A principios de los noventa, Albania era un país aislado. El muro de Berlín había caído, la descomposición de la antigua Yugoslavia ya estaba en marcha y los habitantes de este pequeño país al sureste de la península balcánica vivían en la cuerda floja como rehenes de una crisis política y económica devastadora; de ahí que un buque llamado Vlora significara para muchos, muchísimos albaneses, una oportunidad única. El barco, con destino Italia, partió del puerto de Durrës el 7 de agosto del ‘91 y atracó en Bari un día después sin mayores problemas (pese a que la nave era poco más que un amasijo de hierros...). Sin embargo, las imágenes de su llegada al país transalpino impactaron a toda Europa... y, muy particularmente, al pintor murciano Pedro Cano.

Alrededor de 20.000 refugiados –en su mayoría hacinados en la cubierta o encaramados a los mástiles– tomaron tierra en la que fue, quizá, una de las primeras grandes ‘crisis de refugiados’ a la que tuvo que enfrentarse el viejo continente. Cano recordaba hace ya unos años como, a través de la televisión, pudo ver cómo las autoridades italianas les llevaron a un estadio de fútbol, «donde muchos de ellos se deshidrataban debido al sol de justicia que caía, lo que llevó a decenas de ellos a huir por las noches hacia al norte buscando un futuro mejor». También se quedaron grabadas en su retina las fotografías que los periódicos publicaron aquellos días sobre el éxodo y que dejaban testimonio de «las tremendas dificultades en que se encontraron aquellos desesperados venidos del mar».

El de Blanca no pudo evitar garabatear sobre aquello, y elaboró algunos diseños en blanco y negro que, al poco, decidió abandonar. Pero aquellas imágenes pesaban demasiado en su cabeza, y tiempo después retomó el proyecto; aunque no como un mero retratista, sino como un poeta del pincel (en esta ocasión manchado en óleo, y no en acuarela). El resultado fue Identità in transito, una colección de veinte lienzos de gran formado que presentó en Roma en 2008 y que ahora, cuando se cumplen treinta años de aquel dramático desembarco –que todavía retumba en su cabeza–, exhibirá en la Sala de Bóvedas de la Casa de la Panadería, situada en la Plaza Mayor de Madrid. La inauguración tendrá lugar este viernes como Identidad en tránsito (en castellano) y la muestra se podrá visitar de martes a domingo hasta el 2 de febrero en horario de 11.00 a 20.00 horas.

En esta colección, Cano muestra figuras de espaldas, «sin identidad», asegura. Y es que el blanqueño –que cuando tuvo lugar aquel suceso vivía en Roma–, más de una vez se preguntó mientras paseaba o a la salida del metro si la persona que caminaba delante no sería un viajero del Vlora. «Fue así como comenzó a dar cuerpo a una serie de trabajos en los que expresaba la idea de que una figura de espaldas es siempre una incógnita, ya que no sabemos qué carga de alegrías o dificultades lleva consigo», explican en una nota desde la fundación que lleva su nombre.

Para estos lienzos –que miden 200 por 140 centímetros y que también pudieron disfrutar en su momento los visitantes de la sala de Armas del Palazzo Vecchio de Florencia–, el pintor volvió a utilizar una paleta de colores que es, no solo característica de su producción, sino muy especialmente de las series que a lo largo de su carrera ha dedicado a Italia. Ocre, grises, marrón, algún rojizo, pardos..., también alguno más luminoso, pero el objetivo de Cano era recrear una atmósfera terrosa y sofocante. Y en cuanto a las figuras, hay mujeres con vestidos livianos y hombres sin camisa –el verano romano es caluroso–, también las hay que portan bolsas, que andan con muletas, que se mueven en bicicleta o que cargan con maderas o, incluso, un acordeón, pero siempre caminando y consigo mismos como principal equipaje. Porque, como dice el autor, «no necesitan mostrar la cara para contar a través de sus cuerpos y gestos la experiencia de la vida».