María Teresa Cervantes es una joya del patrimonio cartagenero y muy querida en toda la Región, una gran poeta europea que vivió y ejerció muchos años de profesora en Francia y Alemania. Subo a su casa y me abre Gloria, la mujer que la ayuda. María Teresa, tan educada siempre, la trata de usted. Su casa es casi un centro de peregrinaje de escritores, amigos y admiradores de la Maestra que, pese a su longevidad, está mejor que nunca, siempre acogedora, llena de vitalidad, creatividad e inteligencia. «Nunca me siento sola, mucha gente viene a verme, pero es que yo, además, tengo mucha vida interior», me dice. Se ríe cuando le pronostico que le quedan, al menos, 20 años buenos y otros 20 regulares, y entonces me habla de su abuelo y sus padres, que fueron bastante longevos, y me cuenta muchos episodios de su infancia y juventud. Su familia siempre valoró el saber y la cultura, animándola a estudiar y graduarse en Magisterio.

Mujer decidida, moderna y defensora de su libertad, enseguida se marchó a París, contratada como maestra por el gobierno francés. Allí también estudió literatura francesa. Siempre se acordó de su patria chica, pero ella quería volar y hacerlo en una Europa mucho más avanzada y abierta. Después estuvo de profesora en Bonn, Alemania. En total 40 años fuera de su Cartagena natal. Me habla de tantos y tantos personajes de la cultura, el arte y la política que conoció en aquellos años, desde Jean Paul Sartre a Alberto de Borbón, primo del Rey, y que frecuentó cafés parisinos donde se encontraban los artistas y los refugiados españoles. «He conocido en mi vida a mucha gente muy importante, pero parece que se han ido muriendo. Los de mi generación me han dejado sola, aunque no me quejo porque me llevo muy bien con los jóvenes de hoy día», añade.

Nunca se ha casado, aunque «no me quejo porque he tenido muchos pretendientes, novios y amigos». Las paredes de su casa están repletas de cuadros, regalos de grandes pintores, y otros pintados por ella misma, afición que siempre ha cultivado, desde que en su juventud. Era la niña mimada del estudio de Vicente Ros y se codeaba con María Cegarra, Asensio Sáez, Enrique Gabriel Navarro o Luzzy. Me enseña muchas fotos en las que compruebo una belleza a la altura de su bien amueblado cerebro. No me extraña que me cuente que «he tenido muchos novios y otros que siempre han querido serlo. Alguno de ellos aún me escribe o me llama por teléfono de vez en cuando. Una vez me dijeron que solamente las mediocres se casan, que yo no lo necesitaba». Y me confiesa que «una profesora carmelita me dio el consejo que más he seguido en mi vida: proporciona felicidad, y eso he intentado, aunque yo nunca he creído en la felicidad para mí. Me parece superficial la gente que se declara completamente feliz en este mundo y en esta vida que se acaba. Yo estoy a gusto de vivir y no quiero marcharme todavía, he tenido mucha suerte en la vida, pero la Felicidad con mayúsculas es una ingenuidad».

A los 21 años era la única mujer en un ambiente cultural dominado por hombres. Escribió entonces su primer libro de poemas, Ventana de amanecer, y desde entonces no ha parado: más de veinte poemarios e innumerables artículos, epistolarios, ensayos y un libro de memorias, Edificio del recuerdo. A su larga trayectoria de reconocimientos internacionales hay que sumarle últimamente varios en Murcia y Cartagena, el próximo será el homenaje que el Festival Poético Deslinde le hará el 11 de noviembre. Ya no pinta porque le cuesta fijar tanto tiempo la vista, pero no para de escribir y su mente bulle. Se ha comprado un ordenador nuevo, con una impresora que aún no ha logrado poner en marcha, pero todos los días dedica un rato a conectarse al Facebook y a compartir versos y palabras cordiales. Y me dice: «Aún escribiré un poema con luz prestada al sol en el último instante de mi vida».