Qué importante es mirar al espejo cada día y reconocer aquel reflejo como el de la persona que crees ser. Dicen que cuando aceptas con normalidad aquello que ves los demás también lo harán. Pero, ¿qué pasa si al mirar tú ves una cosa y el resto otra, si los demás no quieren reconocer la verdadera esencia de lo que eres por parecer distinto? La falta de identidad es un problema realmente grave para quienes lo sufren porque el no ser vistos desde el prisma adecuado desemboca en grandes dosis de infelicidad, decepción, desubicación, tristeza, angustia, agonía…, llegando incluso a provocar un conflicto interno de complicada solución.

Sin saberlo todos vivimos una vida etiquetada. Hay en nuestra moderna sociedad una especie de manía, o moda, que se empeña en poner cartelitos a todo, es como una obsesión desenfrenada por tratar de clasificar esto o aquello, aunque muchas veces ciertas actitudes, sentimientos, circunstancias o personas no se pueden encasillar dentro de esos parámetros de lo ya conocido. Sin duda éste es el caso de las personas que ahora llamamos de género no binario, término desconocido para muchos pero no así lo que éste engloba: personas que no se sienten identificadas bajo el apelativo femenino o masculino, sino en un tercer género que engloba características de ambos.

Siempre ha habido quienes han sentido el pie de la incomprensión bajo su cuello y por tanto han escondido su verdadera identidad, mientras que otros, como el caso de Claude Cahun, apostaron por abrir nuevos caminos, exhibiéndose en toda su extensión con la intención de remover conciencias. En realidad su verdadero nombre era Lucy Schwob, aunque adoptó este seudónimo porque Claude era un nombre indefinido y así era como ella se sentía, ni de un lado ni del otro, hoy diríamos que su género era no binario, aunque seguro que esto a ella tampoco le hubiera gustado. El apellido Cahun era el de su abuela, con ella pasó gran parte de su infancia ya que su madre fue internada por problemas mentales en una clínica, así que éste fue su particular homenaje a una de las mujeres más importantes de su vida.

Su familia, intelectuales judíos de la alta burguesía, propiciaron su formación en Oxford y más tarde en la Soborna, por lo que se convirtió en un espíritu interesado por diversas inquietudes: escribía poemas, crítica literaria, ensayos de todo tipo, hacía teatro, era fotógrafa, escultora…

Chaude Cahun.

En 1920 se instala en París junto con su pareja Suzanne Malherbe, su otro yo, de quien se enamoró a los quince años, comenzando el camino hacia una autoexploración personal con reflexiones sobre la identidad, la diversidad de facetas dentro de una misma persona y sus experimentaciones sobre el concepto de lo andrógino que la llevaron a afeitarse la cabeza en multitud de ocasiones; la mayoría del tiempo llevaba el pelo corto tintado de color rosa, dorado o plateado.

Se acercó al arte del mismo modo que a la vida, de manera atrevida, sin miedo, con una visión totalmente abierta, con ganas de experimentar y probar nuevos modos de expresión mediante el fotomontaje, el reflejo de los espejos, el collage, las sobreimpresiones y los juegos de iluminación, etc., convirtiéndose en una de las fotógrafas más representativas del surrealismo, aunque por su condición sexual y el hecho de ser mujer no le permitieron ser miembro oficial de este movimiento.

Con ese marcado gusto surrealista por el juego, unas veces vestida de hombre y otras de mujer, siempre situó su propia persona como foco de sus fotografías, poniendo en tela de juicio los individualismos, la identidad, el rol de la mujer y sobre todo apoyando la idea del hombre como ser neutral, sin género definido que coaccione su manera de comportarse. Su cuerpo es usado como símbolo de metamorfosis, de su propio cambio, no sólo físico, al disfrazarse con inapropiados atuendos y pinturas exageradas, sino también personal, demostrando de algún modo la fragilidad de eso que llamamos género. Para Claude Cahun la línea que separa uno del otro es tan frágil que es posible traspasar las fronteras de cada territorio con un solo gesto.

Tras la amenaza que suponía para una artista judía la llegada de los alemanes, en 1937 deja París y se traslada a la isla de Jersey donde al principio trató de pasar desapercibida, pero pronto su personalidad rebelde tomaría el relevo a la discreción.

Encontró en su pareja no sólo el apoyo necesario para llevar a cabo su trabajo –se sabe que Suzanne participó de manera activa en sus obras–, sino también ideológico, pues ambas fueron conocidas activistas que ejercieron de resistencia contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Durante el periodo de 1940 a 1944 hicieron multitud de acciones arriesgadas que las colocaron en el punto de mira, como difundir panfletos que animaban al pueblo a la sublevación, hasta el punto de que finalmente fueron arrestadas por la Gestapo, llevadas a una prisión militar y condenadas a muerte. Aunque fueron absueltas antes de hacerse efectiva la sentencia y la isla de Jersey fue liberada en 1945 por los aliados, la salud de Claude quedó muy trastocada tras ese tiempo encarcelada y hasta su muerte arrastró multitud de secuelas que finalmente acabaron con su vida.

Haciendo suya la frase de Sigmund Freud, ella proclamó: «Me veo, luego existo», y a pesar de que su trabajo fotográfico era prácticamente desconocido, la mayor parte se perdió o fue destruido por los nazis, en los años noventa François Leperlier hizo un inventario de su obra para exponerla en el Museo de Bellas Artes de Nantes, su ciudad natal, recuperando así su nombre del oscuro pozo del olvido. Hemos tardado casi setenta años, desde que falleciera en 1954, pero ahora por fin la vemos.