En el espacio hoy diáfano situado justo en el centro del edificio de la Facultad de Letras, en el Campus de la Merced, flanqueado por los tablones de anuncios de los Departamentos que ocupan la tercera planta, hace poco más de dos décadas —aunque haya pasado ya un siglo y hayamos cambiado hasta de milenio—, se ubicaba el Seminario de Griego, que, junto al de Latín y contiguo a él, conformaba el Departamento de Filología Clásica. Así lo conocí yo en el 86, año en que inicié mis estudios en la Universidad de Murcia, y mi vinculación ininterrumpida a ella.

Dirigido alternativamente durante varios años por los profesores Francisca Moya del Baño y José García López, catedráticos respectivamente de las Áreas de Filología Latina y Griega, y fundadores del citado Departamento, cuya primera promoción se licenció en 1982, reunía a manera de biblioteca y sala de estudio, en anaqueles protegidos del polvo por puertas correderas de cristal (mobiliario que en parte conservo en mi despacho), los volúmenes de diccionarios, textos griegos en ediciones críticas o bilingües, traducciones, comentarios y estudios, a los que los alumnos teníamos acceso libre, para poder consultar in situ o bien sacar en préstamo. Hoy aquellos libros y los que con los años han ido aumentando la colección de títulos de Filología Griega y Latina se custodian en sendas salas de la biblioteca Nebrija, a las que en 2015 se les dio el nombre de José García López y Francisca Moya del Baño.

UNA PEQUEÑA GRAN FAMILIA

Recuerdo el tránsito del último curso de la Enseñanza Secundaria (entonces COU) a la Universidad con una sensación de vértigo por el cambio que suponía en cuanto a la responsabilidad de elegir estudios y el temor a fallar en la elección. Lejos de vivirlo como un trámite lo sentía como una especie de rito de paso e iniciación a la edad adulta, y una novedad en muchos sentidos: nuevos compañeros, nuevos profesores, nuevos estudios…

Por suerte me acompañaba en el camino una amiga que sigue estando a mi lado, Ana Ibáñez Tenza, y pronto tuve ocasión de conocer al resto de estudiantes que, como yo, llegaban a las aulas universitarias llenos de ilusión y dudas, con los que desde entonces me ligan vínculos de amistad y compañerismo que el tiempo no ha hecho sino afianzar. También al curso siguiente, tras un intento fallido en la Facultad de Derecho, volví a encontrarme con una amiga a la que la Parca me arrebató demasiado pronto, Rosa María Hernández Navarro. Ella, al igual que otros amigos que habían optado por diferentes estudios acusaban el trato anónimo y distante de los profesores. En Clásicas en cambio éramos una pequeña gran familia. Era un auténtico lujo compartir espacio con jóvenes profesores y becarios como Mariano Valverde, Miguel Pérez Molina, Carlos Hernández Lara o Armando Cecilia, y poder recurrir a ellos si nos surgía alguna duda haciéndonos más llevadera la progresiva autonomía en el aprendizaje. En aquel lugar se celebraban también los consejos de Departamento y en los días previos a las vacaciones de Navidad compartíamos polvorones y villancicos, entre los que no podía faltar el Adeste fideles, bajo la batuta de García López, que se despojaba de la imagen de persona seria y formal y se mostraba alegre y cercano.

DE ’The corner of Beniscornia’

En un pequeño cubículo que abocaba al espacio mencionado, con la puerta siempre abierta, se le podía ver, cuando no estaba en clase, con su habitual chaqueta de punto y su calefactor a los pies en invierno, afanado en la traducción de Aristófanes, o aplicado en sus estudios sobre Música o Religión Griega, disciplinas en las que dejó abundantes contribuciones científicas. Fue profesor nuestro de Literatura Griega en cuarto curso de carrera, y de Textos Griegos en quinto. En todo ese tiempo fue don José para sus alumnos, salvo para la promoción 94-99, con Pascual Carpe, José Ángel Santiago y María Dolores Sánchez Alacid a la cabeza, para quienes era ‘Donjo’, simpático apelativo que me consta resultaba de su agrado.

El pasado 23 de enero Pepe —como le llamábamos los compañeros— falleció en Madrid, después de algunos años de enfermedad que no le impidió volver a visitarnos el pasado mes de noviembre, para acompañar en el homenaje por su jubilación a las profesoras María Consuelo Álvarez Morán y Rosa Marí Iglesias Montiel, que fueron sus colegas, amigas y vecinas durante muchos años. El mismo día, 33 años antes, fallecía el pintor Salvador Dalí, que en más de una ocasión utilizó motivos mitológicos en su pintura, entre ellos el de Argos, el guardián de los mil ojos. Así le apodamos cariñosamente algunos, pues mientras colaboramos como becarios en la biblioteca seguíamos bajo su labor vigilante las pautas que nos marcaba para el registro de novedades bibliográficas, su clasificación con el tejuelo correspondiente o el préstamo de los libros a los usuarios que los solicitaran. Por eso, con motivo de su jubilación, en 2006 escribí un artículo titulado Argos Panoptes, entre lo humano y lo divino, en el homenaje que se le preparó y que fructificó en un volumen misceláneo, (Koinòs lógos, Murcia, 2006).

Pepe nos enseñó que la Filología Clásica trasciende a los textos, que son su fundamento, y nos animaba a estudiar alemán para tener acceso a estudios científicos sobre ellos, mientras nos hablaba de Schadewaldt, toda una autoridad, que había sido profesor suyo durante su estancia en Tübingen. Más de una vez nos confesó sentirse privilegiado injustamente porque, proviniendo de una familia humilde del Rincón de Beniscornia (’The corner of Beniscornia’, como él decía) por ser hombre había tenido la posibilidad de estudiar, cosa que no había podido hacer su hermana.

Presidente de la sección de Murcia de la Sociedad Española de Estudios Clásicos en varias ocasiones, gracias a los viajes que organizaba la SEEC pudimos conocer a una mujer maravillosa, Conchita Morales Otal, que le acompañó durante toda su vida y fue madre de sus hijas y copartícipe en una vocación que los unió desde estudiantes.

El particular croar de aquellos batracios aristofánicos (’Brekekekex, coax, coax’) van para siempre unidos a él en mi memoria y, como comentaba este mismo jueves el profesor Francisco García Jurado en su conferencia Una Nueva Historia de la Filología Clásica, a él dedicada, Pepe forma ya parte de la historia de nuestra Filología Clásica.