Hijos del volcán es el título de la última exposición individual del artista Antonio Gómez Ribelles (Valencia, 1962), una colección de más de cuarenta piezas formada por retratos, paisajes, composiciones y filmaciones que se exhibe en el Museo Cristóbal Gabarrón-Fundación Casa Pintada de Mula hasta el 21 de noviembre. Se trata de una intrahistoria impregnada de tiempo, quizá de ese tiempo eterno que narraba Miguel de Unamuno, donde el ser humano, el paisaje y la memoria confluyen, construyendo un magma intergeneracional. Gómez Ribelles dirige su atención al espacio, evocando la tradición popular de Mula y su comarca, partiendo de historias y leyendas en torno al Castillo de Alcalá.

La leyenda del volcán confraterniza con el ideario de los habitantes de la zona como hito y mito (pues no llegó a existir) del paisaje. Ubicado en un cerro donde destaca el relieve de las ‘badlands’ o tierras baldías, que recuerdan a la superficie lunar, en el entorno confluyen el río Mula y sus afluentes y existen importantes yacimientos paleontológicos. No obstante, la geología de la zona se ha formado como consecuencia de la erosión de las calizas travertínicas de color rojizo de la cumbre, y sus aguas subterráneas afloran al exterior en las aguas termales de los Baños de Mula, tal y como explican los comisarios de este proyecto, Olga Rodríguez Pomares y Juan García Sandoval.

El paisaje de lo cotidiano y las vivencias geográficas son el ‘leit motiv’ de las composiciones, elaboradas entre 2019 y 2021, «ejecutadas a dibujo, pintura y tintas sobre papeles artísticos que tienen como base parte de fotografías impresas en ellas, intervenidas por el autor como proceso de reconstrucción de los recuerdos y el olvido, de revisión histórica», comentan los responsables de la muestra. Fotografías que «rescata del tiempo. Las libera repasando con trazos y las fragmenta en pedazos», tal y como escribe el artista visual Ramón González Palazón en un bello texto con motivo de la muestra. Consciente de que existe la necesidad de «requerir todo aquello que ya estuvo en contacto con esas personas, en sus ojos, en las bocas que hablaron o besaron, en el vestir o en las ventanas de esos paisajes con apariencia árida», González habla de la intención de Gómez Ribelles de considerar la «desmemoria de ese otro mundo» como razón para entender la importancia generacional.La fotografía es el elemento esencial que el propio artista entiende como un diálogo entre memoria personal e imágenes para la construcción de relatos, en parte, autobiográficos.

«El germen inicial de la exposición es un conjunto de ferrotipos de finales del siglo XIX que proceden de Mula y presentan vínculos familiares o de amistad», comentan Pomares y Sandoval. Ocurre que falta un eslabón en la cadena de custodia de dichas imágenes porque sus protagonistas, o quienes las atesoraron durante un tiempo, han desaparecido. Hijos del volcán reivindica su memoria, la cobija, confiriendo un nuevo valor de relato. La intención del artista, que ha desarrollado gran parte de su carrera en Murcia, no es solo mostrar un tiempo ya pasado sino todos los tiempos que conforman el lugar, la materia, definir espacios, memorias e identidades; porque lo humano -como en Unamuno- se desarrolla en la vida de los hombres, bien anónimos, bien en los pueblos, las costumbres o el paisaje.

En esta idea también detiene su mirada Ramón González al escribir cómo, a través de su explorada intervención en los ferrotipos, Gómez Ribelles «da un paso sutil y poético al encuentro con la vetusta imagen, posiblemente en su afán de reparación», ya que asusta ver nuestra tendencia al olvido. Esta conciencia eterna es la esencia de la exposición que presenta, por una parte, el trabajo plástico sobre los ferrotipos del siglo XIX, y un conjunto de fotografías de calles y paisajes de Mula de la primera mitad del siglo XX, unidas a las caminatas que el autor ha realizado por la ciudad, por sus huertas y campos, por parajes como el Pantano de la Cierva, Trascastillo o el Castillo de Alcalá.