Ganador de premios como el Goncourt, Philippe Claudel es uno de esos escritores raros que escriben a contrapelo, realizando un ejercicio de escritura única y arriesgada que contradice la corriente habitual de narradores. Al menos en este libro. 

En el tono y en la prosa de Inhumanos se percibe una fuerte personalidad literaria. El autor se enmascara en un sujeto narrador que parece habitar un mundo esquizofrénico. Un mundo absurdo (y violento y despiadado y cínico) que sirve como coartada para explorar la falta de humanidad que rige nuestro supuestamente sensato mundo. El narrador de esta novela episódica y fragmentaria, construida a base de frases brevísimas, casi telegráficas, es un tipo sin sentimientos (o más bien, el mundo en el que se desarrolla la historia carece de ellos) y por tanto ajeno al dolor de los desarraigados, de las clases desfavorecidas e incluso carente de valores familiares o éticos. Así, sin prejuicios ni filtros morales en esta sátira moderna, en este dantesco universo heredero de Alfred Harry, encontraremos sexo con animales y con objetos. 

Promiscuidad y muerte. Exhibicionismos gratuitos. Rituales asesinos y celebraciones suicidas. Personas que pierden sus genitales o que se alimentan de sus seres queridos; barracones creados para sacar de la circulación a los vagabundos. Dios puesto en venta, matrimonios entre hombres y osos y obscenas situaciones que parecen transcurrir con una cotidianidad pasmosa.

Sin escrúpulos, esta irreverente novela es una crítica social dotada de un humor cruel y despiadado, que recuerda algunos cuentos de Topor o del no menos kafkiano Jean Ferry. 

Podríamos decir que hay, en este sentido, un furor patafísico en la escritura sin sentido de Claudel. Porque muestra, a pesar de su trasfondo social, un cinismo que la aleja de una intención moralizante. Más bien, como ocurre con algunos textos de Swift o Cyrano de Bergerac, en Claudel la ironía no es que sirva para criticar. Es que transforma, directamente, la crítica en una hermosa puñalada. Porque así muchos lectores no se sentirán ofendidos. Porque la literatura, a través de la inteligencia, salva todas las fronteras de lo políticamente correcto y se transforma en un arma cargada de ironía.