Quedo con el fotógrafo Juan Manuel Díaz Burgos en su casa, junto a la estación de tren de Cartagena, donde tiene su habitación de trabajo, con estanterías repletas de archivadores de negativos, con su ordenador de pantalla gigante, impresora de gran formato, cámaras de reproducción de negativos y escáneres de alta resolución. Toda una gozada para un amante de la fotografía como yo. Me siento un privilegiado al contemplar parte de su próximo proyecto sobre su abuelo Manuel Burgos, militar republicano que vivió en Sevilla, Cartagena e Ifni, donde estuvo destinado. Con la dedicación, maestría, creatividad y magia que le caracteriza, ha recorrido los lugares, la época y la vida de su abuelo para elaborar una exposición que nos va a sorprender y emocionar tanto o más que cuando hizo aquella de El callejón de el ángel, el barrio de su infancia. 

Nada hay mejor que conversar con este maestro internacional de la fotografía, nada como escucharlo contar las historias de sus viajes por Centro América, México o Cuba. Habla casi como hace fotografías, con un desbordante amor por los personajes, las gentes, los lugares, las luces y las sombras. Juanma está deseando reponerse de las molestias de su cadera y que pase esta pandemia para volver a su paraíso particular que siempre está al otro lado del Atlántico, de donde nos trae, con los frutos de su mirada, unas imágenes palpitantes, eternas, que ni nosotros mismos disfrutaríamos mejor si las viviésemos en directo. Disfruto de su conversación y sobre todo de ese entusiasmo que me contagia mientras me cuenta la cantidad de proyectos que tiene en mente, pero la maravilla es cuando cogemos el ascensor y subimos al ático, donde tiene su ordenado archivo, con varias habitaciones repletas de sus exposiciones empaquetadas, sus libros publicados y cajas y cajas con sus fotografías clasificadas. Le digo que no me extraña su magnífica labor cuando fue el responsable del Centro Histórico Fotográfico de la Región de Murcia (Cehiform), recopilando, ordenando y exponiendo la obra de tantos fotógrafos, por entonces desconocidos, de nuestra Región. «No te vayas a creer, Javier, me paso las horas en mi rincón fotográfico pero me moriré sin ver ordenada toda mi obra», responde. 

«Nunca fui un perrito dócil»

Lo del Cehiform aún lo lleva clavado en el corazón, se indigna recordando cómo se le sustrajo a Cartagena, después de más de seis años de buena labor, un centro que ahora se ha diluido en el Archivo Regional. «Es cierto que nunca fui un perrito dócil, pero di lo mejor de mí, me entregué hasta la extenuación, sin contar horas. Uno no puede sobresalir sin librarse de las intrigas y las envidias y me despidieron sin darme ni las gracias por los servicios prestados», me dice, y añade: «Después me han prometido muchas veces que se iba a retomar el proyecto y hasta que se iba a reclamar para Cartagena. Dicen que soy una mosca cojonera, pero no lo quiero para dirigirlo, sino para la fotografía y para nuestra ciudad, que no todo debe ir para Murcia y solo para Murcia».

Las exposiciones, premios, cursos y talleres de Díaz Burgos son innumerables, su currículum es apabullante, pero si habéis visto su obra, coincidiréis en que perderse contemplando una de sus fotografías es caerse rendido ante el Maestro. 

Todo le interesa, desde la falta de espacios expositivos de calidad en Cartagena, la nula promoción de la fotografía hasta la poca participación real de los profesionales de la cultura en las programaciones y decisiones municipales. «Una cosa es la técnica, al alcance de todos, y otra la mirada, que solo la tiene un fotógrafo», y sé que me lo dice un grande.