Leyendo la biografía de Woody Allen, A propósito de nada (Alianza Editorial), uno comprende la importancia de los Premios Princesa de Asturias. Hacia el último tercio de sus memorias el cineasta se toma un respiro en su cruzada literaria contra Mia Farrow y dedica varias páginas al galardón recibido en 2002. En ellas abundan los agradecimientos a los Reyes y a la ciudad de Oviedo y se percibe entusiasmo por haber inscrito su nombre en la historia de dicha institución. Un hecho insólito para alguien que suele mostrarse indiferente ante las distinciones.

Estas líneas de Woody Allen nos dan la clave del éxito de estos premios. Mientras que los Nobel siguen prisioneros en sus bases fundacionales de finales del siglo XIX, los Princesa de Asturias han sabido conectar con la realidad contemporánea reconociendo la labor de disciplinas más cercanas a la actualidad. Por eso hemos visto desfilar por el escenario del teatro Campoamor a gente tan eminente y tan de nuestra época como Norman Foster, Ricardo Mutti o Francis Ford Coppola. Incluso han ido mucho más allá creando una categoría para el deporte admitiendo la trascendencia de los atletas en nuestros días. Algo impensable en ese mundo de plumas afiladas que impera en los salones de Estocolmo.

Pero esta proximidad a los tiempos modernos es, a su vez, un arma de doble filo y se corre el riesgo de caer en el puro sensacionalismo. El mejor (o peor) ejemplo lo tenemos en la edición de este año. El Princesa de Asturias de las Artes ha sido concedido a Marina Abramovic por ser «parte de la genealogía de la performance». Dice el acta del jurado que «su trabajo ha dotado a la experimentación y a la búsqueda de lenguajes originales de una esencia profundamente humana». Desconozco si con ‘profundamente humana’ se refieren a las múltiples veces que se ha drogado o mutilado en público o con aquella ocasión en la que permaneció más de setecientas horas sentada en una sala del MoMA para admiración de sus seguidores.

El otro gran problema de los Princesa de Asturias es el exceso de patriotismo. El listado de premiados revela un claro favoritismo hacia nuestro talento nacional. Solo en Deportes se han condecorado hasta en diecinueve ocasiones (de 35 posibles) a atletas españoles y se han vivido situaciones tan incomprensibles como cuando se distinguió a los hermanos Gasol por el hecho de ser hermanos y jugar en la NBA, o cuando Casillas y Xavi lo ganaron por su amistad más allá de las trincheras del terreno de juego. Sin embargo, pasaron por encima del Real Madrid como mejor club de fútbol del siglo XX. Insólito.

Los Premios Princesa de Asturias nunca contarán con el recorrido de los Nobel, les separan ochenta años de historia, pero tienen muchas posibilidades de convertirse en los galardones de nuestro tiempo. Conseguirlo está en la mano de su fundación. Requiere de un criterio firme y no dejarse doblegar por la fiebre del momento. Es la eternidad lo que anda en juego.