Para comprender a Dalí es preferible no comprender nada. El propio Dalí declaraba que le interesaban y fascinaban los libros científicos porque no los entendía del todo. El músico John Cage también confesaba que sabía que le gustaba un libro cuando no lo entendía. Si lo entendía lo abandonaba.

Es una sensación que me es familiar. Me ocurrió la primera vez que entré en el universo de Borges, Kafka, Lynch o Michio Kaku. Y también me ha sucedido leyendo El mito trágico del ‘Ángelus’ de Millet. Un supuesto libro sobre una pintura de un autor francés del siglo XIX, que en realidad es una indagación del universo mental de Dalí. En el frente de este ensayo se sitúa el Ángelus. Pero tras él está Dalí autoexplorando sus delirios, las fantasías que emanan de su obstinación con el Ángelus y que se conectan, como hilos inverosímiles, con un sinfín de elementos dispares.

El Ángelus es una tela que muestra una pareja, en un solitario y vasto campo desértico. Según Dalí, se trata del único cuadro que representaba a un hombre y a una mujer sin establecer comunicación en un páramo desierto. Es cierto que la pintura alberga cierto misterio y parece esconder simbolismos latentes más allá de su mera apariencia. Como si lo figurativo ocultase un secreto. Como si el silencio y la soledad que habitan a sus protagonistas funcionasen como una metáfora cósmica sobre la desolación de todos los hombres. Pero Dalí va más allá.

Llega a escribir que el Ángelus se convirtió en la obra «más transtornadora, más enigmática, más densa, la más rica en pensamientos inconscientes» que jamás ha existido. Desde correspondencias eróticas, fálicas y sadomasoquistas. Hasta recuerdos perturbadores de su infancia. Toda vivencia en Dalí se amalgama con su obra. Sus obsesiones se materializan en arte. De hecho son incontables las pinturas dalinianas que recogen, de una u otra forma, el Ángelus de Millet. Porque para Dalí la pintura no opera en el campo de lo puramente estético sino de lo psicológico.

Piedras encontradas en la playa y que conforman las figuras del cuadro. La muerte de un murciélago. Un paseo de niño con su padre por el campo. La visión de un juego de café de porcelana decorado con el Ángelus en un escaparate. Mantis religiosas que son la mujer inclinada de la pintura y a la vez la figura materna castradora que despierta en Dalí emociones edípicas y necrófilas.

Bajo la mirada alucinante y lúcida de Dalí los vínculos son infinitos y las posibilidades ilimitadas. La obsesión espolea el arte, y la fantasía del subconsciente teje una red en la que la obra de Millet, la obra de Dalí y su delirante mente entran en un juego de espejos tan apasionante como perturbador.

Este libro, además de un jugoso tour de force literario es un manual de arte personalísimo surrealista en el que quedan al descubierto los procedimientos estético-psicológicos de su autor. Dalí toma como punto de partida una pintura para desarrollar, a su modo, su método paranoico-crítico (si es que es posible racionalizarlo).

Un procedimiento que consiste, según el propio autor, en un «método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones de fenómenos delirantes».