Medio siglo después de su desaparición, Ignacio Jacinto Villa Fernández, Bola de Nieve (el nombre artístico se lo puso Rita Montaner; dicen que nunca la perdonó) es ya leyenda, perdura en la memoria y constituye una de las personalidades icónicas de las artes y la cultura cubanas. El dúo formado por el pianista gaditano Chano Domínguez y la singular cantante onubense Martirio se presentó en el Cartagena Jazz para repasar el repertorio imperecedero del compositor, cantante y pianista cubano haciéndolo suyo, llevando su espíritu hasta el escenario sin dejar de ser ellos mismos, con los sentimientos a flor de piel. Martirio ya grabó con anterioridad algunos temas de Bola de Nieve en su disco A flor de piel, y durante el concierto sonó Mesié Julián (en la que Bola cantaba: "Yo soy negro, social, soy intelectual y chic"), no incluida en el disco del dúo A Bola de Nieve.

Lo han comparado con Nat King Cole; algunos lo consideran el Louis Amstrong cubano, pero no hay duda de que Bola de Nieve era un grandísimo intérprete del llamado ‘bolero filin’, sin fronteras para su arte. En su obra, que algunos conocimos por aquel disco doble que Mario Pacheco publicó en Nuevos Medios, sobresale la ternura y la expresividad; la pasión y el sentimiento descarnado, para llegar al fondo del alma, para revolucionar los sentidos y las emociones. En eso radica el gran interés de esta nueva propuesta de Chano y Martirio dominando totalmente el escenario con un puñado de canciones que suenan frescas, dramáticamente alegres y terriblemente contagiosas. Música popular y nostálgica; emotiva e imperecedera; simpática y amorosa.

Comenzó la velada Chano en estado de gracia. Sentado al piano, al que imprime una variedad armónica y sonora enorme, sonó alto y magistral con ese toque característico suyo donde el jazz llama a las puertas del flamenco y viceversa, improvisando filigranas de colores en el aire entre ambientes de jazz y aromas latinos, con citas a Sonny Rollins o cualquier otro que le viniera a la cabeza; toda una declaración de intenciones que marcaría la senda por la que iba a discurrir el recital. Fue una introducción breve que encerraba por sí sola todo un concierto por el que ya hubiera valido la pena pagar. Lo disfrutamos tanto que no queríamos que acabara.

De entre bastidores salió Martirio vestida con una túnica roja, sus inseparables gafas negras, una discreta peineta, y un clavel rojo en el pelo, muy Chavela. Arrancó con Tú no sospechas, bolero compuesto por Marta Valdés, y viajó del desamor a la desesperanza, pasando por rupturas, enamoramientos y males de amores varios con el tono justo para cada caso. "Nos gusta mucho venir a Cartagena, una ciudad que ama la música, que tiene un oído especial", dijo la coplera, saludando y glosando a continuación la figura de Bola: "Va a ser un concierto de amor y desamor. Bola tenía una librería de los sentimientos. Voy a sacar los clínex" .

El género ’bolero filin’ conecta muy bien con la copla por su potencial simbólico y su hondura sentimental; Chano y Martirio van al tuétano, a la universalidad de las emociones, a la melancolía, y celebran la vida. Durante algo más de una hora experimentamos un montón de estados emocionales.

Chano Domínguez. Loyola Pérez de Villegas

Construir la paz

Desde el primer momento quedó claro que la noche iba a ir de corazones rotos y de olvidos. De qué si no hablan Si me pudieras querer, Vete de mí, Alma mía, esta última de la mexicana María Grever, una de las compositoras predilectas de Martirio, o Se equivocó la paloma (con una interpretación memorable), cuya letra es el poema de Rafael Alberti, reconocido admirador de Bola (al que llamaba el Lorca negro), y que Chano y Martirio convirtieron en una llamada a construir la paz. Mientras, el piano jugaba a acercar la música de Bola al flamenco por bulerías, o al jazz. Y llegó Drume Negrita, del compositor cubano Ernesto Grenet, con Martirio sentada como si meciera una cuna (imposible no recordar a Portuondo); al terminarla, contó que Bola conoció en Buenos Aires a Armando Oréchife, con el que estableció una larga amistad, y le compuso Messié Julián, que cantó en primera persona.

Poderío y sensibilidad

La recta final se puso incandescente con No puedo ser feliz, tristísima canción del prestigioso arreglista y compositor cubano Adolfo Guzmán, y Vete de mí, un bolero del tanguista argentino Virgilio Expósito. Despidieron esta colección de joyas de un cancionero que permanece vivo con una desinhibida La vie en rose, de Edith Piaf

A los bises nos obsequiaron con ¡Ay, amor!, que Pedro Almodóvar incluyó en La flor de mi secreto, Bito Manué, tú no sabe inglé, el poema de Nicolás Guillén, y El manisero, sumergido en colombiana, ese falso cante de ida y vuelta, con guiño a Spain de Chick Corea, y un eco que se iba perdiendo bajo el sostén del piano de Domínguez. Poderío y sensibilidad en la voz de Martirio, música para sentir en tiempos vertiginosos.