Aunque hay muchas cosas que mejorar, tengo que reconocer que mucha gente me felicita por ser cartagenero: «Cartagena está preciosa y cada día tiene más propuestas y actividades culturales y artísticas», me dicen. Muchas veces no se es consciente de que detrás de los políticos tiene que haber buenos equipos de gestores y técnicos, y en el caso de las actividades de la concejalía de juventud o la de cultura, en los últimos años hay personas muy valiosas. Patricio Hernández, coordinador de Cultura del ayuntamiento cartagenero, es el verdadero cerebro e impulsor de muchas de las mejores iniciativas que están poniendo a la ciudad en primera línea de la cultura en España. Admiro a este hombre, siempre un revulsivo cultural, admiro su mente imaginativa, su capacidad de trabajo y, sobre todo, su pasión por implicar a los colectivos, las asociaciones, los barrios, los artistas y los ciudadanos en la gestión y la creación cultural y artística. 

Quedo con él en su base de operaciones: el Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy. No está en su despacho, entre esos cuadros espectaculares de los más consagrados artistas cartageneros. Lo encuentro, con su look exultante, por los despachos del equipo de Cultura y finalmente le hago la foto en la biblioteca, que está llena de jóvenes. Tiene poco tiempo porque lo ha llamado a capítulo el concejal de Cultura, pero nos tomamos un café y hablamos sobre su trayectoria, sobre la cultura en Cartagena y la Región, sobre el cambio climático, el Mar Menor, la subida de la ultraderecha, sobre la literatura y mil cosas que se van entrelazando en su discurso, entre citas de pensadores y poetas. Todo le interesa y todo lo relaciona, tiene una cabeza bien amueblada, y realmente es un circuito con multitud de interconexiones en red. 

La trayectoria de Patricio en la cultura empezó muy pronto. Estudió historia en la UMU, pero a los 18 años ya era concejal de Juventud y Cultura en el ayuntamiento de Murcia, siempre con partidos de izquierda, pero en los que no ha vuelto a militar porque «los partidos políticos son necesarios, pero son un corsé demasiado apretado para hacer política», me recuerda. Fue fundador de una de las experiencias más interesantes que conozco: el Foro Ciudadano de la Región de Murcia, un punto de encuentro, reflexión y opinión que ha funcionado como verdadera y necesaria agua fresca en medio del desierto, aunque me confiesa que «quizás el Foro ahora mismo ya no es una herramienta útil a los jóvenes de hoy día, yo creo que no hay que sacralizar ninguna institución, sino estar abierto siempre a nuevas estructuras, nuevos puntos de encuentro, nuevos debates, nuevas organizaciones que respondan a los nuevos retos».

«Me preocupa el cambio climático, que se lo puede llevar todo por delante y, más aún, me preocupa la viabilidad de la civilización. La humanidad se lo juega todo ahora mismo y la cultura tiene un papel tan fundamental como el medio ambiente», y añade: «Cuando yo nací, en el mundo éramos solo un tercio de habitantes de los que van a haber cuando yo muera. Ya nada será igual y la sostenibilidad es urgente y vital». Cinéfilo irredento, hablamos de películas y me recuerda una frase de Pasolini: «La cultura es resistencia a toda distracción», y nuestra conversación gira en torno al papel que debe tener el arte y la cultura en la transformación del mundo. «No creo en la cultura exclusivamente militante, pero tampoco en la evasiva, en la cultura del entretenimiento, del escaparate ni, mucho menos, en la del postureo, tan actual. Nos hace falta una revolución cultural. Todo aquel que se dedica a la cultura tiene una responsabilidad añadida, es un referente y sus acciones o dejaciones tienen más trascendencia», y termina: «Lo único peor que hay que los mensajes ultras es la indiferencia de la mayoría».

«La sociedad murciana no parece tener capacidad para cambiar, pese a los recientes logros que hemos de celebrar en la defensa del Mar Menor, sin ninguna ayuda de los partidos políticos, como la última multitudinaria manifestación o la recogida de firmas para la ILP. Los cambios tendrán que venir de fuera, seguramente de la presión de Europa, porque si no vamos al suicidio» y añade que «tenemos que ser capaces de ir construyendo islas de sentido en un mar de sinsentido, caminos y estructuras que no sean desmontables», y me cita la frase de Manuel Delgado: «No hay nada que hacer, pero eso no significa que no hagamos nada». No se puede decir que Patricio peque de ingenuo soñador, pero tampoco de pesimista escéptico, tal vez de luchador irredento e instigador cultural. Él se identifica en la línea de lo dicho por Julio Llamazares: «Con el entusiasmo, pero sin esperanza. El entusiasmo es la fuerza más revolucionaria, es estar movido por lo más divino, dentro de ti».

Como todo no va a ser lucha, hablamos de su lado hedonista, de sus ansias de viajar, de su mapa de países recorridos, de ciudades de la cultura, como Berlín y, sobre todo, de París, donde ha vivido, y me confiesa que muchos de sus proyectos los ha madurado conociendo iniciativas culturales europeas, innovadoras y participativas.