Una enorme cruz de dos metros y medio de altura y cincuenta kilos de peso recibe a quienes visitan La Capilla. Suspendida en el aire y de un dorado cegador, aborda a los feligreses y les entierra en preguntas. Porque sí, da igual los dioses en los que creas o en los que dejes de creer: este ente totémico que ocupa desde hace unos días la más mística de las salas del Rectorado de la Universidad de Murcia nos señala a todos. De cada uno depende si esa interpelación es amable o acusadora; no es tarea ni pretende su artífice-autor juzgar al visitante, pero se antoja casi imposible escapar de la duda, del magnetismo punzante de semejante instalación.

Porque la que presenta Claudio Aldaz –en esta ocasión como ‘Consume ESTO’– en el edificio de Convalecencia no es una cruz cualquiera; no está construida en madera ni luce envuelta en luces de neón como las de las películas de ciencia-ficción. Aunque si tiene un rollo cyberpunk... Él habla de ‘tecnobarbarie’, un término acuñado por José Luis Sampedro sobre el que el polifacético artista murciano ha construido todo un ideario estético (aunque, siempre, al servicio de la teoría social o incluso filosófica). Para el humanista catalán, este expresivo vocablo alerta de un mundo en el que, sí, cada vez tenemos más técnica, pero también menos sabiduría, como plateando si aquellas eran (y son) incluso cuestiones directamente proporcionales.

Por eso Aldaz ha construido su cruz con un viejo tocadiscos, altavoces, teclados, una cinta de VHS, un teléfono fijo, las entrañas de un desfasado ordenador de mesa, cintas de casete, mandos a distancia de aquellos con incontables botones, una calculadora científica..., en definitiva, un frankenstein hecho con «tecnología muerta», con... desechos, basura, pero –como en la icónica novela gótica– con la intención de volver a la vida. De hecho, «Claudio Aldaz es Mary Shelley –señala el escritor murciano Alfonso García-Villalba, autor de un texto desquiciado que contextualiza la instalación–: Mary Shelley [la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo] juega a que alguien juega a ser dios y crea un monstruo deseante. Claudio Aldaz juega a crear un nuevo dios a través de un viejo ídolo. Juega a ser divinidad primordial y crea un tótem-máquina deseante: su imagen nos busca; el objeto  nos desea, nos reclama, nos hipnotiza (Yazujiro Kawamura dixit)».

Detalle de la instalación. L. O.

«Es tan imponente...», señala Aldaz mientras repasa las dimensiones de la sala y la atmósfera que ha logrado crear en su particular púlpito distópico (¿distópico?). «Está pensada [la instalación] específicamente para La Capilla –que es el nombre de la sala; y no solo para esta muestra, lo ha sido siempre–, un espacio con una mística especial pero con unas dimensiones que, ante semejante pieza, prácticamente te obligan a enfrentarte a ella», apunta el orgulloso artista, que efectivamente habla de «un dios tecnológico, pero obsoleto, al que solo esa pátina de oro convierte en algo valioso, cuando realmente no lo es». Porque aunque el artista defienda las «múltiples lecturas» de su obra –titulada, por cierto, Nuevos dioses, viejos ídolos– e invite a que cada uno «pueda ver o crear su propio discurso», la teoría –y su trayectoria– le delatan.

‘Consume ESTO’

Y es que esta instalación se enmarca dentro de la producción del artista como ‘Consume ESTO’, una «plataforma de acción» con la que Aldaz lleva trabajando desde comienzos de siglo como vía de escape para inquietudes que, formal o temáticamente, no encajan con su faceta más canónicamente plástica (como pintor o escultor al uso). «Es una forma de diferenciar esas dos vertientes. Y también de especular, de desviar la atención. Es un juego en realidad: un juego que me sirve para trabajar en propuestas más arriesgadas o centradas en los ‘nuevos soportes’: la fotografía, el vídeo, el arte sonoro...», apunta el murciano, que añade con sorna: «No sé por qué les seguimos llamando así [‘nuevos soportes’] cuando tienen cincuenta años...». La cuestión es que, desde que arrancara este proyecto, su preocupación por la relación entre el hombre y la tecnología y la sociedad de consumo han sido dos de los temas capitales de su producción bajo el pseudo anonimato de ‘Consume ESTO’ (así firma sus intervenciones, buscando una pretendida sensación de ‘equipo’ en la que Claudio Aldaz únicamente es el comisario, cuando realmente lo es todo). 

"Pensamos que somos los adoradores (los consumidores) y quizá en realidad seamos los consumidos..."

«Sí, es un tema que me obsesiona en la esfera personal», reconoce Aldaz cuando se le pregunta por esa recurrente preocupación, fuente de multitud de proyectos. El artista habla de hiperconsumismo, de hipervelocidad, de obsolescencia programada, de abandono..., y, en definitiva, de cómo la tecnología se ha convertido para muchos en su nueva religión (lo reconozcan o no). «Y eso es algo que a mí me pone nerviosete», admite. Esa inquietud –y los conceptos anteriormente citados– están más presentes que nunca en Nuevos dioses, viejos ídolos: «Pensamos que somos los adoradores (los consumidores) y quizá en realidad seamos los consumidos...», sugiere. Pero solo sugiere. Porque como Alicia Bernal apunta en otro texto escrito como sustento teórico para esta obra, Aldaz presenta al espectador «un espacio de recogimiento» que, casi de un modo místico, propone ese encuentro entre el ser humano y su (nuestra) particular deidad moderna, contemporánea.

Para ello –para fomentar ese encuentro, esas preguntas o rezos–, la instalación ha sido completada con un cuidado trabajo a nivel sonoro. «Es algo que hago desde que entré en Corporación Bacilö [un grupo artístico que le reúne con creadores como Joaquín Lisón, Pedro Guirao, Pedro Camacho y Anders Restad]. Utilizamos esta herramienta como conductor de la dramaturgia, para incidir en el ambiente, en la atmósfera que queríamos crear para cada una de nuestras acciones (normalmente obsesiva y oscura)», explica Aldaz, que en esta ocasión ha mezclado diferentes grabaciones de campo, el canto de los monjes tibetanos, un padre nuestro en arameo, lecturas del Corán... «A base de capas superpuestas, la idea era crear un ambiente cercano a la religiosidad. Y el resultado es un poco distópico, pero creo que consigue potenciar esa estética de la tecnobarbarie», valora el murciano.

No obstante, La Capilla también juega sus cartas en favor del artista. De hecho, a Aldaz, que fue profesor asociado de la Universidad de Murcia –«y lo dejé porque las condiciones eran lamentables»–, no le seducía particularmente la idea de hacer un proyecto para la UMU –«'Hasta que no pongáis perras, no contéis conmigo', les dije»–, pero prácticamente fue la sala la que le ‘obligó’ a levantar este nuevo altar (lleva diez años trabajando esta línea). «Me acerqué a ver las instalaciones de Soledad Sevilla y Cristóbal Hernández Barbero y tuve una visión: vi la cruz, esta cruz, en este espacio», reconoce el murciano, que, en cualquier caso, insiste: "La he tenido que pagar íntegra de mi propio bolsillo". Y aunque asegura que en su taller, en plena huerta, también lucía imponente, solo en La Capilla es posible lograr las experiencia completa. No obstante, avisa: «Ya me han llegado algunas propuestas interesantes para ver qué hacemos con ella una vez salga del Rectorado».