Quedo en Murcia con la pintora Carmen Cantabella en su casa del barrio de San Pío X. Hace un espléndido día de invierno y al entrar me enamoro del solecico que entra por el balcón. Budy, un guapo perro de caza, se incorpora con recelo, pero enseguida baja la guardia porque entiende que debo ser amigo de su dueña. Decido hacer la foto en este rincón, antes de ver el espacio donde pinta Carmen, el almacén de sus cuadros, ni su dormitorio, cuyo cabecero de cama está presidido por un impresionante cuadro erótico de su serie TNT (Tintín). «Este no lo conocerás, no se ha expuesto nunca», me dice.

Admiro y aprecio a Carmen desde que la conozco, hemos colaborado en algunos proyectos artísticos y en varias performances reivindicativas. Cantabella, con su simpatía, educación y ternura, te puede dar la impresión de ser una adolescente menuda y frágil, pero es evidente que ha hecho un pacto con el diablo o con los ángeles. Lleva años demostrando su madurez y fortaleza, aderezada de una exquisita obra figurativa y narrativa, llena de guiños culturales, literarios y artísticos, siempre en constante evolución y comprometida con el mundo que nos toca vivir. Sus cuadros cuentan cosas, son hermosos y hasta divertidos en ocasiones, pero siempre nos hacen pensar y nos transportan. La trayectoria de Cantabella es amplia, ha expuesto en distintos países y en importantes galerías y salas españolas, casi siempre representada por la Galería Babel. En la actualidad participa en dos muestras, una en el Museo de la Sangre y otra en el Museo de la Ciudad de Murcia, y hace poquito clausuró otra colectiva en la Iglesia de San Esteban. En estos días, Carmen está pintando sin descanso para una individual en dos galerías de Bruselas.

«Por fin se mueve la cosa, han sido unos meses muy difíciles para mí, y la pandemia ha sido el remate», me confiesa. Carmen perdió a su marido, el poeta José Cantabella, en mayo de 2019 y «la casa se me caía encima, la soledad se multiplicó con el confinamiento, me refugié en la poesía, José siempre decía que la poesía te salva». En el salón veo una biblioteca bien surtida y una mesita con algunos ejemplares, entre los que reconozco La rama verde de Eloy Sáchez Rosillo y Cuaderno de Ibiza de José Cantabella, que me confiesa haber releído cientos de veces. Me recita unos versos: «Que la muerte no ponga sus pies de noche en la luz del día de esta isla, y tú vístete de gala para ir junto a mí a ver los atardeceres tibios y mágicos de aquella playa. La fiesta, amor mío, acaba de empezar». «La vida sigue y la mía tengo que rehacerla», me dice. «Aunque soy demasiado negativa a veces, no quiero vestirme de viuda, ni por dentro ni por fuera. La vida siempre te da salidas. Puedes tener el corazón roto, recomponerte y volverte a romper, pero la humanidad te salva. Una psicóloga me dijo que yo era un ejemplo de resilencia». Hablamos de la importancia de afrontar y tratar las depresiones, vengan de experiencias traumáticas o de problemas médicos, y le comento que la otra noche vi romperse al actor Juan Echanove recordando a Verónica Forqué y lamentando no haber estado pendiente de ella, haberla llamado y visitado más… y Cantabella me insiste: «Nos necesitamos, la gente te salva».

Me cuenta que el número 13 la persigue, así que ella navega entre la buena y la mala suerte: «El banco me reclama 13.000 euros si quiero dejar el alquiler y dar la entrada de una casa; los cuadros los pinto en colecciones de 13 en 13; estuve 13 años trabajando 13 horas al día con Javier Cerezo en la Galería Babel, etc.». De aquella época me dice que fue una experiencia preciosa, que le permitió aprender mucho y conocer a artistas de dentro y fuera de la Región. Quiso ser muchas cosas en la vida, pero a los 13 años sabía que iba a ser pintora, ya había ganado muchos concursos desde niña. Su familia le dijo que eso no tenía salida y la obligó a estudiar Informática. Cantabella se especializó en diseño gráfico y luego hizo muchos cursos, de serigrafía, fotografía y otras ramas artísticas. Por eso sus bocetos los realiza casi siempre con el ordenador, compaginando las nuevas tecnologías con su pasión por el trabajo con la mano izquierda.

Le preocupa mucho el medio ambiente, la igualdad de género y, cada vez más, la tolerancia. Me dice que en muchas cosas vamos para atrás: «Hoy no me dejarían hacer aquellas campañas en vallas publicitarias o en los autobuses contra la corrupción política o paseando el Rapto de Europa con una mujer desnuda. Las redes sociales, además, contribuyen a la crispación y los algoritmos de Google radicalizan la polarización. Sólo nos enseñan lo que te reafirma y no lo que te hace replantearte las cosas de manera distinta».

Tiene ganas de viajar, está deseando que llegue marzo para ir a inaugurar a Bruselas: «Durante meses, mis únicas salidas han sido mis diarios paseos con Budy, a las 7.30 de la mañana por la ribera del río», y se ríe, de esa forma suya que le alegra el día a cualquiera.