En ocasiones la escritura precisa y perfecta obstaculiza el flujo de la imaginación. Son muchos los textos que están ‘bien escritos’ pero que no dicen nada sustancial. No es el caso de los relatos que componen Quitamiedos de Trifón Abad. Ni mucho menos. En estas piezas narrativas consigue al autor murciano crear un equilibrio perfecto entre prosa y acción, entre textura y argumento, haciendo que la trama o la situación del relato se vean impulsadas por el flujo de palabras hacia un desenlace siempre perfecto. 

Así, la dicción pulcra es el motor para que las historias que componen Quitamiedos fluyan en la dirección correcta. Historias que se construyen, en ocasiones, en torno a objetos cargados de aura. Por ejemplo, unas bragas-trofeo en una historia de infancia que, en pocas páginas, logra radiografiar una etapa vital con tal viveza y realismo que tenemos la impresión de estar viviéndola en directo. Objetos como un casco para motocicleta que parece desprender el halo nefasto de la desgracia. Una figura de coleccionista que simboliza la obsesión de un padre que se niega a renunciar a un deseo interrumpido de la niñez. O una aguja de oro adoraba por una extraña tribu con tendencias caníbales. También es un objeto (una escultura) el desencadenante de Beneficencia, donde se narra con humor negro una situación totalmente delirante en la casa de unos hipócritas millonarios. Historias con un final inesperado o con un desenlace abierto que nos invitan a imaginar, a pensar que la realidad del relato continúa más allá del final y que también comenzó mucho antes de la primera frase. Es este sentido es admirable la creación de mundos que sobrepasan sus propios límites. El relato breve autárquico que proponía Cortázar en Trifón Abad trasciende su propia frontera y nos lleva a imaginarlo más allá de sí mismo. 

Porque en Quitamiedos los cuentos no acaban en el punto final. Se expande hacia adelante y hacia atrás. Un ejemplo evidente lo encontramos en Marathôn, cuento de urdimbre mitológica en el que un hombre corre por un universo hostil preñado de extraños peligros. Es un relato delicioso y, a mi entender de una frescura inusitada, porque lo atraviesa el enigma, y en ningún momento se nos aclara el tiempo o el lugar exactos en el que transcurre, haciendo que el mito se agrande sobre lo realmente contado. También flirtea con la ciencia ficción en el cuento Subterfugios, donde se propone una aventura tan estrambótica como trivial en una nueva situación pandémica. Un objeto vuelve a ser el epicentro de Ležáky, 1942. Un juego de espejos que recuerda Lejana del ya mentado Cortázar, en el que se produce un funesto intercambio de identidades con un viejo títere de madera como protagonista.

Tras esta literatura de objetos esconde su autor una exuberante literatura psicológica de emociones y perfiles humanos. Trifón Abad radiografía con rigor y acierto el alma humana. Desde la culpa al miedo. De la avaricia a la frustración. Del odio hasta el amor imposible. De la honestidad a la franqueza.

En definitiva, Trifón Abad demuestra con este volumen de cuentos una solidez insólita. Piezas precisas que esconden, tras la fachada de la realidad, historias oscuras y a veces siniestras. Los personajes y las situaciones de estos relatos siempre ocultan un misterio, una doblez, un sentido más allá de su apariencia.