Son un conjunto de veintitrés hermosos poemas (veinticuatro si se considera poema el texto en prosa Brevedad de la vida, cuya posición y contenido delatan su carácter de prologal). Todos ellos son plenamente el Brines que hemos amado y releído con fruición, y probablemente todos llevaban muchos años escritos, aunque el autor se negara a dar por cerrado este breve libro final que acaba de ver la luz póstumamente. Hacía mucho, en efecto, que el autor los recitaba y/o se fueron publicando en revistas o antologías, como La iluminada rosa negra (Ahora Ediciones, 2004), una edición limitada de bibliófilo con serigrafías de Antonio Martínez Mengual, que incluía cuatro de Donde muere la muerte, con solo un cambio significativo, el de El vaso quebrado, que allí aparecía todavía con el título de El poema.

Yo mismo fui testigo de uno de esos ‘estrenos’, como le comentaba hace unos años a Juan Pablo Zapater —poeta y director de la revista 21veintiúnversos— que me escribía a finales de 2015 para preguntarme: «En el próximo número tenemos prevista la inclusión de un precioso poema inédito de Brines que […] estoy seguro que tú conoces, pues incluiste sus dos primeros versos como cita en tu libro Una canción extranjera […] y quería preguntarte si te consta que ya fuera publicado en algún sitio, cosa que Paco no recuerda». Aunque es fácil que para entonces Paco no lo recordara, dado su cada vez más delicado estado de salud, ese poema (Declaración de amor en Elca) era efectivamente uno de los incluidos en La iluminada rosa negra, pero no estaba publicado cuando yo le escuché recitarlo en un bar de Murcia —la primavera de 2003, en una de las Ardentísimas que organizaba José María Álvarez— como uno de los inéditos con los que terminó su lectura aquella noche.

Por alguna razón, los dos versos a los que se refería Juan Pablo («Cuando yo estoy ausente de esta casa / se suceden aquí los días para nadie») se me quedaron en la mente, y allí mismo, en el curso de la acostumbrada charla posterior, entre risas y copas, le pedí permiso a Paco para usarlos como cita en el libro que estaba ultimando, y que presenté ese mismo año al premio Antonio Oliver Belmás de Cartagena. El poema apareció publicado muy poco después en la antología, a cuya presentación en Madrid asistió Brines y de la que seguramente habría algunos ejemplares en su biblioteca, testimonio de su amistad con Antonio, que no era la primera vez que trabajaba pictóricamente sobre su obra poética: recuerdo por ejemplo, una exposición anterior en El Almudí, en cuya inauguración, si la memoria no me traiciona, también estuvo el propio Paco.