Santiago Motorizado vuelve a Murcia. Sí: el cantante de Él Mató a un Policía Motorizado recalará el sábado en la sala REM para presentar Canciones sobre una casa, cuatro amigos y un perro, el disco que acompaña el relanzamiento en Netflix de la icónica serie argentina Okupas (Bruno Stagnaro, 2000). Y, oh, ese es solo un tema del que hablar con él: en plena pandemia murió Rosario Bléfari, líder de Suárez, la banda que alzó la antorcha del rock independiente hasta que los platenses la recogieron de entre la basura. También está lo de su reconciliación con el rock nacional argentino. O su relación con las redes sociales: «Me preocupa que repercutan en el arte», afirma. Y no lo dice por decir.

¿Cómo ha sido revisitar Okupas siendo parte del proyecto?

Increíble. Es una serie histórica para la televisión argentina. Yo soy muy fan. De pronto estaba trabajando con Bruno Stagnaro y era parte de ese proyecto, fue muy emocionante. Sentí responsabilidad, pero siempre llevada con alegría. Después de cada momento de presión o de vértigo todo se acomodaba rápidamente porque de repente Bruno levantaba el pulgar y ya era suficiente para estar tranquilo. 

Es una serie que está en el imaginario de ‘Él Mató’.

Totalmente. Okupas salió en el año 2000 y nuestros primeros ensayos fueron en 2002. Era muy cercano a aquellos años. Por más que Okupas refleja un clima previo a la crisis de 2001 y nosotros nacemos como banda después de esa crisis, es todo una misma época, con esa cosa de cuatro chicos que no saben muy bien qué hacer con sus vidas, y eso era parte de un paisaje cotidiano. En esas primeras canciones nuestras, sobre todo en la lírica y en ciertos paisajes que tratamos de describir, hay mucho de esa cosa urbana, mega rasposa y medio abandonada y apocalíptica...eso está en Okupas.

¿Cómo se lleva con su ‘yo’ musical del pasado?

Bien. Obviamente siento que hay muchas cosas que son muy diferentes, pero otras no. Siento que igualmente esos cambios han sido positivos y naturales. No reniego de aquella época. Con lo que estoy más desconectado es con las letras, por ejemplo. Hay cosas de las grabaciones, una cosa muy lo-fi, que ahora mismo no haría así, pero no reniego de ese sonido. Veníamos orgullosamente del lo-fi y siempre entendimos que las canciones tienen un poder que va más allá de cómo estén grabadas. 

¿Y con sus ídolos del pasado?

Hay nuevos lugares de referencia, pero hay lugares concretos que siempre están. Por ejemplo, el otro día toqué de sorpresa en el Weekender y tocaba Thurston Moore, que es un ídolo de siempre. Y ver el show en vivo, que hace una cosa bastante Sonic Youth, referencia incluso en la forma de montar la banda... Me emocionó verle tocando sus canciones, ese rock guitarrero. Hace tiempo que no lo tenía como referencia, pero lo vi y recordé por qué me gusta esto. Estaba pasándola bien, y sentí algo mágico, una conexión con mis orígenes. Con el sentido de las cosas que uno hacía. Es normal intentar hacer otras cosas, pero vuelves a un punto de partida que es potentísimo. Y está bueno tenerlo presente. Sonic Youth siempre fue una gran referencia, no solo en lo musical. Eso no se va a ir nunca.

En sus inicios renegaban abiertamente del rock nacional argentino. Hace poco le escuché decir que se había reconciliado con esos discos. ¿En aquel momento era necesaria esa confrontación?

Sí. Nosotros sentíamos que prendíamos la radio y no había nada que nos representase. Nuestra música nacía de ese lugar. Queríamos hacer la música que sentíamos que no existía en Argentina. Siempre sin negar que el rock nacional es parte de nuestra cultura y nuestra vida. Todo bien con Calamaro y Spinetta, pero... ¿qué pasa con la música alternativa? ¿Qué pasa con lo diferente y lo independiente? Es cierto que en un principio exagerábamos eso, no hacíamos esa aclaración de que también nos gusta Calamaro. Decíamos: «No, venimos a hacer esto y estamos en contra de esto». Era una posición política. Con el tiempo se fue disolviendo. La cultura independiente creció mucho. Bandas, festivales, medios... Creemos que fuimos parte importante de ese crecimiento. En ese punto, uno se libera y no se ve en esa necesidad de ir tan al choque y reconocerle cosas a esas figuras con las que uno también creció. Yo crecí con los [Fabulosos] Cadillacs, escuchando a Vicentico, escuchando a Calamaro... a Fito Páez un poco menos, nosotros éramos punks, Fito Páez era todo lo contrario. Lo odiábamos. Con el tiempo empiezas a ver cómo alguien crea una canción, la genialidad musical que hay detrás, y todos esos prejuicios se van rompiendo. 

A veces está esa cosa de -en el buen sentido, no en el belicoso- tomar posiciones políticas en el arte. Estaba bueno decir: «Nosotros hacemos esto y nos ponemos enfrente de esto». Se genera una rivalidad sana. Hoy hay una buena onda y vale todo y todos somos amigos de todos, que está bárbaro, pero es forzado y falso. Es una cosa de la dinámica de las redes sociales, todo es ‘likes’, ‘likes’, ‘likes’ y todo buena onda, y me perturba un poco. ¿Hasta qué punto vale todo? ¿Hasta qué punto las leyes de las redes sociales son las que nos obligan a esta buena onda impostada?

En esa cruzada de lo independiente, Rosario Bléfari les mostró el camino.

