Cita concertada en el Real Casino de Murcia. Sesión de fotos en la sala de exposiciones de la primera planta con el artista. Después de algo más de veinte minutos ya estábamos en una cafetería. Álvaro Peña se define como ‘artista plástico’, pero quien suscribe conoce perfectamente que se desenvuelve como pez en el agua con el óleo, con la acuarela, con los lápices de colores, con el grafito, con las ceras, con el rotring… Con sólo 14 años ya obtuvo un premio de una editorial de literatura juvenil, de la que recibió 10.000 de las antiguas pesetas y poder ver sus ilustraciones publicadas en un libro. Estudió Ciencias Políticas y Sociología y es académico de la Real Academia de Alfonso X el Sabio. «A veces –confiesa– es agotador no darse por vencido. El crear nuevas obras es muy arriesgado, en cada exposición me alejo de mi zona de confort, aunque me suponga incertidumbre».

¿Necesita ajustarse a la demanda que impone el mercado?

No. Ahora busco centrarme intencionadamente en las formas, en las manchas, en el tachismo, en la abstracción, en el equilibrado-desequilibro. Huyo de modas y de los síntomas de artificialidad. Ya he superado las épocas de fijarme en exceso en historiales de referentes mundiales del arte.

¿Se atrevería a definir su trabajo en sólo dos palabras?

Como algo situado en un doble eje, entre naturalidad y espontaneidad, y quisiera que ese perfil desembocara en la esencia de la bondad. Quizás, mis últimos experimentos se muestren, a primera vista, sofisticados y provocativos, pero jamás fue esa mi primera o segunda intención.

¿Nos podría contar la condición de ‘espejo’ que apresa su obra?

Voy a ver si sé explicar bien este concepto surrealista. Es verdad que mis obras tienen algo de ‘espejo’. Cuando pasas por delante de un cuadro mío, lo observan al igual que miramos, nos miramos, en un espejo al pasar por delante de él, pero… ¿qué miramos verdaderamente en el espejo?, ¿qué deseamos encontrar en mis cuadros cuando los miras con intención? Todo es un diálogo frenético entre dos yo iguales y distintos. El espejo ayuda a esconderse, pero también a exponerse. Recordemos El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde.

¿Improvisa usted a la hora de pintar?

Depende del momento. No es habitual en mí la improvisación, procuro reflexionar antes de acometer un proyecto artístico. Disfruto mucho buscando la gestualidad, me interesan bastante las teorías de la Gestalt. No dejo nada al azar, estudio a fondo cada pincelada, porque mis mensajes pictóricos trasladan mucho contenido.

Usted ha dicho que su pintura es como una «deformación compositiva».

El día que comprendí que el acto de crear es, sobre todo, composición, cambió totalmente mi forma de concebir el arte. Un cuadro es bueno si está bien compuesto. La composición y planteamiento de elementos integrantes dentro del lienzo debe ser meditada, incluso en los códigos abstractos. Las redes modulares simples o complejas se fusionan entre sí.

¿Necesita gustar y agradar?

No lo sé. Le debo decir que lo valioso del arte es vivirlo en profundidad. Busco continuamente despejar interrogantes.

¿Se atormenta usted con facilidad?

Sí. El cambio produce rechazo… y yo siempre me encuentro en plena transformación. Mi vida transcurre entre la ansiedad por crear nuevas obras y la relajación del momento concreto de ponerme a llevarlas a cabo.