Todo un finalista del Planeta como Manuel Vilas (Barbastro, 1962) visita esta tarde la Biblioteca Regional para inaugurar el ‘canon’ que el centro quiere desarrollar con obras consideradas imprescindibles por algunas de las voces autorizadas de la literatura nacional. Aprovechamos la coyuntura para hablar con él sobre La sonata de Kreutzer –su obra elegida, made in Tolstói– y Los besos (2021), su último trabajo, una reivindicación del amor en tiempos de pandemia.

 

¿Ya ha logrado descifrar «qué demonios hacemos sobre la faz de la tierra», que se pregunta el protagonista de Los besos?

[Ríe] Bueno, esa pregunta tiene que ver con darle a nuestras vidas un sentido más allá de lo que vemos y de lo que los espacios sociopolítico y sociohistórico nos dicen. Por eso he querido escribir una novela intimista, romántica. Los besos viene a decir que un ser humano tiene que construir su propia utopía, porque si confía en lo que le dicen otros (el sistema) su vida va a ser muy pobre... 

Fíjate, en este sentido creo que cada vez soy más individualista. La realidad social es tremendamente desilusionante, hostil incluso, por lo que quizá el mundo exterior no nos sirva para ser felices, para construir una vida que podamos definir como genuinamente bella. Eso [encontrar la felicidad] creo que es una responsabilidad personal, intima, y, por lo tanto, no es algo que puedas o debas delegar en ningún ámbito de lo social (y menos de lo político...).

¿Le obsesiona desentrañar (o que alguien desentrañe por usted) el misterio de la vida? Le he leído decir algo así como que está muy bien todo lo que está consiguiendo la ciencia, ver cómo la tecnología avanza, pero que seguimos igual de lejos de responder a las grandes preguntas que hace varios siglos atrás.

«La tecnología ha avanzado mucho, pero en el terreno filosófico estamos igual que estaba Platón. Así que igual cabría esperar que la ciencia fuese un poco más humilde»

Efectivamente, seguimos igual de lejos. Mira, creo que tenemos una fe extraordinaria en la ciencia, y está bien (que ha cambiado el mundo en los últimos cincuenta años es indiscutible), pero de ahí a reverenciarla como si fuese otro Dios..., no, no lo veo. Porque la ciencia hace avanzar el mundo a través de la tecnología –yo me pongo en Sevilla desde Madrid en tres horas con el AVE, algo que era impensable hace no tanto–, pero el origen de la vida y saber qué demonios es el universo, o el cuerpo humano, o el cerebro o un simple árbol..., eso sigue siendo un misterio; seguimos sin tener respuesta. En el sentido filosófico, estamos igual que estaba Platón. Así que igual cabría esperar que la ciencia fuese un poco más humilde [Risas], pero es tan maravilloso todo lo que nos proporciona que nos ‘deslumbra’. Y quizá la literatura esté ahí para recordar que ese deslumbramiento de la tecnología no es para tanto porque el misterio sigue ahí, entre nosotros, como el monolito de 2001: Una odisea del espacio.

Ahí Kubrick estuvo bien... 

[Ríe] ¡Muy fino! Kubrick fue capaz de ver que ahí había un enorme misterio y supo representarlo cinematográficamente con mucho acierto. Él vio el monolito, y ahí sigue esa piedra entre nosotros sin que sepamos realmente qué es.

También está claro que le interesa el amor (en el más amplio sentido de la palabra), y aunque también sea un pequeño-gran misterio, tenemos algo más claro de qué va la cosa... ¿El amor nos salvará, que decían los hippies? ¿El amor es el que nos hace seguir adelante?

Como te decía, si alguien quiere encontrar el sentido a su vida a través de lo que la sociedad propone seguramente no va a quedar satisfecho... Por eso le digo al lector que la felicidad depende de la capacidad que tenga uno de enamorarse, de quererse, de conseguir una relación sin mezquindades, sin interés, donde no entre el ruido. All you need is love, sí, pero quizá lo habíamos olvidado, y, sobre todo frente a una pandemia, creo que era necesario recordarlo. 

De todas formas, pienso que, instintivamente, todo ser humano sabe que la solución es el amor. Y esto es algo de lo que me di cuenta durante la pandemia: en medio de una catástrofe como la que estamos viviendo es ahí, en el amor, donde la vida tiene sentido. Dos personas –del sexo que sean– que se abrazan y se besan apasionadamente... eso es la vida. O, por lo menos, ese es el triunfo de la vida. Y necesitamos sentir la vida, tenemos que llenarla de esos momentos para que el día de mañana digamos que ha valido la pena vivir. Y la literatura –al menos la que yo hago– tiene la finalidad de recordarlo.

Una pregunta muy recurrente estos días cuando hablamos con creadores es si aprovecharon la cuarentena para escribir (o pintar o componer, lo que corresponda). Está claro que usted es de los que sí lo hicieron, pero lo cierto es que la mayoría responde que durante aquellas semanas tan amargas era difícil concentrarse... ¿le pasó o, por el contrario, Los besos fue una suerte de terapia?

