas (leerlo y tomarlo como modelo)... Como ocurre con todas las voces demasiado potentes, si te acercas demasiado a ellas corres el riesgo de convertirte en una copia. Es muy complicado gestionar una influencia tan poderosa. Pasa lo mismo con Lorca, por ejemplo, pero a mí Borges me afectó especialmente..., y después de un periodo de lectura febril durante mi adolescencia y primera juventud, necesité de una especie de ayuno o abstinencia para poder buscar otras voces, otros sonidos... Como ocurre con el sol, si te acercas mucho a este tipo de autores te puede pasar como a Ícaro. Por cierto, antes te hablaba de esa imagen sesuda y solemne que a veces se tiene de Borges...

Sí. Y que no se ajusta del todo a la realidad de su obra.

Correcto. Pues he olvidado comentarte, como ejemplo paradigmático, que existe toda una tradición de anécdotas, o directamente ‘chistes’, protagonizados por Borges que, no solo se han acabado incorporando a su biografía sin tener la certeza de si son o no ciertas, sino que han configurado todo un género literario en sí mismas. 

¿Recordará alguna de esas anécdotas en la Biblioteca Regional de Murcia?

Sí, por supuesto. Repasaremos su vida, obra, milagros y chistes [Risas]. El caso es que, hablando de ‘ayunos’, he recordado una de esas anécdotas (una que me viene a la mente siempre que estoy en un restaurante). Borges se encuentra reunido en torno a una mesa con un puñado de amigos. Charlan, beben y el ambiente es bueno, pero la comida no llega. Sin embargo, pasa el tiempo y la gente empieza a impacientarse, y el hambre se convierte en silencio. Entonces, repentinamente, la vocecilla de Borges rompe ese momento incómodo con una frase magistral: «Qué bien se ayuna en este sitio» [Risas]. Creo que solo a él se le hubiera ocurrido semejante elogio envenenado... Y creo que esta anécdota resume muy bien su manera de trabajar: con ácida ironía, sí, pero un gran sentido del humor, y no con hostilidad (que tanto sobra en los días que corren...). Borges era una persona que bromeaba e insultaba con enorme elegancia. 

Por cierto, imagino que sabe que, en relación a la obra (o autor, en este caso) que elige cada uno de los escritores que visitan la Biblioteca Regional, se proyecta una película en la Filmoteca de Murcia. En este caso es La estrategia de la araña (1970), de Bertolucci [podrá verse el viernes a las 21.00 y el sábado a las 21.30 horas], cuyo guion está basado en un cuento de Borges (Tema del traidor y del héroe). No sé si la tiene controlada, pero en general es un autor que ha costado mucho adaptar al cine...

Pues tienes razón. Y es una gran paradoja, porque él era un gran cinéfilo. La gente le recuerda como un hombre ciego, pero la realidad es que no perdió la vista hasta los 50 años –más o menos– y, mientras los ojos le respetaron, vio muchísimo cine. De hecho, durante un tiempo escribió crítica cinematográfica en un periódico, e incluso después de quedarse ciego siguió yendo al cine a escuchar las películas (le pedía a sus acompañantes que se las fueran narrando). Dicho esto, fíjate, creo que hay ciertas obras de Borges que podrían haber dado más resultado en la gran pantalla, pero quizá no sea un autor en el que pienses cuando quieres hacer una adaptación... Tal vez sea por esa falsa idea de intelectualismo que le acompaña –tenía altura intelectual, pero no intelectualista; tenía cultura, pero no pedantería–, pero, en cualquier caso, es evidente que su espesor verbal es difícilmente traducible a imágenes. Creo que Borges era un creador genuinamente literario y que su obra se resiste a dejar de ser lo que siempre ha sido: maravillosa literatura y una fiesta verbal.

Para disfrutar de su talento, nada mejor que hacerlo en la manera en que él mismo decidió darle forma: como textos.

Sí. Tendemos a convertirlo todo en audiovisual, y esto no es necesariamente algo malo, pero sería de una pobreza tremenda pensar que solo podemos disfrutar de algo si lo estamos viendo; hay otros sentidos. En cualquier caso, creo que muchos argumentos son adaptables. Por ejemplo, Funes el memorioso: hemos visto muchas películas sobre gente que pierde la memoria, pero no sobre alguien que recuerda en exceso...

Memento (Christopher Nolan, 2001), de un hombre que sufre desmemorizaciones a corto plazo, está inspirada –que no ‘basada’– en un cuento de Borges. Podría ser una buena vuelta de tuerca para una cinta que es de culto...

¡Exactamente! Si es que en realidad hay ciertos lugares comunes en el mundo del cine –eso, las paradojas de las memoria, las relaciones con el infinito o la eternidad y los laberintos y juegos de espejos, como en La dama de Shanghái (Orson Welles, 1947)– que nos hacen entrar en un territorio muy borgiano. De hecho, creo que habría muchas maneras de incorporarle a la gran pantalla, aunque solo parcialmente. Pero, mira, casi lo prefiero así: que haya obras que se mantengan imprescindibles en nuestras bibliotecas sin la mediación de Netflix me parece conmovedor. Son texto que resisten siendo... eso, simplemente textos maravillosos.