Déjeme que le explique por qué Grand Hotel Europa, del escritor holandés Ilija Leonard Pfeijffer y publicada por la editorial Acantilado, es una de las mejores novelas que he leído en los últimos años.
Antes le cuento de qué va: Un conocido escritor se refugia en un elegante y melancólico hotel para curarse un mal de amores. Allí conocerá a un amable refugiado africano que ejerce de botones, al diligente y esquivo conserje (o mayordomo, como prefiere llamarse), al nuevo propietario del establecimiento, un empresario chino dispuesto a recuperar la antigua gloria del hotel a fuerza de arquetipos, y a tres de los huéspedes habituales: un hiperbólico armador griego, una poetisa francesa y flamígera feminista, y un viejo intelectual de criterio diáfano y opaca biografía. Todos arroparán a su manera al alicaído protagonista en su empeño por exorcizarse de su particular diablo, Clío, una joven de la nobleza italiana, brillante historiadora del arte de aguda inteligencia, abrumadora belleza e incandescente carácter, de la mejor forma que sabe: escribir su historia para así lograr olvidar su fracaso.
Dicho así parecería una novela romántica con un toque nostálgico. Y lo es, sin duda, pero también es un análisis ferozmente elocuente del turismo de masas, una mordaz crítica a la cultura subvencionada, un viaje alucinante por las entrañas de lugares tan variopintos como Génova, Venecia, Holanda, los pueblecitos de Cinque Terre, Malta o Dubai, y una ingeniosa intriga detectivesca a propósito de un misterioso cuadro de Caravaggio, perdido en medio de las turbulencias de la Historia.
Todo lo anterior es la base sobre la que Pfeijffer erige el propósito esencial de esta novela: una lúcida, implacable y trágica reflexión sobre la decadencia de Europa. A partir de la teoría de Steiner sobre el significado de Europa, que se puede resumir en la cuestión de si el viejo continente se ha convertido en víctima de su glorioso pasado, el escritor holandés desarrolla un conjunto de ideas, planteadas mediante diálogos y digresiones bien trabadas y argumentadas, que ofrecen una imagen diáfana de la realidad europea actual. El turismo voraz, la sequía creativa, el individualismo, el conflicto de la inmigración, el auge del extremismo político, la invasión de las nuevas tecnologías o la pérdida de valores morales, por citar sólo algunas, se convierten en escenas de un fastuoso fresco que expresa la irrelevancia de una Europa que lo fue todo en el pasado y hoy no es más que un parque de atracciones para aquellos visitantes de otras latitudes que carecen de Historia.
Un panorama trágico que sobrecogería de no ser porque Pfeijffer echa mano del sentido del humor y lo convierte en una caricatura que alivia el mal trago, aunque no por ello deja de ser amargo. El maravilloso recurso de la ficción lima las aristas de un discurso áspero y controvertido que a buen seguro incomodará a muchos lectores, pues la franqueza suele herir hasta las conciencias más graníticas. Pero el autor demuestra honradez enfrentando a sus interlocutores, a quienes interpela directamente en algunos pasajes de la narración, a sus propias contradicciones, despojando de etiquetas y correcciones impostadas algunas de las cuestiones cruciales que determinan la convivencia y, en definitiva, el futuro de la sociedad europea tal y como la hemos conocido. Es conveniente advertir al lector que en esta novela se va a ver reflejado en muchas situaciones y debe estar preparado para comprenderse a sí mismo. Esta no sólo es una novela que divierte sino que incita a pensar, releer algunos de sus pasajes más analíticos y revisar nuestros prejuicios. Por eso no está indicada para espíritus doctrinarios.
Esta es una novela caleidoscópica que lejos de abrumar por su complejidad ofrece sus casi 650 páginas al pleno disfrute, porque Pfeijffer se las ingenia para que todas las piezas de este rompecabezas de personajes, tramas, situaciones, escenarios y reflexiones encajen a la perfección, en un alarde de claridad y orden que impone la armonía narrativa sobre las veleidades retóricas para beneficio de la comprensión y la comodidad del lector. Contribuye a ello un magistral manejo del lenguaje. La precisa selección de las palabras, la habilidad compositiva y la modulación del tono en función de las situaciones dotan a la narración de la elocuencia, sencillez, elegancia y naturalidad apropiadas para orientarse por los recovecos del relato, sacar el máximo partido a las distintas tramas, captar con fidelidad las emociones que transmiten sus personajes y la esencia de las ideas que dan sentido al conjunto de la obra. Todo lo cual pone de manifiesto la magnífica traducción de Gonzalo Fernández Gómez.
Ese excelente trabajo permite al lector comprobar cómo Pfeijffer transita por diferentes territorios sin perder el paso. De la crítica social a la reflexión política, del romanticismo desatado a un excitante erotismo, del humor a la tragedia, de la nostalgia al sarcasmo, de la crónica de viajes a la intriga, de la actualidad a la Historia con todos sus trapos sucios, del amor al odio, de la denuncia al análisis... Todo encaja en una novela descomunal en todos los sentidos, con pasajes que invitan a ser declamados, momentos cómicos que desatan la carcajada (consejo: busque en internet una foto del autor cuando lea el pasaje de la playa), unos personajes construidos con esmero y descritos con tal precisión que expresan por sí mismos toda la dimensión del pasaje que protagonizan y la idea que representan. A fin de cuentas, un catálogo de géneros y estilos que fluyen en armonía hacia un final que reserva una alegoría reveladora y una sorpresa que redondea una faena esplendorosa.