La tercera jornada de los Warm Up Days seguramente era la más heterogénea, quizás también la más interesante, la que ofrecía al neófito algunos descubrimientos, pero también fue la menos concurrida. Y una curiosidad: tanto Sidonie como La Casa Azul están muy vinculados a estas tierras; como dijo Guille Milkyway: "La Casa Azul nació aquí hace 22 años".

La frescura, la espontaneidad y las ‘good vibes’ caracterizaron la música de los murcianos Trashi, que alguien recordará anteriormente como Jump To The Moon, y que recientemente estrenaban su primer EP, Lo que pasó ese verano. Sus influencias musicales ahora se muestran muy variadas: desde las atmósferas más vaporwave hasta ciertos devaneos con bases trap, o incluso una acelerada new wave. Sorpresa fue la aparición de Natalia Lacunza colaborando en Quiero dormir contigo, que han grabado juntos. Trajeron un soplo de aire fresco de la emergente escena española del bedroom pop.

Tras una pausa, llegaba el turno de Rufus T. Firefly. El universo de los de Aranjuez continúa en expansión. Con Rufus T Firefly flotamos en el espacio nadando en oleadas de psicodelia, arrastrándonos en un parpadeo hasta el centro de la nebulosa Jade, el infinito y más allá. Entre enjambres de riffs, distorsiones, atmósferas sintetizadas y el latir desenfrenado de un bajo y una batería a tumba abierta, crearon su particular ‘Big Bang’ que nos dejó boquiabiertos y nos hizo vivir una sobremesa interestelar, entre lotos y magnolias de neón. Estrenaron Polvo de diamantes, último adelanto de su próximo disco, un tema con groove, psicodélico y setentero como de costumbre, pero más soul y R&B, donde se deja sentir la influencia de artistas como Marvin Gaye o Curtis Mayfield. De menos a más, guiados por un Víctor Cabezuelo en estado de gracia y una Julia Martín-Maestro como una batería de los años 70, su concierto ofreció indudables destellos. Milagro y éxtasis compartido.

Marc Ros, de Sidonie, durante su concierto ayer en el Warm Up Days. Juan Carlos Caval

Llegaba el turno de Sidonie, con guiño a Zahara formando parte de su actitud performática, y aunque ya presentaron El regreso de Abba hace unos meses en el Auditorio, articularon un puñado de buenas canciones, donde la psicodelia y, sobre todo, la diversión flotan en cada corte.

Hace tiempo que Sidonie encontraron la fórmula para gustar, y no les resultó complicado meterse al público en el bolsillo echando mano de su actitud teatral (Bowie siempre presente), sus bromas y canciones como Maravilloso, Carreteras infinitas, la mágica Fascinado, Nirvana Internacional con entonación a lo Serge Gainsbourg, Verano del amor fueron muy disfrutadas, como el momento Queen para Un día de mierda. El delirio comenzaría con No sé dibujar un perro, coreada por el público en una suerte de karaoke colectivo, un nada velado homenaje a Bob Dylan. Y en El peor grupo del mundo animaron a leer poesía: Marc predicó con el ejemplo leyendo unos versos de Ángela Muro sobre unas notas del Riders on the Storm de los Doors; reseñable también Portlligat con los aullidos de Ramiro, que transportaba a mundos transitados por Janis Joplin y otras glorias pasadas, sin olvidar esa declaración de principios que es Mi vida es la música, pequeño rap incluido. Sidonie siguen sorprendiendo, sonriendo.

El público durante el concierto de La M.O.D.A. Juan Carlos Caval

Alegres campanas

Volver a bailar con Sidonie y La Casa Azul, y de qué manera, era el objetivo, pero entre medias situaron en el cartel a La M.OD.A. Los integrantes del septeto burgalés están hechos de otra pasta y no parecen desfallecer nunca, pero para los no acérrimos fue un corte de rollo. Comenzaron tocando Miles Davis y combinaron diferentes intensidades en el setlist. Asistimos a momentos emotivos, como la interpretación de Hay un fuego, cuya letra parece cobrar más sentido que nunca en estos días, o su himno Héroes del sábado, que muchos seguidores lucían en camiseta, y con el con el que nos invitan a cambiar el mundo "solo con pensar". Colectivo nostalgia, con un extraño deje Oasis -y las linternas encendidas-, puso el cierre, tras una proclama de solidaridad en defensa del Mar Menor. La gente corría para poder pillar sitio en la terraza y evitarse la larga cola para consumir.

La Casa Azul fueron otro de los grandes triunfadores de la noche. Presentaron el mejor espectáculo que les hayamos visto. Pocos artistas desprenden tanto entusiasmo por la música como Guille Milkyway, un compositor excepcional, que optó por un repertorio de lo más variado, sin perder de vista su último álbum, La gran esfera, compaginando sin dificultades los temas más clásicos y los más novedosos. No faltaron ni La revolución sexual, con homenaje a Raffaela Carrá (Rumore) que puso todo el recinto a bailar, ni Esta noche solo cantan para mí, mostrando en las pantallas los rostros de cantantes a las que Guille les tiene un cariño especial. También sonaron alegres campanas con Siempre brilla el sol, una canción veraniega que habla del amor puro, con los Beach Boys sobrevolando coros celestiales, o una revisión de Cerca de Shibuya. El bombo a negras no paró ni un instante y la actuación fue, como era de esperar, una sucesión de hits hipervitaminados, sunshine pop, bubblegum, pasando por el frenesí J-pop; una fiesta universal con ritmo y emoción continuas en la que pudimos ver a Guille entonando el Corazón partío, y recuperando Como un fan sentado al piano a lo Billy Joel. Todo es posible con la trituradora estilística de Guille Milkyway, que se erigió nuevamente en ídolo indie pop.