Totalmente. Era la referencia cuando decidimos montar la banda. Suárez se termina en 2001 y nunca tuvo la repercusión que merecía. Era una gran artista, una gran banda. Tenía todo. Canciones, poesía, vídeos... era algo diferente y nos partía la cabeza. Eran nuestros Sonic Youth argentinos, con esa potencia y esa fuerza de creación tan inspiradora. Cuando Suárez lo dejan, la cultura independiente se queda ahí flotando y crece mucho ese rock ‘mainstream’ argentino. Bandas que siempre hemos odiado y con las que jamas nos hemos reconciliado: un rock entre rolinga, candombe y un montón de cosas que a nosotros nos chocaba mucho y que se puso muy de moda; pues había que ir en contra de eso. Eso dominó y no dejaba espacio para algo que no fuera un lugar común. 

"Las canciones tienen un poder que va más allá de cómo estén grabadas"

Con sellos como Laptra, que ustedes fundaron junto a varias bandas de su generación, Suárez habría tenido más predicamento hoy en día.

 Sí. Ellos volvieron tiempo después, hicieron una reunión y llenaron lugares que nunca habían llenado. Tenía que ver con eso: nuevas generaciones que se estaban acercando a otro tipo de música. Creció mucho la cultura independiente y empezó a reconocerse a Suárez como la banda referencial de eso. Es algo que pasó a otra escala con Pavement y Pixies, por ejemplo, que en sus reuniones han tocado para más gente que nunca. Esas cosas pasan. Descubrimientos tardíos. De todas formas, Suárez nunca tuvo el reconocimiento que merecía. A mí me da bronca: era una superartista, y los medios argentinos caen mucho en seguir lo que se vuelve masivo, que es algo que hay que contar dentro de lo que es el periodismo, pero tiene que haber un espacio para el artista que está revolucionando e inspirando a un montón de gente. Por otro lado, a ella no le importaba eso. Pasaba de las redes sociales, estaba en constante movimiento. Era actriz, hacía arte visual, sus canciones, teatro... eso era lo que a ella la mantenía viva.

¿Es consciente de que con Laptra han creado un camino para decenas de bandas argentinas en España? 

Un poco sí. No pienso en eso habitualmente, pero a veces te llegan comentarios y te das cuenta. Laptra es muy importante para nosotros. Lo notábamos cuando hacíamos los Festilaptra, que la gente venía todo el día a ver a todas las bandas. Sabemos que hay sellos que se han formado teniendo a Laptra como referencia. Por más que uno hace naturalmente lo de juntarse con sus amigos, compartir la experiencia y ayudarnos entre nosotros, hemos visto que eso inspira y genera algo. Me pone contento que me digas eso.

Hay canciones suyas que tienen más de diez años, pienso en El día de los muertos (2008), por ejemplo, que hoy suenan más realistas que postapocalípticas.

Sí, es tremendo. Los primeros días de la pandemia recordamos una canción que quedó afuera de El día de los muertos y que tenía una letra que decía: «Estoy infectado, quiero ver mi alma virtual». La recordamos cuando estábamos todo el día en Zoom y con un virus dando vueltas por ahí [Risas]. Es verdad que ciertos ambientes que recrea ese disco se han vuelto realidad, no tiene ya tanta poética, se ha vuelto literal. 

Al margen del disco de Okupas, ¿qué pasa con su disco en solitario?

Lo empecé a grabar antes de La Síntesis O’konor [último disco de Él Mató a un Policía Motorizado], que generó mucha gira y muchos viajes para ‘Él Mató’. Aproveché la pandemia para volver a trabajarlo y no me gustó la grabación. En febrero lo volví a retomar, pero me puse con lo de Okupas, que de alguna forma también es mi primer disco en solitario. Tengo que retomar esas canciones y grabarlas como creo que merecen. 

Siempre ha dicho que, por encima de todo, pretende buscar una verdad con su arte. ¿Cómo se relaciona esa búsqueda pura con la monitorización extrema que se puede hacer hoy en día de la música?

Pues puede llegar a distorsionar esa idea principal. Es cuestión de no enloquecer, que no es fácil. Spotify te permite saber quién está escuchando en cada momento tu música. Con el disco de Okupas usé esa herramienta por primera vez y era: «Uy, ahora hay mucha gente; ah, ahora bajó un poco». Es una estupidez. Hay que dejar que las cosas pasen o no pasen. Uno está contento con las canciones que hizo, tuve el visto bueno del director, de mis amigos..., pero hay una especie de adicción a esos ‘likes’, reproducciones, vistas... Es muy extraño. A mí me da miedo que repercuta en el arte. En el ‘mainstream’ hace tiempo que repercute, pero me preocupa que suceda también fuera del ‘mainstream’, porque todos tenemos acceso a eso. Todas estas herramientas tienen esa atracción, pero acaban convirtiéndose en un problema.

Dicen que es una bendición que la fama llegue pasados los treinta.

Tampoco somos tan famosos. Se nos acerca mucha gente, es verdad, pero por una conexión con las canciones, con lo que hacemos. Siempre es cariñoso y sientes la conexión de la gente con la música. No es un acercamiento de la fama por la fama. Eso es más natural, es una fama que puede tener el carnicero del barrio. Si es bueno en lo suyo, lo van a saludar por la calle y lo van a tratar con cariño. Pero siempre nuestro reconocimiento ha sido muy gradual: cada disco tenía un poco más de repercusión que el anterior. Crecimos con eso, lo llevamos bien.

Santiago Motorizado

Fecha: Sábado, 23 horas.

Lugar: Sala REM, Murcia.

Precio: 18 euros.