Imaginemos esta conversación con fondo de guitarra para que se manifieste la esencia que el poeta consigue en sus versos más plásticos, meditativos y paradójicos, versos de la contemplación y los sentidos, versos que son música en sí y por analogía.

Confiese, en la mesilla de noche, ¿poesía, best-seller o La condición humana? ¿Qué tipo de lector es?

Sobre la mesilla de noche tengo un despertador, algún fármaco, un vaso de agua... Ya casi no leo nunca antes de dormir, en la cama, incluso aunque duerma solo…En serio, casi no leo ya en ese lugar, pero suelo tener algo de ensayo filosófico, a veces algún viejo poeta. Nunca novela. Las novedades, cuando las leo, lo hago con la luz del día. He leído mucho en las terrazas de los cafés o en mi propia terraza. De niño y de adolescente leía siempre tendido en la cama a lo ancho y con el libro en el suelo. Mi madre siempre me advertía de que se me bajaría la sangre a la cabeza y me dolería. A mí siempre me ha dolido la cabeza, quizás venga de ahí el problema.

De lo prescindible y útil de la literatura: ¿Qué es crear para Antonio Parra? ¿Qué le impulsa a la creación?

Crear, primeramente, es un acto de soberbia: nos creemos dioses, o diosas, lo digo también por usted. Hasta la Edad Media, o después, todo el arte, y casi toda la literatura, eran anónimos. Después, con el Renacimiento, los artistas firman sus obras, usurpan su lugar a Dios. Cuando se vivía bajo paradigma ‘divino’, ‘sub species theologiae’, casi todo era artesanal, arte y artesanía eran lo mismo, todo se hacía a mayor gloria de Dios, que era el único creador, el Creador por excelencia. Pero crear es una necesidad del ser humano, desde Adán y Eva, que ya quisieron usurpar ese don a la divinidad, al Padre fundador. Y algunos tenemos la necesidad de la literatura, creemos que tenemos algo que decir, otra forma de soberbia. Otra cosa es el juego de la literatura, que se parece más bien a la vanidad que todos tenemos. Y la creación, finalmente, es un misterio. Somos soberbios, pero pequeños dioses.

Jean Paul Sartre necesitó escribir un libro para responder a la pregunta ¿qué es la literatura? Centrándonos en un género, ¿qué es la poesía?

La poesía es la palabra esencial. Valente decía que la palabra poética era la intermediaria entre los hombres y los dioses. Bueno, Platón, de otra forma, también lo dijo, para él la poesía era como una infección o patología divina, la ‘manía’, por eso, pese a ser de alguna forma divinos, estorbaban en la república del saber, del raciocinio, y quiso expulsarlos de esa república, incluido Homero, fíjese. Walter Benjamin pensaba que debió de haber un lenguaje primordial, original, eminentemente poético, muy arraigado en la naturaleza, a los sonidos de un bosque, de un árbol, al susurro del viento, onomatopéyico por tanto, muy próximo a la poesía. Sería, pues, un lenguaje esencial que enlazaría con la naturaleza toda.

Y más concretamente, ¿cómo definiría su poesía dentro de su extensa obra literaria?

Es curioso. A mí, como reflexión, me interesa la poesía más abismal, la que busca esa unión entre lo terreno, lo carnal, y lo divino (no desde un aspecto religioso, claro), casi místico, a la manera de un Valente o de una Clara Janés, y no me refiero a esa poesía surrealizante, automática, que no me interesa nada ni la entiendo. Sin embargo, como poeta yo mismo, escribo de una manera más cercana a la experiencia, cercana a las cosas. En cierto modo, clásica. Me sumerjo en la reflexión sobre el tiempo, como en mi último libro; en el amor y desamor, en la efímera dicha, en la afirmación gozosa de la vida, en un amanecer. Esas cosas...

¿Qué te sugiere la frase «El escritor nace, no se hace»? ¿Cree que se puede aprender —y enseñar— a escribir?

Desde luego hay un talento natural, pero luego hay que alimentarlo. Se puede enseñar, y aprender unas técnicas y un dominio del lenguaje, pero sobre todo hay que leer. Y si no se tienen un talento y una profundidad naturales quedará algo correcto, pero nada más.

¿Qué significa para usted su labor docente? A grandes rasgos, ¿cuál es su método y nivel de exigencia?

