Preguntado Antonio Gamoneda cómo es llegar al canon tras años fuera de él, el poeta asturleonés aludió a una entrevista de Jaime Gil de Biedma («quizás no tan buen poeta como suele decirse en los libros», comentó de pasada). Nada nuevo o que no hubiera dicho antes, por ejemplo en una conversación (El Cultural, 2007) con Antonio Colinas donde, al aludir éste al papel de determinados ‘poetas verdaderos’ en el «confuso tópico generacional, esa idea que se lanza cada cierto tiempo como un ‘producto’ desde los ‘altavoces’ del poder literario» y preguntarle «¿Cómo ves a tu posible generación?», Gamoneda ya mencionaba aquella misma entrevista: «El ‘empaquetamiento’ generacional fue un invento de Gil de Biedma. En una entrevista que le hizo Jesús Fernández Palacios llegó a confesar que se trataba de una operación de marketing. Todo consistía en ‘ascender’ a generación al grupo de Barcelona. […] En el orden historiográfico y didáctico el invento ha resultado ser un auténtico disparate: la crítica y los profesores han contribuido al desdibujamiento individual de los poetas, prendidos en la sencillez (simpleza) de englobarlos en una misma tendencia facilona. Para mí la generación no existe. Sí existen poetas coetáneos, algunos de ellos muy valiosos».

Durante años he escuchado a poetas amigos o cercanos, más o menos conocidos -incluso ‘consagrados’-, poner peros importantes a (toda o parte de) la obra de muchos/as grandes poetas españoles del XV al XX. Y de pronto algunos/as de ellos se rasgan las vestiduras y toman la senda del anatema, solo porque el hombre ha hecho ese mínimo aparte (precedido de un significativo ‘quizás’) sobre Gil de Biedma (cuya obra, por cierto, aunque eso poco importe o venga al caso ahora, yo mismo admiro y tengo por fundamental).

Me extrañan esas pocas pero significativas reacciones de personas a quienes creía conocer bastante bien, incluyendo lo tocante a sus afectos y/o desafectos literarios. Sinceramente no me las esperaba, por cuanto fueron precisamente quienes me enseñaron a desconfiar, tanto del ‘canon’ establecido -en realidad, de los sucesivos ‘cánones’ que el tiempo y el natural cambio del gusto van conformando- como de las estrictas opiniones de esos grandes santones que en cada momento parecen encargados de repartir los carnets de poeta. Ahora, sin embargo, se muestran atrapados por esa misma inflexibilidad que criticaban y de la que entonces me aconsejaban siempre huir como de la peor de las pestes. Pareciera, a estas alturas, que el susodicho canon volviera a ser para ellos/as algo inmutable, sagrado, inamovible.