Estaba deseando este encuentro con la escritora y poeta Marisa López Soria y agradezco el hueco en su agenda y sus viajes. Últimamente ha estado en París, la ciudad de su pareja, el fotógrafo Frédéric Volkringer, y en Estocolmo, invitada por el Instituto Cervantes para dar unas conferencias sobre su obra. Subo a su piso, que se encuentra entre el Jardín del Salitre, la ermita de los Pasos de Santiago y El Corte Inglés. Me recibe radiante y llena de color, con su acostumbrada cordialidad. La entrada y el pasillo están llenos de alfombras y me sorprenden las fotografías enmarcadas en el suelo «para no hacer agujeros en la pared». Me enseña la casa y veo que hasta el baño está lleno de fotografías de Frédéric. En el despacho, lleno de estanterías con libros y carpetas, se encuentran dos mesas donde trabaja la pareja En seguida distingo la de cada uno: ella tiene una pantalla de ordenador y él dos de más tamaño y resolución. El salón es muy luminoso, dos sofás a cada lado de la ventana, un cómodo sillón reclinable, donde le hago la foto, una mesa de comedor, fotografías que llenan de arte las paredes y libros en las estanterías y apilados en el suelo. 

Marisa se empeña en ponerme una cerveza y unas almendras mientras hablamos. Suena la deliciosa música de la francesa ZAZ, que hace unos años vino a la Mar de Músicas, y me dice que en casa se oye mucha música, sobre todo jazz, rock , flamenco y «por supuesto, música francesa». «Esas tres paredes eran una biblioteca, pero desde hace unos años voy repartiendo libros por las plazas para que la gente los coja», me dice, mientras pienso que esta hermosa práctica (Libros cruzados), dice mucho de una persona desprendida y generosa como ella, pero sobre todo de alguien que dedica su vida a escribir y a promover el amor a la lectura a través de un incansable trabajo por los colegios, los institutos o con esa maravillosa experiencia de ‘El Club de la Cometa’, donde desde hace una veintena de años realiza talleres literarios con los niños y jóvenes de la ciudad. 

Hija de la inmortal poeta Josefina Soria, le pregunto sobre su infancia y no se cansa de contarme cosas de Josefina y Marcelo, como llama a sus padres, «dos grandes compañeros y enamorados» me dice. Me habla con admiración de ella, de su don para la poesía, su creatividad, su ansia de saber, su elegancia, su labor cultural, su liderazgo, de las tertulias de mujeres que promovió y hasta de su amor por la cocina. Marisa ha heredado mucho de su madre, no puede negar que es la transmisora de su legado y su espíritu. «La rama artística nos viene de los Soria» y me empieza a hacer un largo listado de tíos, hermanos, sobrinos… actores, músicos. «Los Soria somos muy cronopios, dibujos fuera del margen, de no pisar el suelo, siempre en las nubes, a veces ingenuos a fuerza de ser buena gente con buen corazón», dice. Su hijo Raúl es un reconocido guitarrista flamenco, que vive a caballo entre Bruselas y Madrid, y que está triunfando por Europa.

«La inspiración me viene de los niños, ellos me transmiten muchas cosas, me enseñan tanto…», no es de extrañar que esto lo diga una maestra con tanta vocación. También es licenciada en Historia del Arte, asesora y directora de Formación en Centros de Profesores en varios equipos pedagógicos y servicios de publicaciones. No para de hacer encuentros de autora. Atesora muchos premios por sus ensayos y libros de narrativa y poesía, y como yo también tengo el privilegio de vivir con una maestra, por mi casa veo desde hace años sus libros de cuentos infantiles, ilustrados por los mejores artistas de España, hermosos, aparentemente sencillos, pero llenos de ingenio, poesía y con mensaje. Marisa es una entrevistada con encanto, una mujer comunicativa que, además, a mí me transmite mucha paz. Ella me confiesa que ha pasado momentos muy difíciles en su vida, entre ellos una lucha muy dura contra el cáncer. Me cuenta que su oncólogo ya es uno de sus mejores amigos y me vuelve a decir todo lo bueno que le ha aportado Frédéric a su vida, «un apoyo sin el que yo no habría salido adelante».

Es imposible relatar en estas pocas palabras una conversación tan grata con Marisa, a la que uno no sabe cómo agradecerle el buen rato, el trato exquisito y todo lo que te llevas a casa. Ella es compañera que colabora en este diario, pero he de confesar que aún tengo el corazón sobrecogido leyendo Muy señores míos, un libro de poesía que tengo en mi mesilla de noche. Editado en 2020, estuve el pasado octubre en el emotivo recital que ella misma hizo en Los Lunes Literarios del Bar El Sur. Permitidme el tópico de los pelos como escarpias. Dedicado a los hombres de su vida, a su padre y su marido, también está presente su madre, la vida y la muerte, la pena y la fiesta. 

El tiempo ha corrido sin darnos cuenta, llega su marido, con esa pinta de artista bohemio parisino y se miran tan cariñosos que vuelvo a sacar mi cámara y les pido que me dejen fotografiarlos. Qué pareja más bonica.

Al salir, se gira y me vienen a la cabeza esos versos suyos: «Soy una abeja al borde de un tarro de miel /Manca, tuerta, coja..», y veo en la espalda de su jersey unas alas dibujadas.