El soneto con el que don Diego Saavedra Fajardo cierra su Idea de un príncipe cristiano representada en cien empresas, más conocida por las ‘Empresas políticas’, instaba al caminante a que contemplase los despojos de la muerte (ludibria mortis, en latín) y conminaba al velazqueño príncipe Baltasar Carlos, dedicatario del libro, que meditase sobre el destino inexorable del ser humano, recordando a príncipes y reyes que en los ultrajes de la fría muerte son comunes a los demás mortales. Por eso Santiago Delgado ha titulado su último libro Ludibria mortis (Enterramientos en la Catedral de Murcia) con el título del soneto saavedriano. El volumen lo acaba de editar la Real Academia Alfonso X el Sabio y luce una edificante portada con una fotografía que recoge un detalle del sarcófago de Gil Rodríguez de Junterón, uno de los veintinueve sepultados identificados, que reposan en nuestro primer templo diocesano.

Como bien indica en el prólogo del volumen, el canónigo Francisco José Sánchez Alegría, Santiago Delgado rescata, a través de la historia de cada uno de los veintinueve sepultos, muchos sucesos de la historia de la catedral y de la ciudad: «Historias de santos, de obispos, de nobles, de clérigos, de hombres de armas, de leyes, de ciencias, de arte, y hasta de soberanas entrañas son las que se descubren en estas páginas».

Dispone el lector entonces de una inmejorable ocasión para recorrer una vez más la Catedral y descubrir, a través de las espléndidas fotografías de Antonio Jiménez Lacárcel, el significado, la historia y el relato de muchos acontecimientos que ocurrieron en las vidas de todos los enterrados allí, desde las entrañas del rey Alfonso X el Sabio hasta el obispo del siglo XX Javier Azagra Labiano. Conocerá la significación de algunos de los prelados que yacen en el templo, y de lo que su episcopado supuso: Peñaranda, Pedrosa, Comontes, Trejo, Landeira, Alguacil, Bryan Livermore, Alonso Salgado, Azagra… Y también podrá conocer historias peregrinas respecto a los traslados de los restos de escritores como el propio Saavedra Fajardo o el novelista y poeta decimonónico José Selgas Carrasco, ambos muertos en Madrid muchos años antes de su inhumación en las naves del templo catedralicio. Otro gran escritor, Diego Rodríguez de Almela, cuyo libro de las Batallas campales fue el primero que se imprimió en Murcia (1484), descansa aquí no por ser el primer escritor murciano de nombre conocido, sino por haber traído de Roma la bula que convirtió a nuestro primer templo en Catedral (1467). Y muchos más de todos los tiempos, desde el abogado alfonsino Jacobo de las Leyes al abogado y catedrático mártir y periodista del siglo XX Francisco Martínez García, aunque como advierte Santiago Delgado ni son todos los que están ni están todos los que son, porque en la plana del templo o centro del crucero donde se encuentran los dos brazos de la cruz que marcan el espacio de la Catedral, hay numerosos enterrados anónimos, canónigos y allegados, devotos que aquí solicitaron y consiguieron su sepultura, desde tiempo inmemorial. Difuntos cuyo nombre se perdió porque quizá nunca se consignó en una inscripción lapidaria.

Hay tumbas que dan para mucho, sobre todo desde el punto de vista artístico, en relación con la grandeza de la catedral murciana, tanto por lo que significa la capilla de Junterón y más aún la capilla de los Vélez, aunque ningún Chacón esté sepultado en ella. Desde Santa Florentina y San Fulgencio se adentra el lector en la prehistoria de la propia Catedral, para detenerse en muchos de los avatares de su construcción. Jerónimo Quijano, uno de sus arquitectos, quedará sepulto para siempre a los pies de su magna obra arquitectónica.

Jerónimo Ayanz mostrará en su propio relato ingenios científico-técnicos que lo han convertido en un héroe militar, científico, inventor, precursor en sus inventos del submarino y del aire refrigerado para las minas… Casado sucesivamente con dos damas murcianas de la familia Dávalos, en su capilla de la catedral quedaron sus restos tras su muerte en el Madrid de Felipe III (1613).

Ha sido un acierto por parte de Santiago Delgado, siempre atento al detalle y al pormenor histórico, reconstruir a través de estas veintinueve historias parte del pasado del templo y también de la ciudad. Los latines del soneto de Saavedra Fajardo siguen mostrando enérgicamente, en su aviso a los príncipes, a los reyes, los despojos de la muerte, que la Catedral de Murcia atesora y que construyen páginas de una historia común que a todos interesa, aunque las imágenes conmuevan una vez más, aunque las leyendas lapidarias sigan sobrecogiendo, aunque lo severos versos de Saavedra Fajardo sigan mostrando la implacable e inexorable verdad de la muerte.