Antes me gustaba mucho dar las clases, los alumnos, que me dan un soplo fresco y con los que aprendo. Pero desde Bolonia y todo eso la universidad se ha burocratizado demasiado. Los mejores se van en cuanto pueden. La herramienta, la vía, son ya más importantes que el contenido, que aquello, poquito, que sepas y puedas enseñar. Mi metodología se basa en tratar que los alumnos aprendan relacionando las cosas (por eso tienen difícil copiarse, creo), quiero que entiendan los conceptos y que escriban correctamente, conceptual y gramaticalmente. En eso soy maniático. Aunque no sea mi tema, me disperso un poco en las clases hablándoles de libros, de escritores.

Un mundo sin literatura. ¿Qué opina del afán de publicar?

Bueno, quizás si exceptuamos a Soren Peñalver todos los que escribimos tenemos afán de publicar, unos más que otros. Pero es verdad que hoy todo el mundo quiere publicar, de manera nada autocrítica. Siempre ha existido el típico abuelito que los domingos escribía unos ripios a sus nietos, y eso era entrañable si no se pretendía ir más allá. Pero ahora los ‘abuelitos’, de ochenta o de treinta años, da igual, hacen un cursillo de dos semanas, de los que tanto proliferan, y ya se sienten escritores, publican o se autopublican un libro y ya te miran por encima del hombro, crean sus asociaciones de ‘escritores’, se echan sus recitales mutuos y exigen críticas, que sean buenas, claro, porque ello y ellas lo valen. Ya todo da igual, ya todo vale igual.

Entre dejar de leer y dejar de escribir, ¿qué elección obligada?

Borges decía que la gente suele estar orgullosa de los libros que ha escrito, pero que él, en cambio, estaba orgulloso de los libros que había leído. A mí me gustaría decir lo mismo, sin embargo, ya casi no leo, en parte porque he dado mis ojos, mi vista, a la lectura. Pero todavía no quiero renunciar a escribir algunas cosas más. Desde luego, sin haber leído mucho antes a los grandes es imposible escribir algo que merezca la pena. A ver si llego a tiempo de escribir al menos una línea, un verso, que merezca ser leído.

Considerando que se escriben libros para todos los gustos, ¿existe la buena literatura o es un mito, asunto de exquisitos?

Es que el buen gusto es cosa de exquisitos. El buen paladar existe. Se dice mucho esa tontería de que sobre gustos nada hay escrito, pero desde Hume hasta aquí, cuando escribió su ensayo Sobre la norma del gusto, hay miles de libros escritos. Sí, sin duda la buena literatura es cosa de exquisitos, y hay buena y mala literatura, aunque cada uno tenga sus preferencias, que no es lo mismo que el buen gusto.

Recuérdenos una letrilla de esas flamencas de quitar el sentío, por favor.

Yo te tengo compará con la tierra del marqués: mucho trigo, mucho trigo y poco pan pa comer.

¿Nos adelanta algo de su próximo poemario?

(Carraspeo. Mirada honda. Media sonrisa. Silencio).

Un ruido poliédrico y huidizo

Sonrisas sagaces. Si le envían, como a mí, a hacerle una entrevista a Antonio Parra no lo tendrá difícil, porque este poeta de apariencia augusta resulta ser también hombre cordial, algo tímido, pero que, entre discontinuos carraspeos de voz, al fluir de la charla se le irá abriendo tal que esas flores que solo lo hacen de noche. A poco que observe el entrevistador, advertirá cómo el profesor se ausenta y al poeta se le achinan los ojos y le aparecen sonrisas sagaces, desertoras de su oculto, pese a que él, alífero, intenta domeñarlas para que vuelvan a lo suyo, lo recóndito. Son las sonrisas del otro Parra, el festivo, jovial y socarrón.

Lo esencial en versos mínimos. En su último poemario, Antonio nos nombra lo esencial con versos mínimos (migajas, infancia, alegría, nostalgia, amor), y sin acrobacias nos convoca con dos humildes voces, ‘cosa’, donde cabe todo y, ‘tiempo’, sinónimo de cosecha o estación (río, voraz masticador, fugacidad) dando carácter propio a un tema profuso. Heredero de Brines, Pavesse o Rumi, en su maestría Antonio Parra en ocasiones colisiona la palabra usual con otra que no le corresponde y así logra una sintaxis que parece muy natural en un solo verso, dando a la vez que la descripción de la cosa, la impresión que ésta produce, dejándonos solo un rumor poliédrico y huidizo de lo sentido por el poeta.