Faltan tres horas para la última representación de este año del Don Juan Tenorio de la Compañía Cecilio Pineda y quedo con su productor, director y actor protagonista, Julio Navarro Albero, en el camerino número 4 del Teatro Romea de Murcia. Está velando armas en compañía de su ayudante personal: su mujer. Me lo encuentro satisfecho de que, un año más, todos los pases hayan sido un éxito. La gente sigue fiel al mejor Tenorio que se hace en España. Me sorprende la amplitud y el orden del camerino. Él está frente al espejo para maquillarse y al lado un amplio armario con los trajes perfectamente colgados. «En nuestro Tenorio todo es verdad y calidad: los antiguos decorados pintados, que son una obra de arte, el mobiliario, las esculturas, la iluminación maravillosa y estos trajes espectaculares de Sastrería Cornejo de Madrid. Pero lo mejor, sin duda, el equipo de 50 personas que hace que todo esto sea posible». Siento que esta es su casa, después de más de 30 años dando vida al personaje de Zorrilla. 

Si Don Juan es todo un clásico de nuestro teatro romántico y una cita obligada cada año en Murcia, hay que reconocer que Julio Navarro es también un personaje principal en sus calles, muy reconocido y apreciado por tantas gentes que lo saludan, lo felicitan o le comentan cosas y a las que él siempre responde con educación, afecto y cercanía, hecho que yo he podido comprobar en otras ocasiones. No hay duda que Julio tiene pasión por la ciudad del Segura: «Mis viajes son los bolos que hago con la compañía de Teatro Alquibla, con la que trabajo el resto del año, así que cuando tengo unos días libres no me quiero ir a otro sitio que no sea Murcia, pasear por sus calles, tomar un café en la Glorieta, hablar con la gente, estar con los amigos y asistir a los actos culturales que puedo. Mi ciudad me ha dado tanto que yo intento corresponderla en todo lo que puedo», me dice. 

Aunque viene de una saga familiar vinculada desde siempre al teatro. Julio tardó bastantes años en dedicarse profesionalmente a la escena. Empezó de joven con el gran Antonio Morales y aquella compañía que llevaba el nombre de la furgoneta de García Lorca, pero luego no volvió a hacer teatro hasta que su padre lo fichó para el Tenorio. Durante años fue educador scout y después profesor de la Escuela de Tiempo Libre. Sus dotes dramáticas lo hacían ser el animador de los fuegos de campamento y el presentador de todas las fiestas. En los años 80 de La Movida fue el encargado de un mítico local de la noche, ‘La champañería’, incluso renunció a hacer teatro en Madrid por no alejarse de Murcia. Pero de los 40 para arriba sí se mojó la barriga y aceptó trabajar en Bodas de Sangre, con Esperanza Clares y Antonio Saura, y ya desde entonces no ha parado, hasta hoy, que en pocas semanas estrena Mi cuerpo será camino, sobre varias generaciones de emigrantes españoles, escrita por la dramaturga Alba Saura. 

Le digo que recuerdo especialmente su trabajo en Cyrano. Tuve la suerte de colaborar en la escenografía y las fotos y aprovecho para preguntarle si él es más Don Juan o más Cyrano: «Aquella fue una cumbre en mi carrera, poder interpretar a dos personajes excepcionales y hacerlo con 10 días de diferencia en el mismo escenario del Romea. Uno es un triunfador, un seductor y un canalla y el otro un gran perdedor, pero sensible, recto y educado. Son las dos caras de la moneda y tal vez yo deba tener un poco de ambos».

Sobre la mesa observo una foto de Julio con su padre, un par de ediciones del Tenorio y la última novela de nuestro académico cartagenero, y me confiesa que aunque, en general prefiere los versos, «me gustan las novelas de Pérez Reverte casi tanto como Cartagena», y me cuenta que le apasiona la historia y las batallas, y me enseña fotos en su móvil de su colección de miniaturas de soldados confederados, que él mismo pinta para evadirse. Realmente Julio tiene algo de General Custer, un caballero del Sur.