Adolfo Fernández Aguilar (Granada, 1935) acaba de publicar, en Sevilla, Renacimiento, su último libro, con el título bien sugerente de Breviario de supervivencia. Habitante desde la infancia de la ciudad de Murcia y emprendedor incansable de aventuras periodísticas, ahora, desde el arrabal de la senectud (Jorge Manrique), reflexiona y medita sobre lo que para que él es, a estas alturas, la supervivencia.

Breves son, como indica el título del libro, los encuentros con su experiencia y su vida, porque son sobre todo trozos de existencia que sobreviven y renacen y se renuevan en las páginas de este hermoso libro… Leer a Adolfo Fernández es como escuchar su voz, su palabra, con su ritmo y con esa cadencia de la serenidad en senectud ciceroniana y ensimismada, indagadora de experiencias pero también reconfortadora de momentos que se enriquecen con los recuerdos. Y emociones, muchas emociones, algunas compartidas, como la de una mañana de Viernes Santo, no de una Semana Santa cualquiera, sino la de la mañana lluviosa que impide a los Salzillos lucir la obra de su maestro escultor, por las calles llenas de luz de una mañana de Murcia como no hay otra.

Evoca Adolfo Fernández muchas cavilaciones intensas y, a veces doloridas, sobre el tiempo y su transcurrir, sobre la edad, sobre el presente e incluso sobre el porvenir, que intenta inútilmente medir con sus palabras en cifras imposibles. Se obsesiona por ese pasar de las horas y los días hacia un destino muy claro, diáfano, que denomina con toda solemnidad: futuro.

No se extrañará el lector cuando lo observe advirtiendo la trascendencia de los sentidos, esos cinco sentidos tan perspicazmente evocados; de los sentidos y de los sentimientos, y cuando lo descubra buscando incansable en su pasado, en los rincones de la memoria, los espacios dichosos y gratos que confortan el presente con su recuerdo. Adolfo Fernández sabe muy bien cuál es el camino de acceso más seguro hacia esos espacios remotos a través de los que él ha acuñado, como una marca personal, con la denominación de hilos de la memoria; o lo que es lo mismo: la memoria pendiente de ese hilo que le conduce por el laberinto de las galerías del alma hasta el pasado que reconforta y le permite asumir su condición real en el día de hoy, la del que se reconoce mayor, contemplando en esta hermosa palabra (mayor) todo lo que de realidad tiene ese presente vivido con la pasión por la supervivencia.

La más excelsa virtud de este libro de Adolfo Fernández está en la palabra, en sus palabras. La palabra es refugio y es consuelo, y funciona también como motor para rescate del pasado en la memoria; pero la palabra es también portadora de la verdad y con su presencia garantiza autenticidad: verdad y vida. Por eso mismo reflexiona nuestro autor sobre el acto de escribir, que no es sino dejar por escrito ordenadamente las palabras que surgen desde sus recuerdos. Esas mismas palabras que se ufana en disfrutarlas porque las goza en la lectura de los clásicos, que son celebrados en las páginas de este libro como compañeros, como amigos leales y constantes y desde luego como modelos.

Descubrirá el lector en las palabras de Adolfo Fernández vivencias que forman parte de la propia historia personal del escritor, que regala a su lector una adicional y constante labor de cronista de sí mismo al recuperar personajes que estuvieron en su propia vida y sucesos o acontecimientos que ha querido retener junto a otras reflexiones más intensas o profundas sobre el paso del tiempo, la vida, el futuro e incluso la muerte, alguna vez mencionada aquí, pero sin rencor. Esmaltan e ilustran esos recuerdos concretos páginas que son impagables porque contienen también historia de un tiempo de España.

Reparará el lector en la mención del amor, vivo y palpitante, y del amor también más allá de la muerte. Conciencia de supervivencia por encima del tiempo es la que fortifica que las palabras de Adolfo Fernández adquieran un tono de alta estatura, edificante en algunos momentos, para mostrar ese clima de serenidad con el que es posible hablar de todo y recapacitar sobre todo, por muy delicado que sea el asunto. La naturalidad y el aplomo revisten estos momentos íntimos de excelente virtud ejemplar y modélica.     

Desde allí, desde esa atalaya de la senectud, Adolfo Fernández ha decidido que algo tenía que decir y que escribir, y por supuesto, desde allí, ha logrado convencer al lector de que sus reflexiones se han convertido en su propia salvación y han garantizado, aunque con brevedad, su propia supervivencia.