Es un viernes de septiembre, aún no han dado las siete de la tarde en el reloj de la Catedral. Circulo por las inmediaciones del Comedor Social de Jesús Abandonado. La fila de personas que esperan turno para cenar ocupan las aceras de tres calles. Y recuerdo que existe el ‘arte de pedir’ y el ‘arte de dar’. Esos ‘artes’ no aparecen ni en televisiones ni en periódicos con el nombre del artista en letras mayúsculas. ¡Ay, Jesús! Reflexiono sobre una declaración de Howard Gardner, padre de las inteligencias múltiples. Dice que «una mala persona no llega nunca a ser un buen profesional». ¡Podría ser verdad!

Vuelvo a visitar la admirada ciudad de Mula y me quedo contemplando, una vez más, ensimismado La Casa Pintada (Fundación Cristóbal Gabarrón), caserón palaciego que el hidalgo Diego María de Blaya Molina mandó a construir a finales de 1770. Esta edificación barroca corresponde a la arquitectura señorial del levante mediterráneo, con la que se mostraba la riqueza y nobleza de cada linaje. Con mármol rojo labrado, procedente de las canteras de Cehegín, elaboraron el portalón de la singular casa. Transcurren los siglos y el señorial inmueble pasaría a ser colegio de monjas, comedor social, cacharrería, club juvenil, concesionario de gas, colegio público, etc. En 2005, una vez rehabilitado por el arquitecto José María Hervás, se inauguró como Centro Museo Cristóbal Gabarrón.

‘Hijos del volcán’. Museo C. Gabarrón.

El valenciano Antonio Gómez Ribelles, afincado en Cartagena desde 1995, ha ideado una fabulosa exposición en dos de las salas del Museo Fundación Cristóbal Gabarrón de Mula, que consta de obras a lápiz, fotografías antiguas y fotografías tratadas e impresas en papel de acuarela, con posterior manipulación pictórica mediante aplicación de gesso, acrílico, grafito o tinta. Ribelles ha utilizado papel de arroz y papel de algodón teñido en té. Todo este arduo proyecto se ha construido a partir de 23 ferrotipos datados del último tercio del siglo XIX, cedidos por el comisario de la muestra, Juan García Sandoval, quien conocía esas piezas embriagadas de memoria colectiva, porque las atesoraba su hermano Antonio. García Sandoval, director-conservador del Mubam, explica la esencia de este trabajo: «Evoca la tradición popular arraigada a Mula y su comarca, rodeando el castillo islámico de Alcalá, localizado junto a la Puebla de Mula. Cuentan la leyenda de historias trasmitidas a través de varias generaciones. En esa zona destaca el relieve de las ‘badlands’, que podrían recordar un paisaje lunar, producidas por las margas miocenas en la confluencia del río Mula y sus afluentes, con humedales ricos en biodiversidad y con importantes yacimientos paleontológicos. Son muchas las historias nacidas en torno a este cerro […] que le confieren un aspecto que ha estado presente en el ideario de los habitantes del lugar, como el hito del paisaje y, especialmente, como el cerro donde se situaba un volcán, que nunca existió, a través del cual los pobladores intentaban dar una explicación al mundo que los rodeaba».

Esta exposición se presiente narrada con enorme carga afectiva, que se refleja en los retratos personales que componen la mayoría de imágenes. También se incluyen dos vídeos que registran sustratos de la memoria cotidiana de gentes de Mula. El artista visual Ramón González ha escrito en el catálogo de la muestra. Dice que «el autor rasga la fina seda para dejar entrever otra clase de luz». En la organización de la eximia exposición ha intervenido Olga Rodríguez Pomares.