Su pasión por subirse a los escenarios e interpretar papeles cuajó pronto en tantos y tantos personajes que hoy le resulta casi imposible recordarlos todos. Más de mil apariciones en televisión le avalan; la mayoría de ellas, en aquella televisión minúscula, en solitario y en blanco y negro, con esa pantalla de culo de vaso embutida en aquellos inefables muebles de madera. Era una televisión diminuta, casi familiar. Esa fue la televisión que conoció María José Alfonso, para la que el teatro es el lugar donde mejor se aprende a ser actor. 

No tardaron en llegar sus primeros papeles importantes en el cine: Vuelve san Valentín y La gran familia, le dan oportunidad de algo que siempre ha sido su gran valor y de lo que ella ha presumido: trabajar con muchos de los grandes, de los que iría aprendiendo desde el principio. Pepe Isbert, Amparo Soler Leal, Cassen, Manolo Gómez Bur, José Luis López Vazquez, Gracita Morales, Mari Carmen Prendes, José Orjas, Alberto Closas, Julia Gutiérrez Caba… Y poco después llegó La niña de luto, una película de humor negrísimo que supuso el primer papel como protagonistas de María José Alfonso y un joven y prometedor actor llamado Alfredo Landa, con el que siempre se llevó a las mil maravillas. Aquella película consiguió el primer premio de interpretación de carácter nacional para María José, que se alzaría con la Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos. Con 25 años se había convertido en una referencia de nuestro cine y una firme promesa de las tablas y de la pantalla, tanto de la grande como de la chica.

Alfonso trabajó con algunos de los más reconocidos directores de cine de nuestro país: Pedro Masó, Fernando Palacios, Manuel Summers, Francisco Regueiro, Miguel Albaladejo, Javier Balaguer… Y cómo no, con Mario Camus, uno de los directores más clarividentes que ha dado este país. Por eso María José Alfonso es una de las representantes más ilustres de una época que se nos marcha irremisiblemente, y que tiene como protagonistas a algunos de los actores y actrices más veteranos de nuestro país, aquellos que lucharon con uñas y dientes, pero sobre todo con talento y mucho esfuerzo, por proporcionarnos a todos los españoles la oportunidad de vivir otras vidas, otros sentimientos, otras experiencias.

 

¿Cómo fueron los comienzos de María José Alfonso en el mundo de la interpretación? ¿A qué edad se dio cuenta de su afición por ponerse en la piel de otra persona?

Siempre he sido un poco payasa: desde muy pequeña me ponía los tacones de mi madre y los pañitos de croché en la cabeza, imagino que como muchas otras niñas; lo que ocurrió es que esta afición mía se fue acrecentando. Aprendí de los actores que estaban a mi lado, tuve grandes maestros que me enseñaron mucho.

La niña de luto fue una de sus primeras películas, un gran título de Summers de aquel Nuevo Cine Español que comenzaba entonces como la gran esperanza del Séptimo Arte en este país. Fue una película atípica dentro de nuestra cinematografía...

Sí. Además, lo más llamativo es que todo lo que se cuenta en ella es absolutamente cierto. Cuando la he vuelto a ver de nuevo pensando que estaría muy anticuada, me he dado cuenta de que es una película que continúa estando maravillosamente fresca. Además, ahí conecté magníficamente con Alfredo Landa, que ha sido mi marido en la pantalla, y en ella hemos tenido hijos y nietos.

Siempre ha estado enamorada de su profesión.

Siempre. Aunque ahora pueda pensarse en mí como una ex, yo he sido y seguiré siendo siempre actriz, y si volviese a nacer, volvería a ser actriz.

Conoció a Pepe Isbert. ¿Cómo era en las distancias cortas?

Lo quería todo el mundo; era un ser adorable, angelical, maravilloso. Y era tan grande que, si él participaba en una película mediocre, hacía que se disparara su calidad. Era un grandísimo actor y una grandísima persona. 

En aquellos años sesenta de sus comienzos entró en la escena y la pantalla como un torbellino: obras de teatro, películas, varias series, presentó Escala en Hi-fi… ¿Cómo podía tener esa vitalidad y esa capacidad de trabajo?

Menos el telediario –que también estuve a punto de hacerlo– he hecho de todo. Hice hasta una presentación de un spot televisivo mientras estaba haciendo una obra de teatro de un espacio dramático. La chica del spot no llegaba, y mientras me secaba (pues había llorado mucho al final de la obra), salí anunciando aquello, una marca de coñac.

Se atreve con todo.

Sí, me echen lo que me echen. Y aquí estoy, con más fuerza que nunca. En mi generación hemos trabajado siempre mucho. Hemos hecho dos funciones al día en el teatro, hacíamos televisión por las mañanas, ensayábamos antes y después de las funciones… 

Ha protagonizado muchas obras de teatro durante más de medio siglo. ¿Qué es para usted el teatro?

La gente que quiera dedicarse a la interpretación, sin duda debe hacer teatro, porque el teatro es la auténtica madre del cordero. Y después puede venir la televisión, el cine… Pero el teatro es la cartilla del que empieza. 

¿Sigue poniéndose nerviosa al subir al escenario?

Para mí siempre ha sido horroroso. El día del estreno yo quisiera venirme a mi casa, pero como no queda más remedio, tengo que aguantar y salir. 

En Televisión Española debutó en 1961, casi en los comienzos, ¿Cómo era trabajar en ella?

En televisión comencé en el Paseo de la Habana, que tenía un plató muy pequeño, casi como el salón de una casa. De pronto, en mitad de una escena, notabas unas manos que te estaban llevando para otro sitio porque te estabas metiendo en otro decorado. Todo era muy entrañable, como una gran familia, y todo muy chiquito. 

Y sus cifras en este terreno son impresionantes: más de mil trabajos en televisión.

A veces me ocurre que me dicen que tal o cual película es mía y yo pienso que no, y resulta que sí lo es. Hice un programa en televisión con Imperio Argentina en el que yo cantaba un tango, y me lo pusieron el otro día y yo no lo recordaba. 

Usted, que ha trabajado desde los años sesenta, ¿en qué ha ganado y en qué ha perdido nuestro cine?

Nuestro cine es un cine estupendo, aunque haya gente que no piense así. Hay películas maravillosas desde los años cuarenta hasta ahora. Ha habido varias generaciones de directores estupendos. Se pueden ver películas de los años cuarenta, sonorizadas en directo, y a los actores se les entiende divinamente. Eso es muy importante, porque la interpretación es la palabra, y la palabra hay que entenderla. Y no quiero decir más, pero hay que ver lo que se oye de vez en cuando... Es cierto que hay gente estupenda, pero hay otros que quizás deberían aprender un poquito más.

Acaba de morir Mario Camus, ¿qué recuerda de él, con quien protagonizó Con el viento solano, Cuando tú no estás o La vieja música?

Ha sido un golpe horroroso porque él es parte de mi vida; ha sido bastante duro lo de su desaparición... Mario era un hombre que siempre sabía lo que quería, y no se apeaba del burro nunca. Si le planteabas una cosa distinta, él decía: «Bueno, hazlo como te digo y luego hazlo como quieras». Pero lo tenías que hacer como él quería. Era una persona educada, entrañable, cariñosa. Lo quería mucho.