Internet es un poco como El Rastro, donde uno entra buscando una cosa concreta y acaba tropezándose (entre centenares de encantes tan vistosos como inútiles) con muchas otras que, sin ser la que buscaba, no dejan de estar en la órbita de sus intereses y desde luego suponen, aunque inesperadas, gangas dignas de llevárselas a casa, cuanto más si, como en el caso de la red, no se trata de chollos baratísimos, sino directamente gratis. Y todo gracias a una característica que conviene no olvidar (de hecho, ha sido y es objeto de interminable estudio) porque es el cicerone virtual de este paseo: el algoritmo, un cicerone interesado, que puede parecer nuestro amigo aunque diste mucho de serlo. No es difícil comprobarlo, basta con que dos personas escriban una misma palabra (cualquiera, elegida al azar) en el mismo buscador para constatar fácilmente cómo los resultados difieren de una a otra, dependiendo de cuál haya sido su comportamiento cibernético en el pasado reciente.

En mi caso al bichito, en cuanto se pone a llevar a cabo la pertinente recopilación y análisis de los datos (tarea que en condiciones normales puede tomarle unas cuantas cienmilésimas de segundo) habitualmente se encuentra con entre veinte y cien pestañas abiertas a la vez en el navegador (con especial reincidencia en las versiones web de periódicos regionales, nacionales y extranjeros, mayormente norteamericanos), repositorios bibliográficos digitales de distintas bibliotecas, instituciones públicas o privadas o universidades, páginas de Wikipedia, búsquedas en YouTube (la mayoría de óperas o películas de esas que el común considera raras o minoritarias). Y entre eso y el sinfín de otros pequeños detalles y pautas de comportamiento recogidos aquí y allá por sus pequeñas y simpáticas colaboradoras, las invisibles pero eficientes cookies, no le cabe la más mínima duda de que se las está viendo con uno de esos raros especímenes conocidos en la era analógica como letraheridos, o (un poco más específica y despectivamente) ‘ratas de biblioteca’.

Conque apenas inicio cualquier búsqueda, especialmente si se trata de algún/a autor/a u obra literaria o personaje de la misma (lo que en mi caso es más del sesenta o setenta por ciento de las veces), empiezan a aparecer entre los resultados enlaces a documentos PDF sobre asuntos más o menos colaterales, más o menos cercana o vagamente relacionados con lo que de entrada pretendía encontrar, sobre autores de la misma época o corriente literaria o musical. Y entre ellos, curiosamente (o no tanto) un buen número de los llamados TFG o trabajos de fin de grado de estudiantes de lo que hace años eran distintas ramas de la licenciatura en Filología.