José Luis Vidal Coy es de los que primero dispara y después pregunta. Como los buenos bandoleros del Far West. «Me arriesgo a que me echen alguna bronca, sí. Pero es que, si te pones a pedir permiso...», señala con sorna. Su especialidad, apunta, es la ‘foto robada’, y, una vez tomada la imagen –su arma es una cámara, no un revólver, por si todavía no ha quedado claro–, no rehúye de una buena parrafada con sus ‘víctimas’. Principalmente porque, asegura, desde que se inició en la fotografía –allá por 2008 o 2009– ha recibido escasas reprimendas («ni siquiera en un país teóricamente tan peligrosos como México»), pero también porque en este tiempo –y después de dedicar su vida al periodismo, incluso como corresponsal en zonas de conflicto–, ha aprendido a leer las reacciones de la gente: «Aunque yo procure mostrar el menor número posible de rostros reconocibles, siempre hay alguno que mira directamente al objetivo; ese, evidentemente, no te va a reclamar derechos de imagen», explica entre risas.

Sin embargo, Vidal Coy (Murcia, 1954) se considera todavía «un adolescente, fotográficamente hablando», y de sus palabras se desprende una sincera admiración por los reporteros gráficos («por lo general, mucho más divertidos y menos estirados que los ‘plumillas’»). «Siempre me he fijado en su trabajo, y gracias a ello he aprendido mucho. Pero lo suyo es más complicado... Van con prisas, con un bolsón enorme, cambian constantemente de objetivo... No es mi caso. Yo voy como un paseante más, caminando tranquilamente y disparando de vez en cuando, pero intentando pasar desapercibido; esa es la llave que abre la puerta, por cierto: actuar con naturalidad, no montar numeritos o ser un exhibicionista», asegura.

A todo esto, Vidal Coy habla de Barronatorio, su último proyecto, una muestra fotográfica visitable desde el pasado jueves –y hasta el 30 de octubre– en el Museo de Los Molinos del Río de Murcia (aunque esta filosofía es aplicable a toda su producción). En ella exhibe –con la inestimable ayuda de Joaquín Clares, que ejerce de comisario– una selección de más de cuarenta imágenes tomadas entre 2016 y 2019 en los baños de lodo de Lo Pagán, en el Mar Menor. «Había oído hablar del tema y en alguna ocasión pasé por allí en bicicleta, pero no tenía particular interés. El caso es un día me dije: ‘¡Hostia! Voy a ver’, y flipé», recuerda.

«Es que es un sitio muy curioso», responde cuando se le pregunta por el magnetismo que los barros han ejercido sobre él. «En estos baños se junta gente muy normal (diría que la inmensa mayoría son de clase trabajadora) y de muchos lugares distintos: británicos de paso o residentes, alemanes, algún sueco... Y, claro, de todas partes de España: de Asturias, de Albacete y de Madrid, por supuesto, que ya se sabe que Lo Pagán es el típico lugar de veraneo de los taxistas de la capital», apunta soltando una carcajada. «Y como es gente muy normal –insiste y añade–, se enrollan muy bien: te explican que hacen ahí, te cuentan su vida... Me gustó el rollete», agrega el periodista y fotógrafo; y eso aun cuando duda de las propiedades curativas que la creencia popular le otorga a estos lodos, especialmente para casos de artritis, artrosis, sarpullidos, etc. «Digamos que no me lo creo a pies juntillas», añade.

Vidal Coy posa con su obra en los Molinos del Río. Israel Sánchez

Aquella primera visita fue en el año de la ‘sopa verde’ (2016) y, desde entonces, cada verano, Vidal Coy se echaba la cámara a cuestas y se sumergía –metafóricamente– en el barro. «No veía el momento de parar; cada vez que iba encontraba cosas nuevas. Pero en 2019 decidí cortar y hacer algo en color con todo ese material», explica. El formato elegido fue el fotolibro, y su idea era hacer algo en la línea de Martin Parr y Pérez Siquier, pero no acabó contento con el resultado. «El tratamiento, la impresión... Aquello salió fatal. Tan mal que no fue hasta que se me pasó el cabreo cuando me convencí de que el trabajo era bueno y que debía hablar con alguien verdaderamente competente», asegura. Ese ‘alguien’ era Clares y, para entonces, ya tenía comprometida la exposición en los Molinos: iba a presentarse en junio e iba a ser a color. Al final ha sido en septiembre y en blanco y negro. «Vio un par de veces las fotografías y enseguida me dijo que les íbamos a sacar más partido así, y la verdad es que ha hecho un trabajo de puta madre», reconoce Vidal Coy, que se deshace en elogios ante el que fuera reportero gráfico de LA OPINIÓN: «Es uno de los buenos. Tanto en este como en su faceta de fotógrafo. En este sentido, solo he tenido dos comisarias similares: Mónica Lozano, que fue la que me hizo lo del mercado de La Fama (Zoco III Milenio, de 2017) y Carmen Hernández Foulquié, responsable de El color de la medina (2019)».

Otra persona clave en que el trabajo de Vidal Coy haya visto (de nuevo) la luz es Mamen Navarrete, la directora del espacio de los Molinos del Río. «Le enseñé lo que había hecho en febrero, y ya entonces lo vio clarísimamente. Era el tema y era el momento». Porque con Barronatorio su autor no solo pretende hacer un ejercicio de estilo, sino también llamar la atención sobre lo que está ocurriendo en la laguna. «En este ecocidio –del que son directamente culpables los gobiernos regionales del PP–, aparte de la fauna y la flora, hay una serie de cuestiones antropológicas o etnográficas en juego. Hablo de los baños de lodo, pero también de los balnearios tradicionales de madera, de la pesca artesanal..., todo eso también forma parte del ecosistema (y de la cultura murciana), y si cae el Mar Menor todo esto también se va a ir a tomar por culo», lamenta. Por ello, Vidal Coy confía en que esta muestra sirva para que la gente se dé cuenta de lo que podemos perder si no se ataja ya de manera decidida y contundente el problema de estas aguas.

En este sentido, la próxima semana viajará a Madrid tras ser seleccionado junto a Barronatorio dentro del programa ‘Descubrimiento 2021’, del prestigioso certamen de fotografía PhotoEspaña.

«Debemos ser cientos y solo uno expondrá finalmente dentro del festival, pero, como dice Marcial Guillén –otro fotógrafo murciano elegido para presentar su proyecto–, el estar entre los elegidos ya es un premio», señala. Principalmente, porque Viday Coy tendrá la oportunidad de mostrar su trabajo ante la directora del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), el director de la Maison Européenne de la Photographie de París, etc. «Ellos ven lo que has hecho, te comentan, te explican... y a lo mejor a alguno se le ocurre que puedes montar una exposición en tal sitio», explica, lo que supondría una nueva oportunidad de centrar el foco (o el objetivo) sobre la laguna y una forma de vida que se muere.