En mi caso fue más bien una terapia. Era como en Casablanca cuando los nazis entran en París e Ingrid Bergman le dice a Humphrey Bogart: «El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos» [Risas], dije: «¡Ahí está la solución!». Y esa era la idea de Los besos: marcar un territorio donde la pandemia no fuese protagonista y escribir una historia con la que volver a ilusionarme con la vida. 

Pero bueno, entiendo que hubiera mucha gente que se pusiera a trabajar y no le saliera nada porque fueron días de una angustia tremenda... Y no sabemos de la misa la mitad sobre lo que pasó o lo que está pasando. La historia avanza hacia delante e igual dentro de treinta años nos damos cuenta de que hay algo que no supimos ver, y seguro que tendrá un origen poco agradable... Mira, durante el estado de alarma se produjo un fenómeno curioso y un tanto kafkiano:la invasión del Estado en la vida de los ciudadanos, y era algo que ya no se podía discutir porque había una crisis sanitaria y venían a salvarnos. Pero con esa excusa entraron en los sitios donde antes nunca entraba la política: en tu casa. 

Y ahora a ver cómo demonios les sacamos..., ¿no? 

[Ríe] Exactamente. En El castillo Kafka hablaba de los ‘funcionarios’, enviados por el Estado. Normalmente no les habríamos abierto la puerta, pero es que..., eso, venían a salvarnos del virus. En fin, que hay que leer más a Kafka, que a veces parece que no está, pero siempre vuelve.

Por cierto, todo esto le pilló en un gran momento a nivel literario (al menos en cuanto a repercusión mediática se refiere) tras quedar finalista del Planeta con Alegría. ¿Un reconocimiento así cambia algo para un escritor o es solo alimento para el ego?

¡No, no! El Planeta te ofrece una cosa maravillosa: popularidad, y eso en términos literarios se traduce en público. Por eso es muy difícil que un escritor en España renuncie al Planeta:no por el dinero o la fama, sino porque sería como renunciar a los lectores... Y los lectores son sagrados;yo escribo para ellos. Hay que recordar –y esto es algo que en el oficio literario a veces no se valora mucho– que la literatura es el encuentro entre un escritor y un lector en la pagina de un libro. Vamos, que sin lectores no hay literatura, y el Planeta te los proporciona.

«Soy un apasionado de la literatura rusa; eran los Rolling Stones del siglo XIX: pura energía pasional»

A todo esto, a Murcia viene a no hablar de su libro (a priori, al menos). Es el encargado de inaugurar el ciclo ‘#ElCanondelaBRMU’, en el que figuras destacadas del panorama literario actual elaborarán un canon de la literatura universal, con ponencias sobre una obra que, a su juicio, debe incluirse en esta selección de títulos imprescindibles. Y creo que usted se ha decantado por La sonata a Kreutzer, de Tolstói. ¿Por qué?

Pues porque es un libro terrible [Risas], es un libro que cuando lo lees te entran ganas de matar a alguien. Es que los rusos están todos locos... Yo soy un apasionado de su literatura; eran los Rolling Stones del siglo XIX: pura energía pasional. Y La sonata de Kreutzer es la historia de un tipo que se vuelve loco paranoico por los celos, lo que da lugar a una especulación sobre qué es el erotismo y cómo tiene que ser la relación entre un hombre y una mujer; en definitiva, sobre qué pasa en el amor. Por eso la he elegido, porque tiene mucho que ver con Los besos, ya que, aunque con miradas diferentes, aterrizan en lo mismo: las relaciones amorosas. Y porque hoy sería impublicable por la dimensión moral que tiene, como Lolita, de Nabokov [Ríe].

¿Tiene algo de especial esta obra para Manuel Vilas?

No especialmente. Podría haber escogido Guerra y paz, pero creía más interesante ofrecer al publico una novela más breve y menos conocida de Tolstói. Pero bueno, como te decía, la literatura rusa del XIX me apasiona. Además, me parece un momento importante en la Historia de la Literatura: tradicionalmente hemos estado siempre más pendientes de lo que se escribía en Inglaterra y Francia, pero esa época para ellos fue como el Siglo de Oro español. A mí me inquieta mucho porque estos rusos tienen una fuerza descomunal en las pasiones, y fíjate que España es un país pasional, ¡pues estos tipos nos dan mil vueltas! Es magnético ver semejante museo de atrocidades pasionales [Risas].

Tengo entendido que, a raíz de su conferencia, se va a proyectar en la Filmoteca Regional de Murcia el mediometraje La sonata a Kreutzer, de Éric Rohmer (una de las varias adaptaciones cinematográficas o filmes inspirados en la novela de Tolstói). Aunque imagino que usted es de los de «el libro es mejor que la película»...

Hombre, Rohmer es mucho Rohmer... 

O sea que también recomienda acercarse a la Filmoteca.

Sí. Ocurre como con Los santos inocentes: entre la novela de Delibes y la película de Camus no sabría con cuál quedarme.