Vetusta Morla echaron el cierre a los Warm Up Days, cuyos organizadores, dejando aparte errores de bulto, han tenido el valor de echar un paso adelante para devolver la música a los escenarios, para poner fin a los conciertos de no movilidad tipo museo de cera a los que nos arrastró la pandemia. No sé si fue a propósito, pero las dos canciones con las que arrancaron los de Tres Cantos -Los días raros y Lo que te hace grande ("Tal vez lo que te hace grande es tenerte delante otra vez")- sugerían esa sensación; en todo caso Pucho se encargó de remarcar ese deseo una y otra vez a lo largo del concierto: "Era importante arrancar con una gira para celebrar la música con todo nuestro equipo, mirar a la gente". Y en ese ambiente de celebración desbordaron el aforo. 

Pucho, de Vetusta Morla, durante su concierto de anoche. Juan Carlos Caval

Si no pusieron el ‘sold out’, lo rozaron. Y es que las convocatorias en vivo de Vetusta Morla continúan siendo un acontecimiento; también –en términos sociólogicos- una experiencia generacional, tal es la conexión que se ha ido desarrollando entre el grupo y su ‘target’ natural, jóvenes treintañeros que quizás le pidan algo menos de frialdad a Radiohead.

Tal vez se pasen de intensidad en algunos momentos, pero se ganaron no pocos fans anoche. Desde luego tienen canciones y presencia para dar la talla en un gran recinto o en un festival, como han demostrado en otras ocasiones, y su riqueza de matices es una de sus principales virtudes. Logran trasladar una sensación de cercanía, como de gigantes en la sala de estar. Visto lo visto, cada cita con Vetusta Morla es a su vez un compendio ideal de la trayectoria de una banda en inspiración perpetua, marcada por un enciclopedismo musical bien entendido. 

La fervorosa acogida con la que el público, rendido a sus pies, recibió la veintena de canciones que sonaron anoche demostró que tenían la partida ganada de antemano. Ese mismo público despreció la actuación de Niños Mutantes, notables y honestos teloneros que, pese a su veteranía, la mayor parte quizá ni conocieran y prefirieran quedarse sentados en las terrazas consumiendo y charlando mientras esperaban la salida de su grupo.

Los dos primeros himnos de Vetusta Morla, como casi todas sus composiciones, lograron que explotara la emoción del momento. La banda sonaba excelsa, compacta como una roca, el sonido era magnífico, y el escenario resultaba de lo más sugestivo, con un montaje audiovisual de primera, auténtico gozo para la vista. Fueron el único grupo que hizo un show completo, con canciones de todas las épocas, algunas ya convertidas en himnos coreados con fruición; un combinado de brebaje contagioso. Ellos se lo pasaron de miedo, y consiguieron transmitir esa sensación mientras repasaban lo mejor de su repertorio, tremendas sonaron en la primera parte Golpe maestro, Consejo de Sabios o Copenhague, en la que Pucho dejó de cantar para que fuera el público quien lo hiciera. Espectacular.

Fuego, Boca en la tierra y La vieja escuela fue otra trilogía apabullante -en la última, que de por sí es un homenaje a los músicos fallecidos, nombraron a Charlie Watts y hasta dejaron escapar un (I Can’t Get No) Satisfaction-. El precioso vals 23 de junio constituyó uno de los momentos más emotivos; reconocido y bendecido por el público, hizo de previo para el estreno de dos nuevas canciones, que estarán en su próximo disco (Cable a tierra): La virgen de la humanidad, un vistoso acercamiento al folclore latinoamericano, y Finisterre, esa canción de amor infinito que a primera escucha ya suena a clásico. A partir de ahí no hubo tregua. Punto sin retorno, Mapas, Sálvese quien pueda, Valientes y un final con ese himno de apoyo al pueblo saharaui, Saharabbey Road, que coreaba hasta una señora de la limpieza, y continuó después de que el grupo abandonara el escenario.

Una pancarta durante el concierto de Vetusta Morla. Juan Carlos Caval

Salvar el Mar Menor

Volvieron Pucho y Guille Galván, quien, tras bromear sobre las zapatillas del primero -les puso cinta americana para que no se despegaran-, confesó que se acababa de hacer un Lenny kravitz: los pantalones se le habían roto "por la huevada". Cosas de la obsolescencia. "Vamos a hacer una de las canciones más antiguas", dijo, dedicándola a los activistas que luchan por salvar el Mar Menor ("Las cosas que amamos hay que cuidarlas"), e hicieron Iglús en acústico, de una forma muy íntima. 

La recta final del bis, ya con todo el grupo, mostró la poderosa La deriva; siguió Cuarteles de invierno, que empalmaron con Los días raros, cerrando así el círculo con el crescendo que marca David ‘El Indio’ y esos tambores que parecen prestados de Joy Division. Despedida y llamamiento para que las administraciones se ocupen del sector musical. "El último punto de Europa donde no se han levantado las restricciones" , señaló Pucho. Inmejorable manera de cerrar estos días de reencuentro con la vida. Difícil poner pegas a un show que no baja la guardia en ningún momento y nos llenaron de sentimiento con momentos impagables. Son como una bola de granito rodando calle abajo. El poder Vetusta Morla sigue intacto.

Juan Alberto Martínez, de Niños Mutantes. Juan Carlos Caval

Fans entregados

"Toda mi energía está en la música. Todo lo demás se destruye rápido", canta Juan Alberto en NM, toda una declaración de principios de Niños Mutantes, que habían venido a presentar su último disco, Ventanas, logrando impregnar de luz, color y melodía una noche en la que evitaron pasar desapercibidos. Sin duda, la banda granadina mostró que están más en forma que nunca, logrando crear una atmósfera con la que transmiten mucho más que otros reputados músicos capaces de llenar recintos más grandes

No nos extraña nada que tengan unos fans tan entregados. "Gracias, no por la fiesta, sino por la música" , dijo Juan Alberto, enviando un recado al público de las terrazas. "A los de las cervecitas, luego os acercáis", espetó dejando escapar esa mala follá granaína para lanzarles un gancho y ponerse bailables con Todo tiene un precio. No sería la única vez que recurriera al aguijón. Un tiro en el pie también tenía dedicatoria: "A los gualtrapas de la vida". Se mostraron vibrantes en Hermana mía, donde muestran los aires más bailables del grupo, para luego adentrarse en territorios más oscuros y rockeros que de costumbre con Pura Vida, con esa capa de blues-psicodelia musculada que presenta una tormenta en la selva. Se marcharon con Todo va a cambiar, un canto de (relativa) esperanza: "No es verdad que las cosas vayan tan mal, al menos estás vivo". De nuevo, una celebración de la vida.