Sénia, el espectáculo de calle que presentó la compañía valenciana de danza contemporánea Fil de Arena en el último día del 52 Festival de Teatro de Molina, no dejó indiferente a nadie.

Unos cuerpos cansados, que se sustentan unos a otros, que se complementan para poder seguir avanzando, que no dejan de moverse por la inercia del presente. Así comienza este espectáculo. Sénia (‘säniya’ en árabe, ‘noria’ en castellano) es un nombre muy acertado para esta coreografía de cinco intérpretes que estuvieron construyendo y deconstruyendo el espacio a través de los desplazamientos y los portés que realizaron con una escucha perfectamente sincronizada.

La pieza, creada de forma colectiva entre Isabel Abril, Irene Ballester, Clara Crespo y Roseta Plasencia, mostró al público una verdad sobre el cansancio y la vida pluriempleada de los artistas, de esos malabarismos para compaginar varias producciones con la docencia, la vida personal y familiar. Esa noria de hámster en la que rodamos y rodamos sin saber bajarnos de ella.

En esta coreografía limpia y sin fisuras, que consigue transmitir aquello para lo que fue creada, también se atisba la impronta de Roberto Oliván, asesor coreográfico de la pieza y reconocido coreógrafo catalán, en el dibujo coreográfico.

El peso de la pieza está formado por el movimiento de esos cinco cuerpos, salpicado por momentos en los que aparecen solos o a dúo, entre los que cabe destacar el realizado por Héctor Rodríguez y Roseta Plasencia. En este momento él es mecido y manipulado por ella, desapareciendo de forma más obvia los roles de género y asombrando a los espectadores presentes por la facilidad de esa manipulación.

También merece una mención aparte la interpretación de todo el elenco, que mantuvieron la concentración a pesar de todos los elementos en contra que se presentaron (viento, lluvia, fallo del sonido debido a las inclemencias del tiempo), así como la exquisitez técnica que poseen.

Para finalizar, el espacio sonoro y la música elaborada por Carles Salvador envuelven la pieza y, junto al vestuario en tonos tierra y diferente para cada intérprete, consiguen que sea una pieza bien construida y que seguro atesorará una larga trayectoria.

En conclusión, una buena obra para protagonizar el cierre, en cuanto a danza se refiere, de la 52 edición del Festival de Teatro de Molina.